Aino y Alvar Aalto, los arquitectos que inventaron la Toscana finlandesa
La emblemática pareja viajó a Italia para plasmar la arquitectura humanista y mediterránea en su Finlandia natal.
Alvar Aalto (Finlandia, 1898- 1976), uno de los arquitectos más emblemáticos del siglo XX, solía decir que incluso cuando no estaba en Italia, estaba pensando en ella. Siempre tenía en mente un viaje al país transalpino, ya sea uno que hubiese hecho en el pasado, uno que estuviese haciendo en el presente o uno que planeaba para el futuro. Solía viajar allí hasta tres veces al año. "Sea como fuere, es una condición sine qua non para mi obra arquitectónica".
Este amor, compartido con Aino Marsio, su primera mujer, floreció en la luna de miel de la pareja en 1924, en la que recorrieron toda la Toscana. Aino y Alvar estudiaron arquitectura en la Universidad de Helsinki en 1920, donde recibieron nociones de la arquitectura clásica italiana, así como el respeto y la admiración por el Renacimiento italiano de arquitectos como Andrea Palladio, Leon Battista Alberti y Filippo Brunelleschi.
Algo que, lejos de ser inusual, era bastante común en el contexto sociopolítico de la época, ya que Finlandia consiguió independizarse de Rusia en 1917, favoreciendo el auge de los modelos clásicos europeos y disparando los viajes de muchos artistas escandinavos a países del sur de Europa.
Aun así, lo que le apasionaba a Aalto de la cultura mediterránea no era la perfección sino la humanidad de su arquitectura. "Me atrae Italia, y no por sus críticos sentimentales, ni por la necesidad de aprender refinadas proporciones. Todas las culturas, como las regiones o las ideologías, llevan implícita una sencillez pura, original. El problema crucial en arquitectura no atañe a su perfección formal, sino a la tarea de crear, con medios sencillos un entorno atractivo que armonice con nuestras necesidades biológicas".
Alvar estaba muy interesado en la complejidad de la ciudad y consideraba a Italia la cuna de la cultura urbana. "¿Por qué los finlandeses no pudimos aprender de esta cultura ancestral? ¿Por qué no pudimos mejorar nuestras ciudades de la misma manera que esta cultura milenaria que está en un diálogo tan magistral con el paisaje?", reflexiona en el documental Aalto (2020).
A pesar de haber estudiado juntos, la pareja se conoció tres años después, en 1923, cuando Aino comenzó a trabajar en el estudio de arquitectura de Alvar situado en Jyväskylä, una pequeña ciudad universitaria en el centro oeste de Finlandia donde Aalto creció junto a sus cuatro hermanos.
Jyväskylä, la capital Aaltiana
Al recorrer la ciudad, es fácil identificar la huella de los arquitectos, que ha permanecido intacta ante el paso del tiempo. Situada en el corazón de la región de los lagos de Finlandia, Jyväskylä es el lugar del mundo que más obra aaltiana conserva, como la Universidad de Jyväskylä (1952-56) o el museo dedicado al arquitecto, fundado en 1966.
Sin embargo, el Ayuntamiento de Säynätsalo es una de las obras que mejor representa su influencia mediterránea. Este edificio, diseñado en 1949, albergaba una cámara del consejo, oficinas municipales, una biblioteca comunitaria, departamentos para el personal y locales comerciales.
Construido en base a los preceptos de la arquitectura democrática, fue el primer edificio que Aalto construyó con ladrillo. Quería que las paredes fuesen orgánicas, que tuviesen imperfecciones, y que la construcción no prevaleciese sobre la naturaleza, sino que se amoldase perfectamente al entorno.
"Italia representa para mí cierto primitivismo, caracterizado hasta un grado sorprendente por formas atractivas pensadas a escala humana. Una plaza de dimensiones correctas, que da satisfacción hasta a los vecinos más pobres, es una hazaña arquitectónica que supera con creces a la de una plaza de armas para altos mandos militares", aseguró el propio Alvar en 1954.
Por eso, uno de los elementos más distintivos del antiguo ayuntamiento es su patio interior, rodeado por los edificios del complejo y diseñado para fomentar un sentido de comunidad. Aalto quería recrear una plaza italiana, una ágora griega donde se reuniese la gente del pueblo, pero debido a las inclemencias meteorológicas —sobre todo el grosor de la nieve en los duros meses de invierno— acabó siendo un jardín.
Destaca también la cámara del consejo, que tanta controversia produjo en su momento. ¿Era necesario que un pueblo tan pequeño como Säynätsalo tuviese una cámara de 17 metros de alto?, se preguntaba la gente del pueblo. Aalto parecía tenerlo muy claro. "El ayuntamiento más bello y famoso del mundo, el de Siena, tiene una cámara del consejo de 16 metros de altura. Propongo que construyamos uno que tenga 17 metros".
El arquitecto estaba convencido de que el sitio donde ocurría la democracia debía de ser un lugar sagrado, en paz. Por eso, al entrar en la cámara, de madera y con una iluminación cálida, da la sensación de estar dentro de una iglesia.
Aalto admiraba Siena por su condición de ser una ciudad orgánica, donde la naturaleza y el hombre coexisten, conformando "la forma más pura, más individual y más natural de diseño urbano". Incluso llegó a comparar ambos países, asegurando: "Finlandia central me recuerda a menudo a la Toscana, la patria de los pueblos de montaña".
Aalto fue un adelantado a su tiempo, ya que predijo una corriente actual, en la que el ser humano, cada vez más urbanita, anhela su vinculación con la naturaleza. Todos estos edificios tienen en común el haber sido proyectados pensando en la relación entre el ser humano, la luz y el espacio. Sus materiales son baratos, locales y funcionales, y reflejan la conexión con la naturaleza y el entorno.
Porque para Aalto, que buscaba combinar la funcionalidad con la belleza, lo moderno no debían ser los materiales, sino cómo usarlos, de ahí que sus muebles trascendieran todas las diferencias regionales.
A día de hoy, el centro cívico sigue teniendo un componente cultural y comunitario. Se organizan eventos culturales, exposiciones de arte e incluso es un importante reclamo turístico para los seguidores de la obra aaltiana, que tienen la posibilidad de dormir dentro de la habitación donde se alojaban Aino y Alvar cuando acudían al centro.
Ambos formaron una familia consagrada, con dos hijos, y fundaron en 1935 Artek, una empresa de diseño que auna arte y tecnología, y que promueve la modernidad y la funcionalidad en el mobiliario. Juntos, diseñaron edificios emblemáticos como la Biblioteca Viipuri y el Sanatorio Paimio, donde Aino tuvo un papel clave en el diseño de interiores y mobiliario.
Aino dominaba la carpintería y fue quien logró transmitir esa humanidad tan preciada por Alvar a centenar de piezas. La arquitecta era un equilibro en la vida errática y bohemia de su marido, quien pensaba que el verdadero trabajo de Aino debía ser cuidar de él primero, luego de los niños y después su trabajo. A pesar de ello, Aino ejercía de directora artística de la marca y era quien solía salir de casa para trabajar, mientras que Alvar se quedaba en casa, en su despacho.
Al irrumpir la segunda Guerra Mundial y a diferencia de otros arquitectos europeos que tuvieron que migrar a Estados Unidos, la pareja pudo seguir trabajando en Finlandia. Eso no impidió que su apellido, Aalto, se convirtiese en una marca internacional y sus muebles modernistas arrasaran en Estados Unidos.
Aino falleció prematuramente de cáncer en 1949, lo que supuso un varapalo tanto sentimental como profesional para Alvar —hubo muchos críticos que aseguraron que la ausencia de su perfeccionista compañera restó valor a su obra posterior—, quien volvió a rehacer su vida con Elsa Mäkiniemi, una joven arquitecta con la que compartió el resto de su vida.
Tras la muerte de Alvar en 1976, Elsa importó de Italia un capitel jónico del siglo XVIII para la tumba que Aino y Alvar comparten, para recordar eternamente lo mucho que marcó a la pareja ese país tan bello y contradictorio a partes iguales.