Arte internacional

Ruido y color desde Brasil

Tropicalia

16 marzo, 2006 01:00

Lygia Pape: Rodas dos Prazeres (Wheel of Delights), 1968

Comisario: Carlos Basualdo. Barbican Centre. Silk Street. Londres. Hasta el 21 de mayo

En 1969 la Whitechapel de Londres presentó dos instalaciones de Hélio Oiticica, un artista brasileño entonces poco conocido. Había fotografías que mostraban a familias holgazaneando en lechos de paja, niños saliendo de tiendas montadas en una arenosa playa de interior, salpicada de plantas tropicales de vivero, gente deambulando por paseos de gravilla entre paneles de mimbre y chozas destartaladas que recordaban a las casuchas de los poblados de favelas brasileños. Había papagayos vivos, grabaciones de música de Caetano Veloso y, por algún sitio, una televisión encendida. Las obras de Oiticica tenían un aire juguetón y vacacional.

Ahora es difícil enfrentarse a esas instalaciones, Tropicalia y Edén, con la misma inocencia. Ya nos hemos paseado entre demasiadas instalaciones, nos hemos abierto paso a gatas por tantas y tantas exposiciones, ha habido otros papagayos y Oiticica murió en 1980.

Algo que llevaba mucho tiempo olvidado o que sólo se recordaba como un fruto añejo de finales de los años sesenta constituye el núcleo de Tropicalia, inaugurada recientemente en el Barbican Centre de Londres. Ahora, otra generación de chiquillos se ríe entre las tiendas, volviendo a casa salpicados de paja, con trozos de gomaespuma pegados a la ropa y los calcetines empapados después de una excursión por el mugriento estanque de Edén. Probablemente, después de mirar a los guacamayos atusarse las plumas con el pico y trepando por su bien equipada jaula, todos quieran tener también su propio pájaro exótico.

Pero en todo esto hay mucho más que nostalgia o un frívolo retorno a la tontería de finales de los años sesenta. Tropicalia es mucho más que una reposición, aunque es difícil determinar qué es exactamente. Tropicalia fue una instalación hecha por Oiticica en 1967, un disco de Gilberto Gil y Caetano Veloso, un movimiento, un estado de ánimo, una idea, un sueño. Tropicalia, como escribió Torquato Neto, "es cualquier cosa necesaria". Oiticica lo definía así: "El grito de Brasil al mundo". ¿O acaso era sólo una etiqueta? Era todo eso. A los visitantes de la exposición hay que perdonarles que muestren cierto reparo, incluso confusión. La historia acabará aclarando el revoltijo y las contradicciones, el palpitante follón que caracterizaba a Tropicalia, pero al hacerlo acabará con su fervor y con su aroma.

La muestra, subtitulada Una revolución en la cultura brasileña es muy profusa, complicada y, en ocasiones, desconcertante.El comisario de la exposición, Carlos Basualdo, escribe que ésta nació del deseo de comprender la lógica que guiaba la obra de Oiticica y de Lygia Clark, y del intento de situarla en el contexto adecuado. Aún es demasiado pronto para calibrar la importancia de ambos artistas, no sólo para el mundo artístico brasileño, sino como figuras de talla mundial cuyos trabajos siguen inspirando a generaciones de artistas posteriores. Quizá tampoco podamos trazar aún correctamente los límites de su influencia. En muchos sentidos, su arte se resistía a los límites y pretendía acabar con las diferencias entre el arte y la vida, el artista y el público. Todo este discurso se ha convertido en un tópico terrible, en una forma de señalar ambiciones etéreas y vacuas en nombre de la accesibilidad. Pero en los años sesenta los artistas y los músicos brasileños se enfrentaban a límites auténticos y, por muy coloristas, placenteras, sensuales y gratuitas que algunas muestras de ese arte nos puedan parecer hoy, en su momento ésta fue una expresión de resistencia.

"¡Prepárense para quitarse los zapatos y los calcetines y participar!" aconseja un folleto del Barbican. Los signos de exclamación lo dicen todo. ¿Es aquí adonde llevaba Tropicalia, que en cierto sentido era una llamada a la revolución cultural, nacida bajo una represiva dictadura militar en una tierra de atroces desigualdades sociales? ¿Y es a esto a lo que se reducen todos esos jadeos sobre la "estética relacional", una expresión que ya lleva circulando por el mundo del arte más de una década? El pensamiento chirría, al igual que los intermitentes estallidos sonoros de la guitarra "skronk" de Arto Lindsay y el ruido callejero que nos machaca desde un altavoz situado en un zócalo. Los graznidos de los guacamayos de Oiticica son todavía más ruidosos. Tratan de decirnos algo, pero nunca sabremos qué. Aquí hay ruido por todas partes. Fragmentos de música electrónica se diseminan desde la cabina de Assume Vivid Astro Focus, que, situada en el entresuelo, te destroza el cerebro con música e imágenes. El lánguido lamento de Caetano Veloso, cantando Alegría, Alegría durante un festival musical de 1967 -en un momento clave de la cultura musical brasileña-, compite con padres de fin de semana y sus hijos a remolque, que juegan en las instalaciones de Oiticica.

Tropicalia fue un movimiento y un momento. Fue un estado de ánimo, un homenaje a la complejidad del propio Brasil y una de las variantes de la cultura de los años sesenta. También fue el "doble mítico" de Brasilia, la utópica capital moderna que se convirtió en baluarte de la dictadura. Las definiciones de Tropicalia, que se presentó como algo librepensador e indefinible, se escurren como arena entre los dedos. Se ha dicho que Tropicalia fue "una labor de descentralización", un homenaje irónico a lo brasileño y una deliberada contaminación del elitismo cultural nacionalista, esa folklórica identidad querida tanto por la izquierda como por la derecha. Fue un catalizador, algo anárquico y librepensador. Algunos han llegado incluso a decir que no existió o que comenzó en abril de 1967 y terminó con el encarcelamiento de los músicos Caetano Veloso y Gilberto Gil en diciembre de 1968. Gil es ahora ministro de Cultura del Gobierno brasileño y, después de su nombramiento, declaró: "Soy un tropicalista".
Todo esto es lo que el catálogo intenta definir a lo largo de varios cientos de páginas. Al final, lo que uno quiere es rescatar el arte del discurso. Lo cierto es que la exposición supera con mucho el encargo inicial y aunque se dedica mucho espacio a la Nueva Objetividad y al neoconcretismo del que surgió Tropicalia, incluyendo obras tremendas de Lygia Pape, cuadros excéntricos e híbridos de influencia pop, un cerdo relleno en un cajón, escenografías para el teatro, proyectos y maquetas arquitectónicos, moda de la época, portadas de discos y artículos efímeros, se dedica aún más espacio a artistas muy recientes cuyo trabajo podría considerarse continuación del espíritu de Tropicalia. Esto hace que la muestra sea más confusa de lo esperado.
Uno de los mandamientos de Oiticica fue: "Sé un forajido, sé un héroe". En las obras más recientes que hay en la muestra apenas hay indicios de la presencia de forajidos o de héroes. La música de Assume Vivid Astro Focus y de Arto Lindsay es irritante e impredecible, pero las bolsas de muselina colgante con polvos de Ernesto Neto siempre me parecen lo mismo. Desde un punto de vista formal, los homenajes con cremallera que Nelson Leirner rindió en los años sesenta a los lienzos rajados de Lucio Fontana, los juegos de Raymundo Colares partiendo de Mondrian y las manipulables variaciones constructivistas de Lygia Pape en los años cincuenta son más radicales. También los Parangoles de Oiticica, esas espléndidas capas de baile, y los delicados y en ocasiones furtivamente agresivos "objetos relacionales" de Lygia Clark, con los que se nos invita a jugar.
Clark no estaba segura de si lo que hacía era arte o un signo de su propia patología. Era ambas cosas y era realmente original. Su obra, que presenta el tubo de respiración de un submarinista, anteojos de espejo para ser llevados por dos personas, extrañas máscaras en forma de pasamontañas con ojos hechos de estropajo o monos de trabajo con bolsas marsupiales y tuberías umbilicales, pretendía recalcar y desestabilizar la percepción que tenemos de nuestro propio cuerpo. Puede que nos diera reparo llevar esa indumentaria o entrar en su juego, pero la intención de las obras de Clark era realmente catártica. Quizá sus piezas de menor tamaño fueran divertidas, pero también comportaban una amenaza similar a la de los "objetos desagradables" de Giacometti. No acierto a comprender cómo no ha habido en Gran Bretaña una retrospectiva como es debido de la obra de Clark.
A pesar de todos sus fallos, es una exposición muy oportuna. Dejando al margen qué otras cosas fue o no fue Tropicalia, sí constituyó un motor de creatividad. Tenía espíritu y, pese a todos los bochornos de la época, era sensual e inteligente. Sentado y contemplando un antiguo concierto de Gil y Caetano, o fragmentos de su efímera serie de televisión, uno tiene la impresión de que aquélla era una época menos dirigida por los medios de comunicación y por el mercado, anterior a la conversión de la cultura en una industria. En la década de los sesenta, un arte descarriado significaba algo. Hoy en día, sólo está el mercado y dictaduras con nombres diversos.