Image: Entre la coherencia y el consumo rápido

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Arte internacional

Entre la coherencia y el consumo rápido

Lo mejor de 2015: Arte internacional

24 diciembre, 2015 01:00

Tomislav Gotovac: Showing Elle, 1962

Especial: Lo mejor del año

En el año en el que nos dejaron Chantal Akerman y Elena Asins, en el año en que Okwui Enwezor tropezó con estrépito en la Bienal de Venecia y Carolyn Christov-Bakargiev prolongó desde el Bósforo su idilio con el público en su lograda Bienal de Estambul, el escenario institucional del arte contemporáneo internacional permanece gobernado por las alarmantes llamadas al consumo rápido al que nos aboca la frenética mercantilización de la cultura.

El ejemplo de mayor interés y coherencia en un programa institucional lo he encontrado este año en el MoMA de Nueva York. Todavía puede verse en sus salas un conjunto impecable de exposiciones liderado por la dedicada al Picasso escultor, apabullante, o la de Torres García, una figura incómoda para quien aún quiera leer la modernidad en clave canónica. En la sexta planta podemos ver una muestra excepcional, un ejemplo de cómo gestionar una colección institucional, Transmissions: Art in Eastern Europe and Latin America, 1960-1980, que pone en contacto a artistas del este europeo y a coetáneos latinoamericanos. Figuras como Ewa Partum, Ion Grigorescu o Dora Maurer se enfrentan a David Lamelas, Ana Mendieta u Óscar Bony en un diálogo extraordinario. Los fondos del MoMA son, lógicamente, amplísimos, pero la voluntad de ofrecer determinadas miradas en torno a ellos es digna de elogio. Fue una pena, sin embargo, ver a Walid Raad algo desubicado, relegado a espacios menores. Merecía más el libanés.

Abocados como estamos a la mercantilización de la cultura, es cada vez más difícil encontrar programas coherentes

En el Guggenheim causó sensación la retrospectiva de Doris Salcedo, que mostraba tres décadas de trabajo tenso y profundo. Elogios similares despertó la apertura del nuevo Whitney, situado ahora entre el West Village y Chelsea. A los neoyorquinos les gusta mucho, sobre todo su terraza y sus vistas, ya convertidas en un reclamo que sería imperdonable perderse.

En Europa, otra de las instituciones que viene desarrollando un programa riguroso y coherente es el Museum der Moderne de Salzburgo, dirigido por Sabine Breitwieser. Sus exposiciones de Andrea Fraser y de Etel Adnan fueron excelentes. Una de las citas del año fue la retrospectiva de Agnes Martin en la Tate. Si conseguías evitar las hordas de turistas la experiencia era notable. A pesar de un arranque de exposición dudoso, la Tate contaba bien a Martin, una artista formidable. No vimos al mejor Jimmie Durham en la Serpentine, un espacio que es capaz de lo mejor y de lo peor, y entre lo peor se encuentra el riesgo de frivolizar con la obra de un gran artista, que es, en esencia, lo que le ocurrió a la de Durham, penosamente comisariada. Sí tuvo Durham una exposición encomiable en la Fondazione Querini Stampalia en Venecia, ciudad donde acaban de clausurarse dos exposiciones estupendas que han producido un entusiasmo mucho mayor que la Bienal de Enwezor: Proportio en el Palazzo Fortuny y, sobre todo, A Slip of the Tongue, la colectiva conisariada por Danh Vo en la Punta della Dogana.

La retrospectiva de Hanne Darboven en Munich y en Bonn fue aplastante, tanto como el fuerte carácter institucional de los centros que la acogieron, Haus der Kunst y Bundeskunsthalle. Y en París, la exposición de Dominique Gonzalez-Foerster en el Pompidou ha resultado algo decepcionante. Tiene el mismo tono grisáceo que ha acompañado a los programas institucionales de la capital gala durante toda la temporada.

@Javier_Hontoria