Image: Contra la represión

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Arte internacional

Contra la represión

15 enero, 2016 01:00

Vista de la exposición Resistencia performatizada. Una antología de estrategias estéticas bajo regímenes represivos en América Latina

El Migros Museum de Zúrich plantea un recorrido por las posiciones artísticas de una treintena de creadores latinoamericanos basadas en la performance como lenguaje de resistencia. La muestra incluye trabajos de artistas ya clásicos de los sesenta y setenta y también jóvenes que perpetúan hoy su mismo espíritu.

En 1981, la artista argentina Graciela Gutiérrez Marx, que entonces tenía 40 años, pidió a su madre que le dejara uno de los vestidos con los que realizaba su trabajo doméstico. Lo cortó la artista en pequeños fragmentos, que envió por correo a diferentes destinatarios dentro y fuera de Argentina rogándoles que le devolvieran las pequeñas piezas de tela por el mismo medio postal. Una vez recibidas, Graciela las cosería de nuevo y devolvería el vestido a su madre. Metamorfosis material es uno de los proyectos de mail art más conocidos de Gutiérrez Marx, realizado en los años más oscuros de la dictadura de Videla. Los trozos de este vestido simbolizan la materialización y visibilización del cuerpo, un cuerpo que restaure la dignidad, que porte la voz de un yo y mitigue las arbitrarias afrentas contra una subjetividad violentamente atacada; que constate la presencia física del individuo, sometida al riesgo perenne de la desaparición y que restituya el papel de la mujer en sociedades abiertamente machistas. Un cuerpo que legitime, en suma, el derecho a la disensión.

Gutiérrez Marx es una de las 31 artistas que conforman esta exposición que podríamos traducir como Resistencia performatizada. Una antología de estrategias estéticas bajo regímenes represivos en América Latina. El título es inapelable y no llama a engaño. Se trata de vincular el desarrollo de la performance, y principalmente las exploraciones en torno al cuerpo, a las dinámicas de contestación a la represión ejercida por los poderes dictatoriales en diferentes países latinoamericanos y en momentos históricos distintos.

Se centra la muestra en las décadas de los sesenta, setenta y ochenta, tras las que se produce un salto temporal hasta nuestros días. Por lo tanto, y como ocurrió con la exposición Perder la forma humana, que organizó el Museo Reina Sofía en 2012, se trasciende la imagen ya canónica de los movimientos artísticos revolucionarios de los años sesenta y setenta para observar los desarrollos estéticos de los ochenta, no tan conocidos pero no por ello menores en su intensidad crítica.

La comisaria, Heike Munder, directora de la institución, se atreve incluso a incluir obras de artistas jóvenes activos en nuestros días, como la chilena Voluspa Jarpa, el mexicano Pedro Reyes o el colombiano Carlos Motta. Una posible justificación para esta inclusión residiría en el vínculo entre el tipo de represión ejercido por sátrapas de otro tiempo y ese otro yugo de signo económico que menoscaba las libertades de las sociedades contemporáneas. En principio, no está mal vista esta relación, pero recorriendo las salas baja y primera del Museo uno no acaba de encontrarle un sentido a la presencia de esas posiciones contemporáneas. Me parecen obras notables, pero tienen otra temperatura, pues se acogen a un tipo de performance ligada no tanto a la posible incidencia real en el conflicto -la que sí persiguen sus mayores- como a su mera representación.

Para um corpo nas suas impossibilidades, de Martha Araújo

En ellas se ausenta también la radicalidad, la precariedad y la asombrosa eficacia de las acciones más emblemáticas de artistas como 3Nós3, colectivo brasileño activo en Sao Paulo entre 1979 y 1983, que realizó una serie de intervenciones que transformaban el curso normal de la cotidiano. Se trataba de interrumpir el fluir normativo del día a día, secuestrado por un poder político que se apropiaba y reglaba a su antojo el espacio público. Tenían ese punto gamberro de las acciones que la chilena Lotty Rosenfeld hacía por aquellos mismos años en diferentes lugares del mundo, desde el desierto de Atacama hasta la mismísima Casa Blanca, con las que pretendía irrumpir en el fluir normal del tráfico a partir de sencillos gestos en apariencia inocentes. Rosenfeld también formó parte del Colectivo Acciones de Arte (CADA), un grupo de artistas situados en los márgenes del sistema institucional cuyas intervenciones y acciones se completaban con la participación de la audiencia.

Lo más convincente de la exposición es, tal vez, la presencia de un conjunto extraordinario de mujeres brasileñas formado por Sonia Andrade, Martha Araújo, Lenora de Barros, Anna Bella Geiger, Anna Maria Maiolino y Letícia Parente. En una indisimulada reprobación a las estrategias de negación de la subjetividad con las que el poder reprime con frecuencia al espectro femenino, las radicales acciones de De Barros y de Maiolino vinculan el cuerpo y el lenguaje. Y tras las aparentemente sutiles acciones de Letícia Parente se esconde una mordaz crítica a la persistente intromisión que la autoridad hace en el espacio privado, a la tortura sistemática y al temor a la denuncia.

El Migros Museum se encuentra en el célebre Löwenbräu de Zúrich, uno de los centros neurálgicos del sistema artístico europeo en un país poco sospechoso de querer entorpecer el desarrollo del programa neoliberal. Por razones evidentes, Resistencia performatizada no es una exposición del gusto del ambiente institucional suizo pero lo sería menos si hubiera resuelto su montaje con mayor audacia. La comisaria ha optado por un planteamiento limpio y minimalista, y las obras se diluyen en la arquitectura del centro, recien rehabilitado. La institución, por tanto, se impone al contenido, y crea un problema pues, como se sabe, la principal ambición de estos artistas fue reaccionar a las imposiciones de los poderes oficiales. Así pierde fuelle el muy estimable registro de lo que fueron aquellas vigorosas propuestas. Una pena.

@Javier_Hontoria