Giacometti, bajo otra luz
Vista de la exposición de Giacometti y Bruce Nauman en la Kunsthalle de Frankfurt
En el cincuenta aniversario de su muerte, dos exposiciones en instituciones europeas se acercan a la obra del artista suizo Alberto Giacometti. La primera la vemos en una de sus "casas", la Kunsthaus de Zúrich. La segunda, en la Schirn Kunsthalle de Frankfurt, enfrenta su obra a la de Bruce Nauman, otro coloso del arte del siglo XX.
El primer gran momento de la exposición lo encontramos en las obras de finales de los años veinte, en especial algunas de las soberbias cabezas presas aún del rigor geométrico, con sus rasgos faciales en forma de levísimas concavidades que producen extraordinarias modulaciones lumínicas. De 1934 es el magnífico Cubo, perteneciente a una época surrealista de la que Giacometti tenía ya un pie fuera. En la perspectiva incondicionalmente antropomorfa de su trabajo, estas obras poseen una marcada cualidad arquitectónica.
Tras dejar atrás su formidable Le Main, de 1947, que da cuenta no sólo de su decidido regreso a la escuálida y lóbrega figuración que caracterizarían sus últimos veinte años de trabajo, vemos otro de los highlights de la muestra en una reconstrucción de su exposición en Tate Britain en 1965, en la que un Giacometti ya mayor enfrentó las obras en escayola a las que resultan de su posterior fundido en bronce, evidenciando la importancia de aquella como material y equiparándola a este en términos de "nobleza".
Un Giacometti mucho más canónico se enfrenta en Frankfurt a Bruce Nauman (1941) en un diálogo organizado por la Schirn Kunsthalle. Poco sabría el escultor helvético de las andanzas del aún jovencísimo artista estadounidense, que todavía no había realizado ninguna exposición cuando Giacometti murió, y lo cierto es que Bruce Nauman nunca se ha pronunciado con rotundidad sobre la influencia que sobre él pudo haber tenido el suizo. Una primera reflexión situa a ambos en un plano similar a la luz de cierto pensamiento existencialista. Cuando el Giacometti, pasada ya la guerra, comenzó a realizar sus esbeltas esculturas antropomorfas, se dijo de ellas que eran la encarnación de la alienación y del ocaso (Sartre escribió el texto del catálogo de la exposición de 1947 en la que se incluía Le Main), y cuando Nauman comenzaba a trabajar en su estudio californiano en aquellos precarios primeros años de carrera, aquellos años en los que la consigna era hacer, hacer y hacer hasta saber qué es lo que no había que hacer, encontró sus primeros resultados en la reformulación del texto y del espacio a través de las lecturas de Beckett, a quien le unen fuertes lazos.
Una de las obras de Giacometti en la exposición de Zúrich
Sería, sin embargo, muy reductor ligar exclusivamente a ambos artistas con esa tendencia. De lo que no hay duda es de que el proyecto ha logrado aunar unos préstamos fabulosos, y es una ocasión estupenda para acercarse a la obra de uno y de otro y en algún caso, sí, escuchar el eco de sus inquietudes comunes, de afinidades más o menos evidentes, que las hay. Es fácil observar asuntos que manifiestan vibrantes vínculos entre los dos artistas y otras que flirtean con la obviedad. El trabajo en el estudio es un tema que en sí mismo podría ser objeto de una exposición, pues se aprecian con claridad las enconadas relaciones figura-espacio y acción-espacio en la obra de ambos. El espacio de Nauman está bien contado en Frankfurt, pero el de Giacometti se ve mejor en Zúrich.Nauman ha explorado en profundidad el tema del cuerpo en sus ya cinco décadas de trayectoria. Lo hizo desde una perspectiva "desescultórica", en la que los moldes de escayola tuvieron una poderosa centralidad. Aquí se encuentran las relaciones más interesantes entre los dos artistas y también entre las dos exposiciones, tensadas, cuando no rotas, las relaciones con sus respectivas tradiciones y contextos.
@Javier_Hontoria