Gómez-Pablos, más allá del soporte
Esta retrospectiva de Gómez-Pablos ordena una trayectoria tan dilatada como fecunda, en la que ha transitado por caminos expresivos múltiples, desde la abstracción a la figuración de carácter cubista o expresionista
Para conmemorar el cuadragésimo aniversario de su primera exposición en el Club Urbis, presentada por el ilustre crítico Juan Antonio Gaya-Nuño, Mercedes Gómez-Pablos (Palma de Mallorca, 1940) ha tenido la inmensa fortuna de inaugurar bajo el título de "40 años después", el maravilloso espacio del Centro Templo de San Marcos, en Toledo, un lugar privilegiado para realizar una muestra artística.Esta retrospectiva de Gómez-Pablos ordena una trayectoria tan dilatada como fecunda, en la que ha transitado por caminos expresivos múltiples, desde la abstracción a la figuración de carácter cubista o expresionista, sin olvidar el mensaje de denuncia social de la injusticia que sufren los más desfavorecidos en una sociedad marcada por el más insolidario de los mercantilismos.
La exposición comienza con media docena de bodegones cubistas de exacerbadas formas más vinculadas a Gris que a Picasso. En estas obras se produce una decantación por los cromatismos fuertemente contrastados y la yuxtaposición objetual de los elementos pictóricos. En esa misma línea expresiva, hay otro conjunto de pinturas, en las que se representan flores y plantas, que crecen más allá del soporte, que tratan de colonizar el exterior de la tela y en las que coexisten formas naturalistas, expresionistas y abstractas, con valor especial de la materia en determinadas zonas de la composición tratadas como manchas coloristas, fundamentalmente en los fondos de las pinturas.
En los años cincuenta, Gómez-Pablos es una artista incipiente pero ya expresionista, que conjuga el golpe de espátula, las formas concebidas como exageraciones del natural, como interpretaciones deformadas de las cosas. La pintora mallorquina no trata de representar una realidad concreta, sino de proyectar en el espacio del cuadro los aspectos esenciales que la determinan.
Roberto Domingo, Picasso, Pérez Villaamil, Pepe Caballero, Juan Barjola o álvaro Delgado se aproximan al fenómeno taurino desde perspectivas estéticas antagónicas pero siempre referidas a una estética figurativa, porque la Fiesta Nacional tiene unos símbolos que hay que preservar y transmitir como propios. Gómez-Pablos, sin embargo, ofrece una nueva lectura del arte de Cúchares, sustanciada en una visión informalista y abstracta que, pese a todo, puede rastrearse como una original manera de aproximarse a la lidia, con reminiscencias de Clavé, Millares y Viola, lo que quiere decir que ha conseguido fusionar tres estilos tan diferentes para hablar de los toros. Los lienzos blancos y negros rasgados son incorporados como una metáfora de la vida y la muerte.
La serie de retratos mezcla los históricos, la interpretación de algunas obras fundamentales del arte de todas las épocas -básicamente "Las Meninas"- y una galería femenina representada por un conjunto de siete niñas, adolescentes y jóvenes muchachas, todas pintadas de medio cuerpo, que también podría entenderse como la plasmación del paso del tiempo. En la pared contigua, hay un grupo de desnudos femeninos de formas rotundas, aparentemente carnales, entonados en grises -los colores del alma-, que aparecen como formas ectoplásmicas, como negativos fotográficos, en una calculada ambigöedad que desarrolla, en dos planos, la versión completa del sueño y la realidad.
Sus paisajes, que semejan una especie de Corralas, son la parte menos interesante de la muestra, sobre todo porque las composiciones son bastante parecidas y las dificultades de resolución no son muchas. Por el contrario, hay que hablar del estilizado y casi modiglianesco "Cristo" que está situado en el centro de la sala de abajo, condenado a la soledad pero eje de todas las miradas. Esa figura es tan cercana quizá por la sencillez con la que está resuelta, hecha a la medida de los hombres. No se puede mencionar el ajusticiamiento de la divinidad, porque Gómez-Pablos lo que ha conseguido es proyectar en él nuestras miserias, como si uno de nosotros hubiese expirado en la cruz, y esa identificación es la que nos mueve a la piedad y a la solidaridad.