Las imágenes fugitivas de Viñes
Sobrino del compositor Ricardo Uñes, alumno de Maurice Denis, amigo de Falla y de Picasso, su biografía aparece entrelazada con la de buena parte de los vanguardistas españoles del primer tercio de siglo. De hecho, hay una foto de grupo del homenaje que se le rindió en Madrid en 1936, que supone una auténtica antología de los artistas del momento. Quizá el mejor broche para cerrar esa época lo represente su participación como secretario general del pabellón de la República Española en la Exposición de París de 1937. Después vendrían años duros, que sin embargo apenas oscurecen los tonos de su paleta.
Vale la pena hacer la prueba de contemplar los cuadros de Viñes sin mirar las fechas. Probablemente seríamos incapaces de ordenarlos. Después de una primera época, en los años veinte, completamente coherente con lo que eran las tentativas de un "arte nuevo" en el ámbito peninsular, Viñes aparece como un cubista picassiano. Y más tarde se desliza hacia un surrealismo emparentado con el que en aquellos mismos años llevara a cabo un Bores. La pintura más característica de Viñes, la que más aprecio, es casi fauvista, intensa en su colorido y fuertemente estructurada en su composición. Y eso lo pinta cuando el fauvismo está ya en los libros de historia. Viñes ha recorrido el arte del siglo escogiendo aquí y allá lo que más le ha interesado para poder plasmar esos deliciosos momentos de calma diáfana, de tranquila existencia de los objetos en su soledad. "Esas cosas tan fugitivas y difíciles de reflejar me gustan mucho", declaraba el pintor. Y creo que conseguía reflejarlas.
De todas estas épocas hay excelentes muestras en esta exposición retrospectiva, que abarca de 1927 a 1983. No ha habido en España muchas oportunidades de conocer en extensión la obra de Viñes, que tuvo que esperar a 1965 para poder celebrar la que fue su primera exposición individual en nuestro país. Se trata, pues, de una buena ocasión para hacerlo.