Exposiciones

Variaciones de Picasso

28 noviembre, 1999 01:00

Centro Cultural Conde Duque. Conde Duque, 9 y 11, Galería Elvira González. General Castaños, 9. Madrid. Hasta el 9 de enero

Decía Borges de Quevedo que más que un autor, era toda una literatura. Es fácil trasladar esa afirmación a Picasso: más que un artista es toda una historia del arte. Autores más críticos, o críticos más artistas, como lo es John Berger, han mantenido en cambio una actitud desengañada: Picasso pinta sin tratar de hacerlo mejor, negando la idea misma de "progreso", Pinta frenéticamente para demostrarse a sí mismo que sigue siendo el que era antes, Humanamente está destinado a estar solo. En términos del arte eso significa que se agotan sus temas. No se agotan sus emociones ni sus sensaciones pero sí sus temas. Por eso pinta variaciones una y otra vez. Y en la mejor tradición de la pintura, una vez que ha pintado el mundo que le rodea, toma escenas de ese otro mundo creado por artistas anteriores y realiza versiones de sus cuadros. Tras su muerte, un notario certificó que conservaba cuarenta y cinco mil obras.

Todas estas notas sirven de pórtico para advertir que, aún hoy, una exposición de Picasso (dos, en esta ocasión) sigue ofreciendo, si no motivos para la sorpresa, sí para el goce y el asombro. Es el caso de la muestra que se exhibe en la galería Elvlra González, en realidad una pequeña retrospectiva que abarca desde 1904 a 1970, Dibujos, pinturas, esculturas, grabados y cerámicas entre los que destaca un bodegón de 1914, aún atrevido en su equilibrio de alegría y seriedad. Y junto a él, un magnífico conjunto de dibujos de la época clásica. La jovialidad está presente a través de los años y los soportes, como la huella dactilar de su espíritu.

La muestra que se exhibe en el Conde Duque está compuesta de litografías procedentes del Museo Picasso de París y tres esculturas de colecciones particulares. Se trata de una muestra del mayor interés para conocer el trabajo de Picasso en un campo tan especial como es el del grabado litográico. Una técnica que había sido sobreexplotada y en este siglo iba camino del olvido. Picasso empezó a utilizarla en los años veinte, sin mayor entusiasmo, plasmando dibujos de su período clásico. Pero cuando volvió a acercarse a ella, tras el paréntesis de la guerra, la exploró en todas direcciones y produjo pequeñas obras maestras. El grabador litógrafo que acompañó a Picasso en esta época fue Fernand Mourlot, que en sus memorias ha contado que el artista trabajaba la litografía de manera no sólo contraria a las costumbres, sino a las reglas más elementales de la profesión. Picasso realiza series con los "estados" de un mismo dibujo, Imprimiendo, borrando, volviendo a dibujar, entintando de otra forma. La serie de Las mujeres de Argel, inspirada en el cuadro de Delacroix, es un ejemplo bien representado en esta muestra. Lamento que de la serie que más me conmueve, los once toros realizados entre diciembre de 1945 y enero del año siguiente, sólo se muestren tres "estados". De todas maneras bastan para asistir a una metamorfosis plástica cuya rotundidad la convierte en una transformación ontológica. El bronco toro de España se petrifica en un cubismo de muescas y esquirlas como de pedernal. Recorre otras moradas de la forma y acaba convertido en una especie de esquema lineal animalizado por una cabecita. Picasso ya había aplicado la técnica del collage, y de ahí salieron El circo y las corridas de 1945, también presentes en esta muestra. A finales de los cincuenta Picasso empieza a utilizar el color, pero en su caso preferirá "todos los colores'". Mourlot cuenta: "¡Había utilizado los veinticuatro colores, además del negro, lo que suponía veinticinco láminas! (...) Se reía como un loco (...) Al cabo de diez días envié las pruebas a Picasso. ¡Estaba atónito!"... Y entre tantas piruetas el rostro puro, veraz, monocromo y ligeramente vuelto hacia nosotros de Marie-Thérése Walter, tal y como le miró por vez primera.