Exposiciones

Silencios y secretos de Sicilia

16 enero, 2000 01:00

"de los espejos", 1999. üleo y cera sobre madera. 252 * 162

Galería Soledad Lorenzo. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 19 de febrero. De1.200.000 a 6.000.000 pesetas

Creo que Sicilia se interesa más por el proceso secreto que acontece en lo profundo de sus estanques de cera y por todo aquello que enhebra azar y vida que por hacer su pintura mediante los gestos y pinceladas tradicionales

Hace ahora algo más de tres años encabezaba mi crítica a la exposición de José María Sicilia (Madrid, 1954) en esta misma sala con una entusiasta salutación al regreso del color a su pintura. Me pareció, entonces, que esa vuelta al colorido le liberaba de cierta cárcel impuesta, cuyos barrotes eran por una parte el aparato técnico empleado -ese persistente sometimiento a las leyes de la cera- y, por otro, el uso exclusivo de las transparencias y del color blanco (más bien un blanco crema, "cerúleo", y nunca mejor dicho). Un año más tarde, sin apenas respiro, Sicilia repetía exposición en el Palacio de Velázquez, que fue, diez años antes, el espacio de su consagración como uno de los más importantes pintores españoles del último tercio de este siglo. L"horabaixa, después de un primer momento de deslumbramiento -sugerido por una inteligencia escenográfica que se veía favorecida, además, por la amabilidad del color-, dejaba ver, a mi juicio, titubeos, vacilaciones y, ¿por qué no?, algo de producción en serie. Una opinión en la que me afirmaría meses después en una precipitada visita al estudio mallorquín del artista en el verano del 98. A poco de ésta debió iniciar Sicilia la serie que ahora presenta con el título De los espejos. Diré, en primer lugar, que no puedo emitir sobre la misma sino un parecer tan ambiguo como oscilante, pues, y es una sensación que no creo propiedad exclusiva, por una parte me fatiga, sin que sepa a todas luces por qué, su terca insistencia en un soporte que grava la obra con tantos requisitos y al que, en ocasiones, considero una mera excusa para la levedad de lo que en esa pintura acontece; por otra, sin embargo, he de admitir mi respeto por un artista que me parece empeñado en la búsqueda de un mundo de experiencias y significados tan singulares y fuera del tiempo como singular es su figura y tan coherentes como terca es su voluntad.

En esta ocasión han vuelto, además, las texturas; una vía por la que intuyo un vuelco hacia el mejor Sicilia. He dicho experiencias, porque creo que Sicilia se interesa más por el proceso secreto que acontece en lo profundo de sus estanques de cera y por todo aquello que en su obra enhebra azar y vida -no saber cuál ha de ser el resultado final, asistir al afloramiento de los colores inyectados, contemplar los insectos atrapados en la materia oleosa, seguir las huellas de los que han sucumbido después de un penoso trayecto, excavar en los agujeros abiertos por el aire en la base-, que por hacer su pintura mediante los gestos y pinceladas tradicionales. Tal como persigue un modo del silencio personal, persigue, también, ocultarse, desaparecer tras una superficie y un volumen que tienen vida propia. Digo coherencia, porque en el transcurso de la última década se ha mantenido fiel a una exploración metafórica que ha hecho de la luz camino de múltiples direcciones -una luz que, en esta ocasión, y curiosamente, por más que ahora sí apaga sus luminiscencias y entenebrece los colores, no se apaga-; porque incluso en la elección de éstos pueden rastrearse sus orígenes en aquellos que fueron -desde los verdes y tierras a los rojos furiosos- su paleta particular; porque su inclinación por la presencia secreta y muda de las flores puede ser o no compartida, pero eso no le resta un ápice a la intensidad de su vivencia y a la prodigalidad de sus tanteos.

Pero, como ocurriera en 1996, la exposición no presenta un único componente, éste de las pinturas de cera sobre el que me he extendido. Una decena de papeles siguen un proceso de realización inverso al de las pinturas: son la estampa de flores prensadas, un rastro del color de sus jugos y pigmentos impresos sobre dos láminas de papel japonés. De su proceso de producción ha extraído Sicilia, curiosamente, la que me parece poéticamente su imagen más potente. Con las páginas del secante empleado como sustentáculo, empapadas en pigmentos vulnerables a la luz y a los que la exposición a la luz hace desaparecer ha hecho una edición titulada una vez más La luz que se apaga. Debe saber el posible lector que cada vez que abra sus páginas las imágenes desaparecerán un poco y un poco más, hasta difuminarse del todo. Para poder verlo hay que mirarlo las menos veces posibles. Una paradoja sobre lo efímero cabal en Sicilia. Por último, unos animales moldeados por el propio artista-¿cuánto hace ya que se interesa Sicilia por los animales?- actúan a modo de lámparas votivas, con su pequeña luz titilando sobre las paredes de la sala. Estos cocodrilos intervendrán, junto a buhos, ardillas (fíjense en la foto de Sicilia en el catálogo), titís, armiños, etcétera en la instalación que prepara para enero de 2001 en la iglesia compostelana de Santo Domingo de Bonaval.