Image: La obra de arte total

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Exposiciones

La obra de arte total

4 octubre, 2000 02:00

Moholy-Nagy: "Los cuentos de Hoffman", 1929. Boceto para la escena en casa de los Crespels

El teatro de los pintores. Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 20 de noviembre

De forma paralela a la renovación que tuvo lugar en las artes plásticas durante las primeras décadas del siglo XX, se desarrolló una importante renovación de la escena. Tal vez por compartir una época de transformaciones que en esos años parecía que podían conducir a destinos extraordinarios, se produjeron momentos de estrecha colaboración entre pintores y directores de escena (y también por explorar las posibilidades de una obra de arte total). En el siglo anterior pintores como Toulouse Lautrec, Bonnard, Maurice Denis o Munch habían realizado aportaciones plásticas a determinadas obras de teatro. Sin embargo, la época dorada de esa relación atañe al período de las "primeras vanguardias". Es importante señalar que dicha relación contribuyó a la renovación del teatro y al desarrollo de nuevos conceptos en las artes visuales.

A partir de estos presupuestos, su comisaria, Marga Paz, ha desarrollado una exposición que no dudo en calificar de interesantísima. No ya por las obras que reúne o lo oportuno de su realización, sino por algo difícil de definir y poco frecuente de encontrar, que podríamos llamar "capacidad de evocación". La sutil impresión que nos produce como espectadores se debe también al alto porcentaje de ensoñación que hay disuelto en las salas. Ensoñación que procede del propio teatro, ese sueño colectivamente aceptado, que procede también de las esperanzas de una época que llevó en su seno el germen de los sueños y las pesadillas de un siglo; ensoñación finalmente por lo acertado de la combinación de obras originales, fotografías, maquetas y vestuarios, en un montaje que por sí mismo dramatiza cuanto contiene.

La exposición se compartimenta en cuatro ámbitos geográficos. El más conocido es el París de los ballet rusos y los ballets suecos. Diaghilev, director de los primeros, llevó a cabo entre 1909 y 1929 una revitalización de la escenografía, requiriendo la colaboración de artistas fundamentales de la época, como Braque, Delaunay, Matisse, De Chirico, Ernst, Sert o el propio Picasso. La corta vida de los ballets suecos, dirigidos por Rolf de Marée también en París, tuvo una trayectoria si cabe aún más vanguardista, contando con artistas como Picabia, Léger o De Chirico. Otro ámbito es el de la Italia futurista, cuya vocación de interdisciplinariedad condujo, a partir de 1915, a artistas como Depero, Prampolini y Balla a la creación de un teatro dependiente de la plástica. Por su parte, el teatro de la Alemania de Weimar es de un tono muy diferente. Frente a las escenas de fuegos artificiales, los ballets futbolísticos o las divertidas marionetas de los italianos se contrapone la rigurosa experimentación formal propugnada por las Bauhaus de la mano de Schlemmer, Kandinsky o Moholy-Nagy o, en otro sentido, la colaboración entre un dramaturgo político como Erwin Piscator y un genio de la sátira como Georges Grosz. Del teatro como instrumento de crítica social al teatro como instrumento para la construcción de una sociedad nueva: ésta es la diferencia entre el teatro alemán y el soviético de aquellos años. El Lissitzky, Popova, Malevich, Rodchenko, Stepanova... prácticamente todos los nombres importantes de la vanguardia artística rusa colaboraron con dramaturgos innovadores como Meyerhold o Tairov.

Resulta muy difícil resumir en unas líneas el recorrido por las 250 obras que contiene la exposición. Sólo me gustaría pues advertir al lector de que aquí no va a encontrarse con una serie de obras menores de grandes artistas, sino con algunas de aquellas en las que dejaron mejor plasmada su visión plástica, la aplicación de su arte a la vida real a través de la ficción del teatro.