Estudio de bodegón, 1999. óleo sobre lienzo, 51 X 61

Pinturas, titula Arturo Guerrero (Madrid, 1960) su exposición en la Galería Sen. Lo genérico del título está, en ese caso, justificado. A primera vista podrían parecernos otra cosa: desde frescos a cualquier técnica de impresión. Es ciertamente peculiar la textura visual de estos cuadros, que desde luego no resiste la prueba de su reproducción fotográfica. La luminosidad de los colores se combina con una ambigöedad de contornos que nos sugiere el recorte, la plancha entintada, el arañazo. Todo ello se alía con una composición ordenada, en la que la geometría tiende a imponerse. La formación de Guerrero como arquitecto no debe ser ajena a esta vocación de claridad. Tampoco su preferencia por objetos del entorno inmediato: libros, copas, puertas, casas. Todo ello representado en curso de convertirse en abstracciones. Bien porque queda sintetizado en formas geométricas, o bien porque el punto de vista muy cercano de la representación nos distrae de una visión coherente de la totalidad. Hay en las composiciones que podríamos llamar "urbanas" una planimetría vertical que recuerda a Klee, aunque con formas de mayores dimensiones y colores más entonados. Frente a estos cuadros aparece otra sugerencia: la de la escritura, la de estar contemplando una imagen esquematizada que deviene en gramática de formas. La obra de Guerrero adquiere una dimensión épica: acomete la tarea de transformar la representación en palabra.

Para terminar, me gustaría señalar al visitante dos cuadros: Estudio de bodegón, una composición aérea, casi transparente y por otro lado asentada en el espacio -se realizó hendiendo con un clavo la superficie pictórica-. El otro es Piscina, una visión personal de un icono del arte moderno. En ambas obras se conjugan mirada individual y atención hacia la historia de la pintura. En ese equilibrio y en todos los que antes he ido describiendo reside la encomiable calidad de este artista.