Image: Cien años de arte en la Mancha

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Exposiciones

Cien años de arte en la Mancha

15 noviembre, 2000 01:00

G. Prieto: Postismo nº 4, 1960-65

Memoria y modernidad. Centro Cultural San Marcos. Trinidad, s/n. Toledo. Hasta finales de diciembre

La muestra trata de revisar cómo los artistas de la modernidad han convertido las tierras castellano-manchegas en astunto de su práctica artística

Leyendo los textos -ricos y llenos de interés- del catálogo de la exposición, que trata de revisar cómo, en los últimos cien años, los artistas de la modernidad han convertido las tierras castellano-manchegas en asunto de su práctica artística, y recorriendo las pinturas y esculturas -de selección no siempre justificada o bien definida- de esta misma muestra, recuerdo la opinión de Duchamp sobre El acto creativo, explicando cómo en toda actividad de creación se produce una diferencia entre intención y realización, diferencia de la que no suele ser consciente el autor, sino el espectador, quien llena así una especie de vacío y toma parte en el acto de crear. En una exposición tan ambiciosa y dilatada como ésta merece la pena caer en la cuenta de esa diferencia entre proyecto y logro, para evitar malos entendidos sobre la dimensión cultural del tema, así como para calibrar ausencias de lo deseable y presencias de lo irrelevante. Y es que ¿cómo conseguir préstamos bastantes y testimonios suficientemente significativos para expresar en una exposición el cúmulo de trabajos realizados por el discurso del arte moderno sobre emblemas como Toledo o Cuenca y sobre un paisaje tan representativo de lo español como el del alto llano manchego? En cualquier caso, resultan evidentes la nobleza de la propuesta de Delfín Rodríguez y los apoyos prestados por la Caja de Castilla La Mancha.

La exposición se inicia con las sugestiones de un paseo sobre el tiempo de nuestra incorporación a la modernidad, entre la generación del 98 y el final de la guerra civil. Se ofrecen testimonios de la pervivencia de la tradición en artistas locales tan expresivos como Ricardo Arredondo y los fotógrafos Casiano Alguacil y Ortiz Echagöe, para concluir con el diálogo vanguardista mantenido por las obras de entreguerras -las mejores de ambos- de Benjamín Palencia y de Alberto Sánchez, pasando por los documentos fotográficos de la reunión de la Orden de Toledo -de artistas y alumnos de la Residencia de Estudiantes- bajo la convocatoria de Buñuel. Junto a piezas menudas de Regoyos y Sorolla, se exhibe una inédita y espléndida Vista de Toledo, de Zuloaga, y el óleo de Wifredo Lam La casa de la sirena, recordatorio de su residencia en Cuenca y aviso de que otros muchos maestros internacionales de las primeras vanguardias visitaron y residieron por estos pagos, como lo hicieron David Bomberg, Diego Rivera, Gottlieb, Picasso, Masson, Max Jacob, Lothe... La segunda parte trata de la relación arte-dictadura (1939-1975) y se desarrolla en torno a cuatro hitos: artistas manchegos neofigurativos relacionados con el Certamen de Pintura de Valdepeñas (Guijarro, úbeda, Donaire); realistas mágicos del círculo de Antonio López (uno de los espacios más bellos de la muestra); realistas de Estampa popular, con José Ortega a su cabeza; y maestros de las segundas vanguardias afectos al Museo de Arte Abstracto fundado por Zóbel en Cuenca en 1966. En fin, y como es lógico por su cronología no cerrada, la parte tercera de la exposición, dedicada a la postmodernidad (1975-2000) resulta ser el capítulo menos convincente. ¿Se puede aceptar al grupo Tolmo como postmodernidad?; ¿por qué valorar tanto la movida madrileña en una exposición sobre Castilla La Mancha, incluyendo a autores en absoluto "manchegos"?; ¿cómo no destacar proyectos y logros de la Facultad de Bellas Artes y del Museo Internacional de Electrografía de Cuenca? Son cuestiones en curso, temas candentes en los que el color local amplía su frontera hacia una apropiación de la postmodernidad que todavía parece pendiente.