Image: Daniel Blaufuks, fría desolación

Image: Daniel Blaufuks, fría desolación

Exposiciones

Daniel Blaufuks, fría desolación

22 noviembre, 2000 01:00

Sin título. Cibachrome, 120 x 150

Galería María Martín. Pelayo, 52. Madrid. Hasta el 10 de enero. Precio único: 350.000 pesetas

Las fotografías de Daniel Blaufuks (Lisboa, 1961) son especialmente frescas, tan frescas que pueden meter el frío en los huesos de quien las contempla. La frescura está en su mismo origen: tomas de polaroid con un aspecto bastante casual. Proviene también de la falta de complicación con que están expuestas en la galería: meros papeles fotográficos de gran formato grapados a la pared, en los que se reproduce -carta de colores incluida- la imagen original. Su contenido es aún más frío, ahora veremos por qué. Me interesa, en cualquier caso, señalar esa pasión por las bajas temperaturas, que Blaufuks exageraba hasta la parodia en su exposición anterior en esta misma galería. Entonces, con el título Flores para Walt y otras historias, mostraba fotografías de objetos congelados, subrayando así esa pretensión de detener el tiempo que parece consustancial a la imagen fotográfica.

Ahora la frialdad es interna y atañe a la emoción que produce en el espectador. Son retratos de algo que podríamos llamar desolación y que consigue sacar muy parecida a como es en realidad. Encarnada en personas: hombres y mujeres que se abandonan a ese tipo de gestos que uno hace cuando está a solas. Soledad que emana de los paisajes vacíos, ya sean carreteras sin salida o comercios iguales a cualquier otro en cualquier lugar del mundo. También hay soledad en los grupos de transeúntes que se agolpan en un túnel o caminan aislados en un espacio público sombrío.

Creo que Blaufuks corre el riesgo de resultar trivial en algunas de estas fotografías, algo que lamentablemente se podría decir de muchos otros nombres sonoros de la fotografía actual. Las imágenes que me parecen más logradas, o lo que me interesa más de todas ellas, no sé si es aquello que el artista valora más. Me refiero a cierta luz que flota en una piscina o que raya como piel de tigre una inmensa sala. En ese melancólico derroche, por inútil, de la belleza, late una poesía poderosa, una posibilidad de mostrar la biografía de lo inmaterial con una pertinencia hipnótica. En esos casos el colorido se vuelve suntuoso, irreal y verosímil, como el de un fotógrafo fauvista. La luz dibujando arabescos en un túnel señala una dirección de la que no deberíamos desconfiar.