Image: El último Óscar Domínguez

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Exposiciones

El último Óscar Domínguez

17 enero, 2001 01:00

Galería Guillermo de Osma. Claudio Coello, 4. Madrid. Hasta el 9 de marzo. Desde 500.000 pesetas

En la no muy numerosa, pero sí densa programación de Guillermo de Osma, la figura de óscar Domínguez ha merecido atención especial y continuada. A la inclusión en algunas de sus muestras colectivas, añade, con ésta, si no me equivoco, cuatro exposiciones individuales, una sobre obra fundamentalmente de los años treinta, en 1994; la que en 1996 reunió sus decalcomanías surrealistas; la Colección documental Eduardo Westerdahl / óscar Domínguez, que tuvo lugar a finales de 1999; y, por último, ésta, previamente inaugurada en la galería Oriol, de Barcelona, que aborda los años cuarenta y cincuenta.

Deber reseñarse, sin embargo, la importancia del preámbulo a ese más numeroso conjunto de obras, conformado por un objeto de funcionamiento simbólico y dos cuadros de 1939. El objeto, Jeux, ha sido tema, al parecer, de discusión en cuanto a la fecha exacta de su realización, cuestión que han de resolver definitivamente los expertos, por más que resulte razonable y comprensible su datación entorno a la segunda mitad de los años treinta, como ahora se propone. Como fuere, es una pieza extraordinaria, plena de sugerencias, que combina excepcionalmente la intensidad salvaje de su exótica apariencia, con la perversa insinuación de una violencia más sofisticada, propia del desvarío.

Los dos cuadros, Paysage cosmique y Toros moribundos, nos remiten a dos momentos significativos de ese último tramo de la década. La vertiente cósmica de su obra, que lo aproxima por primera vez a la abstracción, y que mereció los elogios más que encendidos de André Breton en su Des tendances les plus récentes de la peinture surréaliste, publicado ese mismo año en la revista "Minotaure"; y el drama de la guerra civil española, escenificado, muy a la española, mediante su analogía taurómaca.

Al menos cinco de las piezas ahora expuestas formaron parte de la antológica que le dedicó el Museo Nacional Reina Sofía hace algo más de cuatro años; pertenecían entonces a colecciones particulares francesas y españolas. Paisage cosmique (1939); Los caracoles (1940); Revólver au bilboquet (1944); Retrato de Jaroslav Solç (de 1948, Solç fue un escultor checo al que conoció, seguramente, con motivo de la exposición Arte de la España republicana, que se celebró en Praga en 1946) y Le bateau (1950). Uno de los lienzos de mayor tamaño, Maquina voladora (h. 1946), procedente de la colección Henriette Gomes, de París, aparece igualmente reproducido en las páginas del catálogo.

La mayoría de las obras de esta exposición pertenecen a dos décadas de muy distinto significado en la trayectoria de Domínguez. La de los cuarenta, al menos en su segunda parte, fue una de las de mayor capacidad creativa y mayor tranquilidad existencial de Domínguez. También aquélla en que de modo más manifiesto se revela la influencia de Pablo Picasso en su obra. Ciñéndonos a las ahora expuestas parece indudable que el malagueño está detrás de propuestas como la del ya mencionado Revólver au bilboquet, Crucifixión (1946) o, de modo casi literal en sus citas, Figuras en el estudio (1949).

En los años cincuenta, que no vería concluir, pues se suicidó, como sabemos, en 1957, a un primer período que calificaría de ligero y formalmente nítido, transparente y copioso de color, le siguió una vuelta a la experimentación y a la combinatoria de procedimientos ya empleados en años anteriores, así la decalcomanía -que ahora mezclaba con intervenciones discrecionales y figurativas-. Se aproximó incluso, como era lógico a la vista de lo que hacían sus coetáneos, a la abstracción, de acuerdo a una vertiente más lírica que expresionista, más parisiense -pues parisiense fue el carácter más definitorio de su obra- que neoyorquina.