Image: Alvargonzález, espera interminable

Image: Alvargonzález, espera interminable

Exposiciones

Alvargonzález, espera interminable

7 febrero, 2001 01:00

Galería Oliva Arauna. Claudio Coello, 19. Madrid. Hasta el 28 de febrero. De 300.000 a 2.600.000 pesetas

Una cualidad que valoro mucho en el arte contemporáneo es su capacidad para materializar las metáforas. Otro aspecto que también encuentro atractivo es la dificultad de definir el estatuto de sus obras, un recurso barroco donde los haya, que reanima esa categoría -lo "neobarroco"- que sirvió para calificar la cultura contemporánea durante un cuarto de hora. Todo esto y alguna cosa más se me viene a las mientes al visitar la exposición de Chema Alvargonzález (Jerez de la Frontera, 1960) titulada Consigna. Hablar de ella, por otro lado, es deshacer el camino de la encarnación de las metáforas, tratar de anclar lo que tiene su razón de ser en lo movedizo y lo gaseoso.
La escultura, que fue el arte más reacio a incorporar las innovaciones vanguardistas, ha terminado por ser el que ha experimentado las transformaciones más vaporosas a lo largo del siglo XX. Enumerarlas sería una tarea vertiginosa. Hasta el punto de que lo más útil sigue siendo la definición por doble negación de Rosalind Krauss: es escultura lo que no es arquitectura y no es paisaje. Por otro lado, tenemos la fotografía, cuya carrera de éxitos empezó cuando empezaban los apuros de la escultura por ponerse al día. Si entonces se la entendió como el límite de lo artístico, lo que devolvía a la pintura su verdadera esencia, ahora la fotografía ha irrumpido en el medio artístico con una potencia ciertamente envidiable. El lenguaje fotográfico ha explorado multitud de registros, hasta convertirse en un terreno creativo de extraordinario interés.
Escultura y fotografía se conjugan de forma ejemplar en esta exposición, creando finalmente lo que podríamos llamar una obra de arte específica. Maletas que irradian recuerdos, gracias a transparencias fotográficas que iluminan con luz propia el presente. Escenas de ciudades cotidianas que, a través de los ojos de otro, se vuelven legendarias. La acumulación de valijas en la oficina de la galería se convierte así en la consigna a la que alude el título. En la sala, sin embargo, sucede otra cosa. Desde el interior de una maleta surge una proyección: una ventana abierta cuyos visillos agita el viento, mientras se escuchan palabras incomprensibles, terminantes, ominosas. Con esos sencillos elementos se tensa un suspense elegante, ligero, pero no por ello menos apremiante. Nunca pasará nada más de lo descrito, con lo cual la espera se prolonga tanto como nuestra paciencia, pero en esto se ha convertido en realidad la habitación -aunque nada lo indique-, en una Sala de Espera. Para completar la ilusión, un diedro formado por una gran fotografía y un pan de cristal reflectante, que integra nuestra imagen en lo que transparenta, crean la puerta de acceso a este lugar interior en el que todo lo imaginado queda al alcance de la mano. La sensación general es de limpidez y claridad: alguien es capaz de ordenar sus recuerdos y guardarlos en cajas; también de representar el misterior del tiempo muerto o del suicidio de los vivos. La frialdad de la escena es muy propia del arte contemporáneo, que disfruta anestesiando todo sentimentalismo. Por mi parte, abandono la galería convencido de que por esta vez unas imágenes valían por todas las palabras.