Josef Koudelka. La certeza del instante
PHE01
13 junio, 2001 02:00Nord-Pas-de-Calais, Francia, 1989
En la Sala Plaza de España de la Comunidad de Madrid (Plaza de España, 8) se muestra, del 15 de junio al 26 de agosto la última serie de Josef Koudelka, Chaos, en la que muestra, en formatos panorámicos, la destrucción en paisajes naturales y urbanos.
En efecto, en los teatros de Praga, en los tempranos años sesenta, Koudelka fotografiaba repetidamente, durante los ensayos, escenas cuyo guión es evidente que conocía. Ya entonces era consciente, según sus palabras, de que debía ser capaz de obtener "lo máximo" de la escena que fotografiaba. Las repeticiones le permitían intentarlo una y otra vez, pero sin perder nunca de vista que la sorpresa podía surgir en cualquier momento y que la rutina suele convertirse en el peor enemigo del fotógrafo. A comienzos de los ochenta, después de más de veinte años de fotografiar a los gitanos por toda Europa, en uno de los poco frecuentes comentarios que se ha permitido sobre su trabajo, Koudelka afirmaba que su modo de hacer no era sino un desarrollo de su fotografía en los teatros de Praga: "Me interesa lo máximo de una situación dada, y lo máximo que yo puedo producir a partir de ellas. Una parte importante de mi trabajo -con los gitanos- se centra en reuniones, festividades y acontecimientos similares que se repiten año tras año. Conozco la historia, conozco a los actores, conozco el escenario".
Koudelka es honrado también en esto. No intenta engañar a nadie. Hay una cierta "previsibilidad" no sólo en su fotografía, sino en gran parte de lo que suele llamarse fotografía documental. Frecuentemente se nos quiere vender, bajo el epígrafe de genialidad del fotógrafo, lo que no es más que una situación calculada según un guión y una geometría bastante pronosticables. Koudelka no deja lugar a dudas: "Conozco esencialmente lo que va a ocurrir". Y precisamente por eso, dando un paso más, es también capaz de intuir lo casual, lo accidental, lo no previsible, lo que, en un momento dado, puede transformar el accidente y convertirlo en historia. El descontrol puede afectar a la situación, al actor o, quién sabe, al mismo fotógrafo, que debe mantenerse "abierto", en permanente estado de vigilia.
Así de fácil. Ironicemos un poco más. ¿Que para seguir a un pueblo nómada hace falta convertirse también en un nómada, desarraigarse o arraigar cada noche bajo un cielo distinto? ¿Que se debe aceptar, cuando la empresa fotográfica es radicalmente solitaria, que no hay más influencia ni aprendizaje que uno mismo? ¿Que los miles y miles de imágenes que uno produce en tales circunstancias tendrán un destino tan incierto como la propia vida? Minucias, tonterías.
Koudelka persigue la certeza del instante, reconocer el valor que le viene a ese instante desde lejos, atávico, y que lo impregna todo. El nacimiento, el amor, el sufrimiento, la muerte no son así más que instantes en un escenario que, apenas reconocidos, huyen. Sí, el escenario es imprescindible, pero a la vez es sólo un pretexto. El drama épico que se desarrolla en él tiene que ver con los gitanos (Gitanos, 1975; Exilios, 1988), si bien va mucho más lejos. En el dolor o en la alegría de estas gentes podemos reconocernos, aunque la peripecia de la vida nos sitúe en planos sólo formalmente diferentes. Incluso sus paisajes panorámicos (Caos, 2000), tan distantes en apariencia, ahondan en la misma brecha. No es posible renunciar a considerarlos fotografías del escenario -ahora sin personajes-, pero sin olvidar que también en ellos la obra se sigue representando, que sigue acechando el drama que a todos nos alcanza. En su luz oscura, en su soledad, en el vacío de muchos de estos escenarios se puede constatar la potencia de Koudelka, su sentido documental profundamente humano, poético y espiritual, su deseo sincero de rescatar lo mejor de una situación o de un lugar.
Trabajos como el de Josef Koudelka siguiendo al pueblo gitano necesitan de muchos años, tal vez de toda una vida. Se ha comparado su labor con la de Edward S. Curtis fotografiando a los indios norteamericanos del pasado siglo. Uno y otro son trabajos que no pueden entenderse sin un alto grado de compromiso. Pero, aunque sorprenda lo que voy a afirmar, se trata de un compromiso que va más allá del vínculo eventual con el pueblo indio o gitano. Entenderlo sólo así sería una forma de mutilación. "Desde que salí de Checoslovaquia he encaminado todo hacia un único fin: hacer fotografías", afirmaba Koudelka hace unos años. Se trata, en efecto, de un compromiso que tiene que ver con la misma médula de la empresa fotográfica, con su naturaleza, con sus posibilidades y sus limitaciones, con sus verdades y sus contrasentidos, con la necesidad de implicarse en ella derivada del reconocimiento de que constituye la prolongación inseparable de uno mismo.