Los felices Delaunay
Robert Delaunay: Ritmo, alegría de vivir, 1931. Col. Deutsche Bank, Frankfurt
Aunque a veces nos olvidemos de nombrarlos entre los pioneros del arte abstracto, los Delaunay (Robert y su esposa Sonia) no sólo estuvieron entre los primeros que cultivaron la "pintura no objetiva", sino que su obra y sus ideas alcanzaron una profunda resonancia, sobre todo en el círculo de Der Blaue Reiter, en Kandinsky y Marc, Macke y Klee. Ha habido otras retrospectivas de la obra de los Delaunay, pero ésta es la primera que los reúne a los dos, Sonia y Robert, en pie de igualdad (o casi), en vez de reservar para Robert, como se suele hacer, el papel de creador original y dejar a Sonia las aplicaciones a la moda, la publicidad, etc.Sobre el azul profundo de las paredes del Thyssen, un color intenso y cálido nos deslumbra desde la primera sala. El color como revelación, el color como evangelio, que será el hilo conductor de toda la trayectoria de los Delaunay, domina ya en los ensayos de Robert con el lenguaje neoimpresionista y fauve o en la obra temprana de Sonia, que sigue más bien las huellas de Gauguin. Pero esta exposición evita inscribir a los dos pintores en el cómodo esquema habitual de los ismos: neoimpresionismo-fauvismo-cubismo-orfismo. Así, en la segunda sala, la etapa de su obra, que el propio Robert llamó "analítica" o "destructiva", no se clasifica como cubista (un apelativo que siempre ha sido problemático aplicar a Delaunay), sino como "gótica". Gótica no sólo en la serie de la iglesia medieval de Saint-Severin; también en las visiones puntiagudas y sincopadas de la ciudad moderna, en sus vistas de la torre Eiffel, como un pináculo quebrado, zigzagueante y siempre ascendente.
Los Delaunay forjaron un nuevo lenguaje pictórico basado en lo que llamaban los "contrastes simultáneos", recordando las teorías del color de Chevreul y otros. La "simultaneidad" significaba también para ellos la síntesis de múltiples miradas, la expresión de ese vértigo del ojo característico de la ciudad moderna. Rudolf Arnheim sostiene que hay dos tipos básicos de organización del espacio, la retícula cartesiana y el espacio radial y concéntrico. Si la serie de las Ventanas de Robert responde al primer esquema, la serie siguiente, Formas circulares, serían del segundo tipo. Estas pinturas concéntricas, que llevan títulos como El Sol y La Luna, evocan las aureolas de los santos y los mandalas y respiran una cierta mística: una mística neoplatónica de la Luz. En una sala dedicada a Sonia, encontramos la doble aplicación de los "contrastes simultáneos" a la pintura y la poesía (en la famosa Prosa del Transiberiano), la alianza de lo verbal y lo visual como búsqueda de una lengua universal, total.
La segunda mitad de la exposición comienza en 1914, cuando los Delaunay, huyendo de la guerra, abandonan París. A partir de entonces, su creación perderá la frescura, lo impromptu de la época heroica; el comisario de esta exposición, Tomás Llorens, procura, no obstante, rehabilitar esta etapa tardía, apenas valorada hasta ahora, descubriéndonos en ella aspectos nuevos. Por ejemplo, el retorno de la visión impresionista en los cuadros que los Delaunay pintaron en Portugal durante la contienda. O más tarde, su pasión por el "folklore moderno" (tarjetas postales, carteles, el cine, la moda…) y por el impacto directo de la imagen, que los acerca a Picabia y casi los convierte en precursores del Pop art. La última sala está dedicada a los años treinta, cuando los Delaunay se unieron al grupo Abstraction-Création, recobrando así la afiliación a una vanguardia que habían perdido en la década anterior. Pero ya no era la vanguardia espontánea y febril de la preguerra, sino una academia. En los "ritmos sin fin" de estos últimos años vemos retornar las intuiciones visionarias de comienzos del siglo, pero ahora codificadas, mecanizadas, como una producción en serie de patrones decorativos.