Image: Carmen Calvo, memoria de un tiempo

Image: Carmen Calvo, memoria de un tiempo

Exposiciones

Carmen Calvo, memoria de un tiempo

31 octubre, 2002 01:00

Corona Boreal, 1999

Palacio de Velázquez. Parque del Retiro. Madrid. Hasta el 14 de enero.

Ni una antológica, ni una retrospectiva. Se trata de una oferta diferente: proponer como un compacto unitario, bien trabado y nuevo, una selección de obras, vertientes y registros desarrollados por la pintora, escultora y artista de instalaciones Carmen Calvo (Valencia, 1950) a lo largo de su trayectoria, que supone treinta años de trabajo. La exposición funciona como un recopilatorio, como un pastel de hojaldre en el que, al separar una hoja, aparece siempre otra y otra debajo. Todas forman una unidad, una realidad completa, válida por sí, como conjunto, sin tener en cuenta cronología, géneros ni variaciones de lenguaje de cada pieza. Este tipo de exposición requiere del espectador una mirada global, capaz de abstraer lo que es común y esencial a las ochenta piezas del fondo, y formar un concepto general que las comprenda todas. Por ello hay que felicitar a la artista, al comisario de la muestra -Fernando Huici-, a la diseñadora Victoria Garriga, y agradecer a Bancaja el patrocinio.

Una tensión emocionada -vivificadora más que nostálgica- crea el clima de conjunto. Todo está vivo, vigente aquí, porque "sucede" aquí, en un acto expositivo en el que Carmen Calvo recupera definitivamente la memoria, el sentido y el interés expectante y conmovido de su mundo: un universo de coleccionista, de arqueólogo, de escenógrafo, de museógrafo, de artista seducido por el collage, las cajas, los assemblages y los combine painting; un territorio poblado de objetos, dibujos y pinturas, manuscritos y documentos impresos, materias, imágenes, fotografías y lugares, erotismo y escatología, fetichismo, poesía, humor… Una experiencia apasionante, dotada de exigencia de rigor y de libertad.

La exposición tiene dos polos: autobiografía y muerte. Están situados a ambos extremos de un enorme espacio escénico central donde se muestran los materiales innumerables de la "paleta" de Carmen Calvo, y los oficios que implica su práctica del arte. A la izquierda de ese gran escenario barroco, calderoniano, están las puertas de la vida: el ámbito de reconstrucción de la infancia (la hermética instalación Una jaula para vivir, que enlaza con la poética de Louise Bourgeois, instalación a la que cerca una serie opulenta de dibujos), e igualmente el espacio de recreación ambiental del estudio de Carmen, la instalación Un lugar llano y desnudo, junto al laberinto de su Autorretrato, su Tramoya, su Paisaje, y los inquietantes Inceste ou pasion de famille y El sexo en la cara.

En el extremo opuesto se han dispuesto las capillas de la muerte: los trabajos sobre imágenes de viejas fotografías recuperadas en el rastro de Valencia, con boxeadores, soldados, novios, murgas y peninentes; los collages sobre vistas del columbario Père Lachaise; el assemblage de exvotos Dónde estás? y las lápidas apiladas bajo una lluvia de cuchillos de la instalación Silencio.

No hay "sobrepropósitos" éticos ni sociales, sino voluntad de vivir de nuevo, de experimentar más intensamente, a través de la práctica del arte. Por eso resulta tan elocuente, cuando cruzamos por el enorme salón de entrada y salida -alfombrado de materiales cerámicos y minerales, y cercado de cuadros rituales de las series Negra, Cristales y Oro-, encontrarnos con esa pintura narrativa, que recoge múltiples escenas, y que Carmen titula ¿Qué hay en todo esto sino yo?, inscripción que podría dar nombre a este complejo teatro de mezclas que es la exposición.