Silencioso Wolski
Cadena de dos eslabones, 1999
El hospitalario mundo del arte mexicano ha reconocido ya a Xawery Wolski (Varsovia, 1960) como uno de los suyos con una exposición en el Museo Carrillo Gil (Ciudad de México). Es, de alguna manera, un reconocimiento a la sutil asimilación por parte del artista polaco de la cultura de su país de acogida, que se hace de nuevo patente en esta segunda individual en la galería María Martín. Las obras presentadas tienen un aire entre arcaico y atemporal. Como es habitual en él, en barro y en blanco, combinan esencias de la escultura prehispánica y egipcia, y de la abstracción organicista, en un reducido repertorio iconográfico que hace referencia, no siempre directa, al cuerpo humano: sus órganos, sus miembros, por lo general limpiamente "despedazados". Pero no se trata en absoluto de un arte materialista, sino con una fuerte carga espiritual. Siguen apareciendo figuras simbólicas como las semillas, las cadenas, los collares de cuentas, que hablan de renacimiento, de continuidad de la vida.De hecho, la exposición, tan silenciosa, hace pensar en un arte funerario, en esas tumbas antiguas en que la caducidad de cuerpos y ajuares es solventada metafóricamente con formas de barro, o de piedra, que vivirán por siempre, aunque el tiempo pueda acabar por borrar su policromía original: los dobles del cuerpo, sus vestidos (la magnífica túnica que me recuerda a los mantos de Elías de Juan Carlos Savater o lo monjes de Jan Fabre), sus joyas (los bellísimos papeles con marcas de alfileres y la gran maraña de "cuentas" en grafito sobre la pared) y hasta sus alimentos (las semillas), todo realizado con una gran economía formal y con un refinado acabado.