El pintor en el museo que le pertenece
Tiziano en El Prado
5 junio, 2003 02:00La Venus de Urbino, 1538. Galeria de los Uffizi (Florencia)
Encontrar casi todo Tiziano reunido en el Museo del Prado es como ver al pintor volver a su propia casa. No sólo porque el Prado posee el mayor conjunto de obras del veneciano -casi cuarenta cuadros, y entre ellos algunas de sus mejores obras maestras- sino porque Tiziano está en la misma raíz, en el corazón de nuestras colecciones. La pasión de los Austrias por la pintura germina en las décadas que median entre el encuentro de Carlos V con Tiziano en Bolonia en 1530 y los sucesivos encargos que Felipe II hará al maestro de Cadore. Y los grandes maestros que forman el núcleo el museo madrileño están marcados todos, cada uno a su manera, por la impronta de Tiziano. La magnífica exposición de ahora, como explica su comisario Miguel Falomir, al estar instalada en la galería central del museo, nos permite asomarnos a las estancias donde residen esos grandes descendientes de Tiziano: el brillante Tintoretto y el Greco heterodoxo, pero también Rubens, que estudió incesantemente las lecciones de Tiziano y emuló sus mitologías, y Velázquez, quien según el veneciano Boschini, apreciaba poco a Rafael y ponía a Tiziano a la cabeza de la pintura de su tiempo. La estela de Tiziano es el hilo conductor de las colecciones del Prado.Por todo ello es casi increíble que ésta sea la primera exposición antológica que se dedica a Tiziano en el Prado. Ha sido organizada en colaboración con la National Gallery londinense, aunque la exposición del Prado es más ambiciosa que la de Londres, e incluye, aparte de los nutridos fondos del propio museo, veintitantas obras de colecciones extranjeras, entre ellas muchas que jamás habían visitado nuestro país, como la espléndida Venus de Urbino. Toda la carrera del artista se despliega ante nosotros, desde sus primeros pasos bajo el signo de Bellini y de Giorgione, su primera madurez en la Corte de Ferrara, los grandes retratos, las mitologías para Felipe II, hasta las últimas obras religiosas. Si el Prado abunda en el Tiziano tardío, ésta es una ocasión única para completar sus lagunas en lo tocante a la creación temprana. La ocasión de contemplar piezas juveniles tan deslumbrantes como La Zingarella de Viena, el Noli me tangere de Londres, La Schiavona o el Hombre del guante del Louvre (acaso para disminuir un poco a Tiziano, Vasari destacaba su producción como retratista, y es verdad que Tiziano es uno de los más prodigiosos pintores de retratos de todos los tiempos).
Pocos pintores han recorrido a lo largo de su vida una distancia tan inmensa como Tiziano. Vasari fue el primero en ponderar la enorme diferencia entre su estilo temprano y su maniera tardía; entre las pinturas juveniles ejecutadas con "finezza e diligenza incredibile" y las de madurez, pintadas "a golpes" y "con manchas", "de manera que de cerca no se pueden ver y de lejos parecen perfectas." Esa factura cruda, abocetada o inacabada es, añadía Vasari, bella y magnífica, "porque hace parecer vivas las pinturas y hechas con gran arte, ocultando las fatigas".
Pero entre el joven creador de la Bacanal de los Andrios y el anciano que, más de medio siglo después, pintará El castigo de Marsyas no media sólo una diferencia de maniera, sino la carga de una existencia. Lo que va de la carne fresca de los niños de la Ofrenda a Venus a la carne macerada de San Jerónimo o la carne quemada de El martirio de San Lorenzo, el gran cuadro de El Escorial que ha sido restaurado para la ocasión. De los amores juguetones a los dioses torturados, sacrificados en rituales oscuros y sangrientos. Entre el primer y el último Tiziano hay la misma diferencia, como decía Berenson, que existe entre el Shakespeare de El sueño de una noche de verano y el de La Tempestad. A lo largo de una carrera de más de setenta años, Tiziano llegó a verlo todo, a saberlo todo. Pero esa inmensa experiencia no hizo de él un amargado, ni un pesimista. Tiziano es el pintor que nunca se queja de la vida ni nos permite renegar de ella. La embriaguez, exaltación dioniasíaca de su obra juvenil no desaparece; simplemente se transforma en una fe más profunda, como subterránea, y hasta en las últimas escenas trágicas vuelve a afirmarse su optimismo de la voluntad, su obstinado vitalismo. Que no es un sermón sobre la vida, sino la sensación física (visible, palpable) de estar vivo.
Un tesoro nacional
De las más de 500 obras de Tiziano que se conocen, España posee una de las colecciones más importantes con 54 óleos repartidos de la siguiente forma: 39 en el Museo del Prado (cuatro son obras menores o de taller), 11 de Patrimonio Nacional (depositadas en El Escorial) y cuatro en el Museo Thyssen-Bornemisza (dos en Pedralbes, Barcelona, y otras dos en Madrid). La mayoría de estas obras pertenecen a su última etapa, la de madurez, cuando el artista veneciano fue pintor en la Corte de Felipe II, siendo muy pobre la representación del Tiziano más joven. El Museo del Prado acoge, sin embargo, algunas de sus obras maestras, como Bacanal de 1918, Carlos V en Möhlberg, de 1548 o Dánae, de 1553-54. Otros museos internacionales que poseen algunos de los mejores trabajos de Tiziano son la Galería de los Uffizi (Florencia), con la Venus de Urbino, 1538; el Louvre (París), Retrato de hombre con guante, 1525; la Galleria Doria-Panphili (Roma), Salomé, h. 1511-15, o la National Gallery de Londres, La Schiavona, h.1510 y Noli me tangere, h. 1511.