Image: Kandinsky o la búsqueda de lo invisible

Image: Kandinsky o la búsqueda de lo invisible

Exposiciones

Kandinsky o la búsqueda de lo invisible

19 junio, 2003 02:00

Cosacos, 1910-11

La disolución de la forma 1900-1920. Fundación Caixa Cataluña. Provença, 261-265. Barcelona. Hasta el 24 de septiembre

Aunque Kandinsky sea uno de los referentes del arte abstracto, es importante tener en cuenta que el artista también posee una rica y diversificada práctica previa como pintor figurativo. En su caso, el paso de la figuración a la abstracción es un largo y lento proceso con avances y retrocesos, en absoluto lineal, y con un resultado de una profunda reflexión. La exposición describe precisamente este proceso: a grandes rasgos, y aunque no sea del todo exacto, las primeras obras son de carácter figurativo y con el paso del tiempo el color y las formas por sí solos van adquiriendo autonomía propia, cada vez más, hasta llegar a un arte sin ninguna vinculación con el mundo de las apariencias.

Nos tenemos que preguntar por qué Kandinsky llegó a la abstracción, el porqué del salto de una pintura figurativa a otra abstracta. Es difícil de explicar, ya que Kandinsky posee una dimensión mística que desborda cualquier aproximación externa. Ni las salas de exposiciones, ni la crítica, ni los manuales de arte contemporáneo pueden abarcarlo. Como en el caso de Rothko, el lugar ideal para Kandinsky sería una capilla, un entorno espiritual para un mensaje también espiritual. Kandinsky, al igual que una imagen religiosa, posee una dimensión sagrada. éste es el sentido de Kandinsky, que intuimos a pesar de las contradicciones y de un contexto propenso a la festivalización de acontecimientos culturales. Y aún así, para mí, Kandinsky se expresará siempre como una suerte de utopía, allí en la lejanía, como el ideal que desde siempre ha sido el arte: expresa la idea de la pintura como experiencia de lo profundo, una estrella que nos ha de orientar a pesar de todas las limitaciones.

A falta de una explicación mejor, los manuales presentan a Kandinsky como la búsqueda de un arte espiritual. De ahí que la simple reproducción del mundo de las apariencias -y, por extensión, el materialismo y el positivismo- no le sirva e incluso represente un obstáculo. La suya es una búsqueda hacia lo interior, lo invisible, hacia aquello que está bajo la epidermis de las cosas. Cuanto más desfigura el mundo de las apariencias, más intensidad posee la imagen. Y esto es así, porque entonces la obra parece ganar en poder de evocación o sugestión. Se habla de musicalización de la pintura, porque la música provoca emociones sin tener ninguna referencia con el espectáculo de la vida, pero, además, porque la música -inmaterial- se ha calificado, desde el romanticismo, como el lenguaje más espiritual, el más adecuado para hablar al alma del hombre, igualmente inmaterial. De ahí que Kandinsky aluda a la pintura como una necesidad interior y explique los colores como las teclas de un piano que conmueven el espíritu. No nos hemos de extrañar, en esta batalla de un arte de contenido profundo están comprometidos todos los románticos, los Gauguin, los Van Gogh, los Munch..., es decir, todos los deformadores de las apariencias a la búsqueda de una expresión esencial y profunda.

No pretendo poner límites a la sensibilidad de cada uno, pero quien se dirija a Kandinsky como un espectáculo de colores o un arte ornamental no habrá comprendido su mensaje original. Cierto es que, en un gran esfuerzo de racionalización, el mismo Kandinsky intentó articular una suerte de gramática sobre cómo funcionaban las formas y los colores, en una vertiente estrictamente visual. Con ello estaba dando pie a una lectura formal -¿decorativa?- de su obra y se vaciaba su sentido trascendente. Esta interpretación que lastima el significado de Kandinsky es la que se ha impuesto. Los nuestros, ya lo sabemos, son malos tiempos para la espiritualidad. Y lo que es peor, al final, las repetidas alusiones a la espiritualidad de Kandinsky terminan por ser otro motivo ornamental.