Image: Los años sonámbulos de Ángeles Santos

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Exposiciones

Los años sonámbulos de Ángeles Santos

2 octubre, 2003 02:00

Familia cenando, 1930. Foto: Manuel Grau

Patio Herreriano. Jorge Guillén, 6, Valladolid. Hasta el 11 de enero

Ángeles Santos (Port-Bou, 1911) pintó sus primeros cuadros a los diecisiete años y fue descubierta por la crítica en una exposición colectiva en Valladolid. Su cuadro Un mundo causó sensación en Madrid, en el Salón de Otoño de 1929, y entusiasmó a la crítica y a toda la vanguardia. Pero, tras una grave crisis en la primavera de 1930, Ángeles dejará de pintar por un tiempo. El Salón de Otoño de 1930 le dedicará una sala con treinta y tres obras. Más tarde, en Barcelona, conocerá a Emili Grau Sala, cuya pintura alegre, leve y colorista cambiará completamente la manera de pintar de ángeles. Se casarán en 1936 y al año siguiente nacerá su hijo, Julián Grau Santos.

Fueron dos años tan rápidos, tan vertiginosos, que ella los recuerda hoy como si todo hubiera sucedido en un solo día. Entre el verano de 1928 y la primavera de 1930, la adolescente Angelita pintó sus primeros cuadros, expuso y fue aclamada por la crítica local, saltó como un rayo de lo naïf a una inquietante madurez, y al final, conquistó Madrid con un gran cuadro visionario, provocando entusiasmo en la crítica y enamorando a toda la vanguardia literaria y artística española. Después vino la crisis, el silencio; había llegado hasta el borde de una sima y tuvo que retroceder. Ángeles Santos volvería más tarde a la pintura, pero de otra manera. Si hoy, con noventa y un años cumplidos, puede pintar unos cuadros tan luminosos es quizá porque conoció la sombra muy temprano.

La obra temprana de Ángeles Santos ha fascinado a todo el mundo desde que fue redescubierta en los años setenta, pero sin entenderla demasiado. Esta espléndida exposición es un intento inteligente (y a la vez sensible y respetuoso) de desvelar el enigma Ángeles Santos. En la primera sala tenemos todo o casi todo lo que se conserva de su produccción juvenil, con piezas inéditas como El tío Simón (quizá su primer cuadro) o el Retrato de María Álvarez, y todo cuidadosamente reordenado para seguir los pasos de la pintora. Desde los primeros retratos, ingenuos pero ya intensos, hasta las dos obras maestras de 1929: Tertulia y Un mundo. Sombrío, denso, cargado de malestar, Tertulia no parece pintado por una muchachita de Valladolid, sino por una compleja y atormentada moderna de Berlín. En el espacio exiguo, claustrofóbico, cuatro figuras femeninas denotan con sus actitudes todo el malaise de una época que leía Ser y tiempo de Heidegger. El otro cuadro, Un Mundo es una obra excesiva, alucinada, que nadie puede olvidar. ¿De dónde sale su intensidad visionaria? No de Dalí y los surrealistas, sino de la poesía de Juan Ramón y de la pintura de El Greco. Fue pintado como cediendo a un impulso irresistible, en un estado de sonambulismo, y con el empeño demiúrgico de alumbrar de nuevo el cosmos: "Volví a crear lo creado". Después del gran éxito madrileño de ese cuadro, entre finales de 1929 y comienzos de 1930, vendrá la última metamorfosis de la artista.

En la obra de Ángeles Santos aparecen dos grandes tendencias: la de sus naturalezas muertas (con esa vanitas impecable, Lilas y calavera) y la expresionista, con la serie de los niños mendigos. Cuando pintó todo esto ya estaba obsesionada, poseida por la pintura. Pintaba día y noche, como en trance, y casi no comía ni dormía... Sentía que se ahogaba en Valladolid y un día se marchó, como sonámbula, a dar un paseo, un largo paseo por el campo.

Una trayectoria fulgurante, ya digo, de la que hasta ahora apenas comprendíamos nada. Esta exposición propone por primera vez un contexto plausible para la obra juvenil de Ángeles Santos, que no es el del surrealismo catalán con el que se la había asociado, sino el de un realismo mágico mesetario. Su comisario, Josep Casamartina, ha investigado y reconstruido el microcosmos artístico y literario de Valladolid a finales de los años veinte. En el centro de ese mundo está un pintor inglés manco, Cristóbal Hall, que se instala en la capital castellana atraído por su Museo de escultura y se convierte en catalizador del ambiente artístico. En torno a él, los tres hermanos Cossío, poetas como Jorge Guillén o un jovencísimo Francisco Pino, o el pintor Sinforiano del Toro.

En los retratos pintados por Hall (entre ellos uno inédito de Guillén) reconocemos la memoria de Zurbarán y el magisterio de Derain. En los cuadros de Mariano de Cossío queda la huella de su lectura apasionada del libro de Franz Roh, Realismo mágico. Esta es la mejor vía de entrada en la obra de Ángeles Santos, aunque ella sea, desde luego, distinta, más original y más intensa. La exposición inscribe luego ese núcleo de Valladolid dentro del círculo más amplio del realismo mágico en España: desde Solana a Togores, Timoteo Pérez Rubio, Gregorio Prieto, Maruja Mallo, Sandalinas, Ponce de León, Dalí.

En la tercera sala de la exposición se dan las últimas pinceladas para completar este contexto, con los dibujos de García Lorca y Norah Borges, y también con libros, documentos, papeles que terminan de justificar el gran lugar que ya sabíamos que merece Ángeles Santos dentro de la historia de la vanguardia española.