Image: La metamorfosis de Andre Masson

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Exposiciones

La metamorfosis de Andre Masson

29 enero, 2004 01:00

Gradiva, 1939. Óleo sobre lienzo, 97 x 130

MNCARS. Santa Isabel, 52. Madrid. Hasta el 11 de abril

Andre Masson es un pintor innumerable, desbordante. Un pintor figurativo, abstracto, monocromo, colorista, automático, deliberado, esquemático, barroco. Un pintor que escapa una y otra vez a las fórmulas que él mismo ha inventado y que no puede reducirse a la etiqueta de surrealista con que figura en los manuales. Pintor-filósofo discípulo de Heráclito, Masson concibe la naturaleza y la existencia humana como un continuo fluir, como un proceso de metamorfosis encadenadas, como un morir y renacer en diversos ciclos. Y su propia carrera responde a esa visión heraclítea.

Este es el pintor que surge de la espléndida antológica concebida por Josefina Alix y para la cual ha contado con la colaboración del hijo del artista, Diego Masson y su esposa Marguerite, custodia de los archivos del artista. La exposición, que reúne unas ciento veinte obras, y entre ellas todas las pinturas esenciales, abarca toda la carrera de Masson y sigue un recorrido cronológico. Desde los primeros ensayos cubistas del pintor, esos bosques iniciales donde la influencia de Juan Gris se transforma en algo más inquietante, más laberíntico. Pronto la retícula cubista se verá invadida por un racimo de líneas onduladas, de grafismos que la desorganizan y la hacen estallar. En estas primeras pinturas aparecen ya, al mismo tiempo, los símbolos centrales del pensamiento de Masson. Por ejemplo, la granada, la fruta que revienta para que sus semillas se dispersen, como símbolo del estrecho vínculo que hay en la naturaleza entre la putrefacción y la germinación, la muerte y el renacimiento. En El pájaro muerto (1925) todo el cuadro se ha convertido en un cadáver del que brotan, en una eclosión, los gérmenes de vida. En su atelier de la rue Blomet, contiguo al de Miró, Masson trabó amistad con Michel Leiris, Antonin Artaud y Georges Bataille, y con ellos descubrió fascinado a autores como Sade, Nietzsche, Lautréamont, autores que exaltaban la violencia, la crueldad cósmica o pánica por la que todos los seres se devoran mutuamente. En esa crueldad, con su aniquilación de los límites individuales, se abría el abismo de la pulsión de vivir.

Desde antes de su encuentro con Breton en 1924, Masson ya era aficionado a los grafismos hechos sin levantar la pluma o el lápiz del papel, enlazando unas figuras con otras. Para llevar a la pintura al óleo la espontaneidad de sus dibujos automáticos, Masson inventó el procedimiento de las pinturas de arena, arena pegada al lienzo sobre la cual vertía el pigmento muy líquido, muy delgado, creando una línea sinuosa. Esta indagación del automatismo fue una gran contribución a la aventura surrealista en la pintura. Pero pronto, en 1929, tendría lugar la primera ruptura de Masson con André Breton y con el grupo surrealista, debida tanto a razones personales como artísticas, políticas y filosóficas. Después de esa ruptura, la pintura de Masson se vuelve más expresamente figurativa, más carnal. A comienzos de la década de 1930, Masson se acerca a la mitología clásica y se apropia del gran mito en torno al cual gira la mayor parte de sus pinturas, la historia del Minotauro, que simboliza los oscuros impulsos irracionales, los instintos sin cabeza, que habitan en el laberinto del inconsciente. Y hablando de minotauros, era natural que Masson terminara visitando España. Entre 1934 y 1936, el pintor recorrió a pie Andalucía, visitó ávila y Toledo, y en las alturas de Montserrat experimentó una visión cósmica. Todo eso está bien representado en la exposición. Hasta en la parte más anecdótica, más directamente satírica de la pintura española de Masson emerge un fondo arcaico inmemorial. Las tauromaquias (que dialogan con las de Picasso) como prolongación del mito cretense, Toledo como nuevo laberinto de Minos, la guerra civil como un antiguo rito sacrificial.

Al llegar la Guerra mundial, Masson emigró a los Estados Unidos, y aunque vivió aislado en una casita de Connecticut, su obra tuvo un enorme impacto en América, por ejemplo en la obra de Pollock. En su etapa americana, el mítico tema del laberinto experimenta una última metamorfosis, se convierte en grafismo libre, con un cierto regreso a las pinturas de arena. A veces Masson se acerca tanto a su antiguo vecino de la rue Blomet, a Joan Miró, que casi podríamos confundirlo con él. En la etapa americana de Masson hay también una serie de obras donde los colores ardientes surgen, como fuegos artificiales, de un fondo nocturno (decía el pintor que quería "hacer salir la luz de lo negro") produciendo infinitos vestigios de formas (de elementos vegetales, de aves exóticas, de anatomías y sexos femeninos), imágenes de un simbolismo terrestre y celeste. Todavía en su larga etapa final, desde su regreso a Francia hasta su muerte en 1987, André Masson siguió multiplicándose como pintor, oscilando entre la abstracción y lo figurativo, acercándose al informalismo, apropiándose de la caligrafía oriental y demostrando que mientras estuviera vivo no podía dejar de transformarse.