Image: Juan Muñoz, no ver, no oír

Image: Juan Muñoz, no ver, no oír

Exposiciones

Juan Muñoz, no ver, no oír

Juan Muñoz. La voz sola

24 marzo, 2005 01:00

Ventrílocuo mirando a un interior doble, 1988-2000

Comisarios: Bartomeu Marí y James Lingwood. La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 4 de julio

La Casa Encendida recuerda a Juan Muñoz casi cuatro años después de su prematura muerte, con una exposición que, a la vista de sus créditos, podría parecer un homenaje de familia y amigos. Y lo es, pero constituye también una aportación seria a la difusión y evaluación de la obra del escultor a través de un aspecto tal vez no central en su trabajo pero sí importante en conjunción con otros: la relación, o el conflicto, entre lo visual y lo auditivo.

Aparte de su propio talante emprendedor y viajero y de las buenas relaciones que supo hacer, Muñoz llegó alto porque su propuesta rompía, casi adelantándose a un pequeño grupo de artistas internacionales en la misma dirección (suele mencionarse a Kiki Smith, Robert Gober, Thomas Schötte), con la tácita o expresa prohibición de la figura humana en la escultura posterior al minimalismo. Y se revelaba contra ese statu quo con una concepción teatral y expresiva sin complejos. Casi desde el primer momento, en sus "escenarios" jugaba un papel relevante la manifiesta ausencia de sonido, que debía contribuir a la sugerencia de enigmas: en la exposición se han seleccionado seis grupos escultóricos muy representativos en este sentido. Son piezas con trascendencia en la trayectoria del artista que se han instalado adecuadamente en salas independientes, favoreciendo su interrelación con la arquitectura y la iluminación efectista, requisitos básicos en la obra de Muñoz. Un apuntador semioculto que no dice palabra, tambores (nada más ruidoso) colgados o depositados en el suelo, muñecos de ventrílocuo sin nadie que les preste voz, Conversation pieces entre estatuas mudas... de espaldas al espectador, una figura mueve los labios y sisea algo casi inaudible a la pared; su partenaire, en esa mesa de madera, con ese gesto y con ese foco de luz, evoca la caravaggesca Vocación de San Mateo (una llamada a la predicación, al habla). El barroco italiano más teatral fue una referencia clave para el escultor.

Sus obras para la radio siguen modelos más cercanos. Gavin Bryars -autor de la música de la pieza más lograda- hace referencia a las performances musicales Fluxus, y Alberto Iglesias -que compuso otras dos- a las transmisiones radiofónicas de Glenn Gould. En la exposición se puede escuchar el sonido de cuatro grabaciones y ver dibujos y fotografías que las complementan. Las voces dan pormenorizadas descripciones de objetos, edificios o trucos que, privados de las necesarias "ilustraciones" visuales, nos es imposible seguir. Al igual que en la escultura se frustra el deseo de oír, aquí se frustra la necesidad de ver. Las obras están algo sobredimensionadas en cuanto a su valor artístico, pero plantean cuestiones interesantes y muy propias de Juan Muñoz: el artista como prestidigitador y creador de ilusiones, el juego con las expectativas del espectador o el oyente, la oposición presencia-desaparición...

La Casa Encendida va a poner en escena tres de las piezas. En estos días hemos podido asistir a la representación de la primera. Una patente registrada. Un tamborilero dentro de una caja giratoria, con música de Iglesias, reconstruye un proyecto inacabado a la muerte del artista, con el que se debía clausurar su exposición en la Tate Modern. Consiste en una pesada retahíla de instrucciones mecánicas recitadas por John Malkovich -es inevitable "ver" en la imaginación su acentuada gesticulación bucal-, acompañadas de una partitura ejecutada por un percusionista, en directo, y por un trío de cuerda que permanece inmóvil, en falso directo. Promete más la última, en colaboración con John Berger, todo un espectáculo.