Corot o el bosque hecho pintura
Comisario: Vincent Pomarède
9 junio, 2005 02:00La estrella del pastor, 1864. Museo de los Augustinos, Toulousse
Toda la grandeza, la sencillez, la capacidad de sentir la Naturaleza sin atender a referentes intelectuales, y toda la poética de la pintura de paisaje moderna recorren esta monográfica que presenta en España a Corot (París, 1796-1875), cuya práctica supone una síntesis única de las tendencias de la pintura del siglo XIX -neoclasicismo, romanticismo y realismo-, al tiempo que anticipa registros impresionistas y, en especial, el sentido de abstracción caracterizador del arte del XX. Por esta obra enorme (más de 4.000 cuadros) y proteica Corot se significó entre los pintores experimentales de su época, empeñados en reconquistar el color y la luz de la Naturaleza, que habían quedado sometidos a la repetición de las fórmulas tonales académicas y a una práctica llevada a cabo en el ambiente sombrío de los estudios. Corot y sus colegas de la escuela de Barbizon (Millet, Rousseau, Daubigny, Dupré, Narcisse Díaz de la Peña…), pintando al aire libre, aproximaron el género del paisaje a los efectos del escenario natural, y compartieron el gusto por las luces mitigadas del interior del bosque y por las claridades del crepúsculo. Así, a pesar de las controversias críticas y las "contradicciones" de su trayectoria, la obra de Corot entró en el Museo del Louvre pocos años después de su muerte, concretamente en 1906 y en 1909, gracias a los legados respectivos de dos grandes coleccionistas: el historiador de arte étienne Moreau-Nélaton, que donó nada menos que 32 obras maestras de Corot, y Alfred Chauchard, fundador de los Almacenes del Louvre, que coleccionaba paisajes del grupo de Barbizon. En los anales del arte moderno Corot es hoy uno de esos pocos artistas reconocidos como genios: "hacia ellos todo converge y de ellos todo diverge".Es de agradecer a Vincent Pomarède, conservador jefe del departamento de Pintura del Louvre y comisario de esta exposición, la presentación de la muestra como panorámica globalizadora de la producción completa de Corot, artista cuya apreciación han perjudicado el carácter proteico y las cualidades formales cambiantes de su obra. Unos lo han valorado exclusivamente como precedente del impresionismo; otros, como adelantado de Cézanne, en la línea que conduce a Picasso; otros, como un artista-puente entre tradición y modernidad; otros, como un creador de neblinosos paisajes románticos; otros, como un renovador del "paisaje histórico" académico; otros, como un atrevido autor de composiciones de figura… Todo eso -y más- representa como conjunto su producción. Y esta exposición tiene el mérito de hacerlo explícito a través de nueve capítulos.
El espacio de apertura -sobre la obra inicial- subraya la condición de Corot como pintor de vocación tardía, que hasta la edad de 25 años no rompió con la orientación mercantil que le impuso su familia burguesa. Estos cuadros meticulosos testifican el clasicismo de su formación, y cómo Michallon, su maestro, lo indujo desde el principio a pintar al aire libre. En las salas segunda y tercera están los cuadros de sus dos estancias en Italia: pintura "de arquitecturas" y estudios del natural, de dibujo consistente y de volumetría bien determinada. Destaca su paleta breve, de sólo azules, verdes y tierras. La sección cuarta la ocupan los paisajes de Francia, muy simples y muy hondos, con variados estudios de agua y reflejo; pintura de gran eficacia en la estructuración, y de colores simples, sin modular, de los que, yuxtaponiéndolos, obtiene efectos de luz maravillosos. A destacar las "vistas" del Castillo de Pierrefonds y del Palacio de los Papas en Aviñón, pinturas muy modernas, difíciles de encajar en las poéticas del XIX. La sala quinta documenta la línea realista de Corot, cuyo único credo era la fe en la Naturaleza. Comienza ya su técnica vaporosa, sus famosas neblinas, en paisajes magistrales -La Rochelle- y en interiores de realización estricta. La sección sexta se dedica a los paisajes de su lugar familiar, Ville-d’Auvray: composiciones soberbias, cuadros tremendamente entonados, llenos de sensaciones, emociones y recuerdos, donde se respiran la densidad y humedad del lugar, y se impone la nostalgia de las figuras aisladas -La vaquera-. Es el bosque hecho pintura, y la mezcla de Naturaleza, emoción y recuerdo, como dice el título de la muestra.
Una selección excepcional de cuadros presentados en el Salón oficial supone un chasco para quien busque el lado académico de Corot. Ese perfil no existe. El baño de Diana o La estrella del pastor testifican una auténtica renovación del paisaje historicista, y su posibilidad de diálogo con el sentimiento romántico. Corot "pintor de figuras" ocupa la penúltima sala. Es el Corot más discutido, el de los desnudos reclinados, los retratos familiares, algún santo, la mitológica Sibila del Metropolitan Museum de Nueva York y la famosa Bacante, cuya solidez física contrasta con la técnica suelta, vaporosa, de su paisaje. Y la muestra concluye con una formidable serie de souvenirs: cuadros pintados desde el recuerdo -memoria de lugares o inclusive de otros cuadros-. Es el Corot más libre y más lírico, el artista del sentimiento y la ensoñación, el pintor emblemático de La carreta, La catalpa, La soledad…, obras de construcción tonal y de ritmo vibrante hecho de pequeñas pinceladas, cuya imagen y técnica identifican las huellas de su genialidad.