Klimt, exceso y pudor
Gustav Klimt 1862-1918. Mujeres
22 junio, 2006 02:00Mujer semidesnuda, 1914
¡Qué barbaridad! El rojo chillón con que se han cubierto las paredes del espacio expositivo, al principio, impide que apreciemos las líneas sinuosas de los dibujos y, al final, nos obliga a verlos todos sonrosados. Cuando salgo, siento los ojos enrojecidos y, una hora después, todavía miro la vie en rose. Así que, si desean tener una experiencia psicodélica sin ingerir tóxicos, pasen y vean. No sólo se trata de un error de bulto del diseño de montaje (FMIC-PB), en el que no caerían ni los más osados principiantes.Además de una falta de respeto incomprensible hacia los papeles del vienés -pero con el muy popular Klimt todo vale: todavía nos acordamos del descarado merchandising en la exposición del Reina Sofía-, es de un mal gusto impresentable, al coincidir con el tono de la imagen corporativa de la empresa que mantiene esta fundación cultural, por lo que sin excepción aquí debería evitarse (incluso en la casi inimaginable eventualidad de que fuera preciso para el objetivo de la muestra). Por último, el motivo de esta desafortunada ocurrencia se adivina burdo: con el rojo de peligro y burdel en carretera se pretende vender lo "verdusco" de esta exposición, en primer lugar, a esa clientela supuestamente acomodada que se ilustra mientras va de shopping al centro comercial y que parece estar condicionando en demasía la programación.
Pero los desnudos de mujeres de Klimt no han de resultar tan escabrosos para el público actual, además de que forman un pequeño núcleo entre el amplio repertorio: un centenar de dibujos procedentes de la Colección Sabarsky de Nueva York, en el que se hallan primerizos ensayos académicos, un buen número de retratos y muchos bocetos preparatorios de sus pinturas. De ahí, las ancianas, para Las tres edades de la mujer, y la serie de embarazadas, para su famoso lienzo Esperanza, imágenes que causaron estupor la primera vez que se mostraron, al ser inhabituales en la iconografía tradicional de desnudos, pero que fueron asimiladas sólo pocos años después. En conjunto, la exposición resultaría de más interés para historiadores del arte y subastadores que para aficionados, si atendiéramos estrictamente a su calidad. Pero no cabe duda que propiciará el disfrute de la ingente masa de fans de Gustav Klimt. Pues, a través de estos papeles de desnudos, creerán rozar la intimidad del maestro finisecular; quien, de hecho, llegó a reconocer cuatro hijos de sus modelos, y cuyo estudio le pareció un idílico harén al escultor Rodin.
En sus años de plenitud sexual, las dibuja tumbadas, ofreciéndose al pintor-falo. Después, influido por el ambiente satánico del simbolismo belga y la moda sexual-psicoanalítica vienesa, surge la más alambicada representación lésbica de las amigas, cuando no explicita, casi procaz, los genitales en escorzos disimuladamente forzados, incluso mostrando el juego distraído de los dedos en la vulva, en una atmósfera evanescente. Frente a la inquietante morbosidad de su compañero secesionista Egon Schiele, de larga influencia en la iconografía identitaria abiertamente abyecta, tal vez, como dijera Benjamin de las Flores de Mal de Baudelaire, sólo ejercicios pudorosos de voyeur.