Exposiciones

Un Fragonard multiforme

Jean-Honoré Fragonard (1732-1806). Orígenes e influencias. De Rembrandt al siglo XXI

9 noviembre, 2006 01:00

Jean-Honoré Fragonard y Marguerite Gérard: El beso a hurtadillas, hacia 1785-1788

Caixaforum. Marqués de Comillas 6-8. Barcelona. Hasta el 11 de febrero

A menudo desatendida, la pintura del XVIII es, sin embargo, un universo aún capaz de comunicarnos un enigma. No en vano es una expresión que anticipa y tiene continuidad en un arte de sensibilidad propiamente contemporánea. Es el momento en que se rompe con la pintura oficial e institucional y se introduce un mundo más íntimo: la melancolía, el interés por la vida cotidiana, la anécdota trivial, el humor, el erotismo… Igualmente, aparece un nuevo cliente, burguesía o aristocracia, con nuevas necesidades espirituales y con nuevas demandas, que amplía la noción de pintura. En definitiva, con el trasfondo de la Ilustración, la pintura comienza a expresarse como sentimiento y subjetividad… Jean-Honoré Fragonard (1732-1806), del que ahora se celebra el bicentenario de su muerte, es -junto a Wateau, Chardin o Boucher- uno de los pintores más significativos de este cambio de mentalidad.

La ambición de Jean-Pierre Cuzin, comisario de la exposición, es la de realizar una lectura matizada del artista. Su voluntad es la de presentar a un Fragonard complejo y ambiguo. Frente a las lecturas lineales, la exposición tiene el mérito de intentar ofrecer una imagen del pintor más allá de los tópicos de frivolidad -esto es, de pintor picante- con que habitualmente se define. Fragonard, además, desarrolló una intensa actividad en el ámbito de la pintura mitológica y religiosa, el retrato, el paisaje… Evidentemente, la obra de cualquier artista -y además de un gran artista- no se puede reducir a una sola lectura, porque el arte, como la vida, se resiste a encuadrarse en la retícula de un esquema. Por lo demás, la muestra confronta la obra de Fragonard con sus referentes formativos -entre otros, Rembrandt, Tiepolo, Fabritius y Ruisdael- y con la de sus contemporáneos -su cuñada Marguerite Gérard, entre otros- y explora su fortuna e influencia posterior. La exposición, además de reivindicar una imagen plural de Fragonard, dibuja un nuevo mapa de referencias. Por lo demás, en una selección de este tipo, siempre se echan en falta piezas importantes, nunca están todas las que uno desearía. Con todo, se exhiben obras particularmente significativas, como el Autorretrato (Retrato de Hubert Robert), c.1754-1755; Las marionetas (c. 1766-1777); La persecución (1771); La sorpresa (1771)…

Ahora bien, al margen de esa lectura de un Fragonard multiforme hace falta preguntarnos sobre la vigencia del artista. Como apunta Jean-Pierre Cuzin, hay un Fragonard lento y minucioso, pero también un Fragonard de pincelada vibrante y rápida, de una gran vivacidad. De una u otra manera, Fragonard es siempre la pintura. Francastel decía de él que pintaba de lo mismo que respiraba. Aun considerando la diversidad de registros del artista, su pintura es el brillo, el reflejo, la transparencia, la delicadeza. Es, en definitiva, el placer del pintar. Sin embargo, reducirlo simplemente a pintura es insuficiente. Una de las piezas más conocidas, El beso a hurtadillas (c. 1785-1788), que según los estudiosos fue realizada en colaboración con su cuñada Marguerite Gérard, es algo más que pura pintura. Podemos leer la falda de satén como un motivo abstracto, por ejemplo, pero también podemos observar el cuadro como un deseo que se atrapa por un instante, en un beso, con la presión de las convenciones sociales al fondo.

La leyenda cuenta que el artista murió marginado. El estallido de la Revolución francesa motivó un cambio de gusto que no podía admitir la frivolidad de un Fragonard, de manera que su personalidad quedó eclipsada en sus años finales. Jean-Pierre Cuzin revisa estos tópicos, pero hay algo de cierto en ello. Digamos también que la fortuna crítica de Fragonard, avanzado el XIX y el XX, ha sido extraordinaria, en particular entre los impresionistas. Ahora bien, también artistas como Daumier, conocido especialmente como dibujante satírico, se interesó por Fragonard. ¿Simplemente por cuestiones formales? Una figura corrosiva como la de Daumier debió de sentirse atraído forzosamente por otros aspectos. Quizás el mundo galante, la joie de vivre de Fragonard, sea como la escenificación de un teatro de marionetas.

La exposición se cierra con dos artistas contemporáneos: Yinka Shonibare y Glenn Brown que exhiben sendas versiones de la obra de Fragonard. Es difícil situar estas obras descontextualizadas en un recorrido académico como el que ha propuesto el comisario. Sin embargo, introducen una clave interpretativa: la existencia de un mensaje siniestro bajo la apariencia del mundo inofensivo de Frangonard. El primero, Yinka Shonibare, ha realizado una instalación que es una reproducción a escala natural del famoso Columpio (1767). En este caso, a la protagonista se le ha cortado la cabeza, con lo que se introduce ya un elemento negativo. Pero, además, esta figura a tamaño humano posee una dimensión trágica, aquella que es propia de las figuras de cera. Acaso radique aquí el enigma de Fragonard.