Durero, maestro de la plancha
Alberto Durero
28 junio, 2007 02:00Adán y Eva (El Pecado Original), 1504
Los grabados de uno de los grandes artistas del Renacimiento, Alberto Durero, pintor extraordinario y soberbio grabador, pueden verse durante todo el verano en el Guggenheim de Bilbao. Pero eso no es todo: servirá como aperitivo para la gran exposición de Durero y Lucas Cranach que prepara el Museo Thyssen para el mes de octubre. Estará comisariada por Fernando Checa, autor de estas líneas.
Sin duda hemos de pensar en Durero como el más grande grabador del Renacimiento, tanto en Italia como en Centroeuropa, y uno de los más importantes, si no el que más, de la Historia. También como el más influyente. No puede decirse, en puridad, que renovara las técnicas de estampación, sino que, más bien, las creó, pues, a pesar de la importancia pionera de maestros como Schongauer o Wolgemut, sus más directos precedentes, el divino Alberto sentó las bases técnicas, iconográficas y estilísticas de un arte que continua siendo importante aún en nuestros días.
El Apelles alemán, tal como le conocían sus amigos humanistas de Nuremberg, revolucionó el grabado de tipo religioso desde sus primeras obras, sobre todo, en una serie como el Apocalipsis de 1498, donde, a la manera de su precedente griego, "pintó lo que no se puede pintar", es decir, los rayos, el fuego, los truenos…, tal como dijo su amigo Erasmo. En este libro y en otros dedicados a La Vida de la Virgen o La Pasión de Cristo, renovó totalmente el concepto de libro ilustrado.
Sus viajes a Italia le pusieron en contacto con la nueva cultura renacentista de tipo humanista. Desde entonces, su pasión por el cuerpo humano y su representación bella, armónica y proporcionada no hizo sino aumentar. Así se plasmó en sus escritos teóricos, ilustrados de una manera absolutamente científica, y en buriles como el famoso Adán y Eva, en el que, más que una preocupación religiosa, hemos de ver un estudio de proporciones acerca de la belleza del cuerpo humano desnudo inspirado en la escultura clásica.
La curiosidad de Durero no tuvo límites, como se demuestra en sus prodigiosos estudios naturalistas, de entre los que destaca su famoso Rinoceronte de 1515, una de las imágenes de mayor potencia e influjo de la historia del arte. A pesar de sus incorrecciones anatómicas, producto del hecho de que Durero nunca viera el animal de manera directa, nos resulta imposible, aún en nuestros días, imaginarnos un rinoceronte, sin que dejemos de tener en cuenta la invención del artista alemán. Se trata de la mejor prueba posible de aquello que conocemos como "poder de las imágenes" que, naturalmente, tiene en Durero su mejor ejemplo.
Así lo entendió Maximiliano I, emperador de Austria, una de las figuras más poderosas y cultas de su momento, y le encargó a Durero su exaltación política y la conservación de su memoria a través del grabado en retratos y en abundantísimas series de estampas como el Carro triunfal o el Arco triunfal, auténticos grabados-gigantes destinados a la propaganda. Era la primera vez que el poder político utilizaba esta sabia mezcla de técnica y arte para su autopromoción. Y ahí estuvo Durero como protagonista absoluto.
Las obras culminantes del artista en este género fueron las que conocemos como Estampas maestras. Realizadas entre 1513 y 1514, constituyen su auténtico "autorretrato espiritual". En San Jerónimo en su celda, su obra de mayor complejidad técnica y estilística, nos muestra la imagen ideal del artista concebido como intelectual y humanista cristiano, uno de los ideales de la época. En El caballero, la muerte y el diablo, el artista renacentista se concibe como caballero que camina hacia la ciudad de la luz, que vemos al fondo, sin hacer caso de las acechanzas del pasado en forma de las figuras horripilantes de la muerte y el diablo. En el misterioso Melancohia I, Durero se nos presenta como intelectual melancólico, triste, nacido bajo el signo de Saturno, tal como se concebía la creación artística y poética en su época, cuyos ecos no se han apagado aún hoy día.
Durero sólo puede ser comparado con Leonardo, al que quizá llegó a conocer. ésta exposición del Guggenheim, que presenta la mayor parte de su obra grabada en las excelentes pruebas del Museo Städel de Frankfurt, es una ocasión única para que el público, que habitualmente no visita las colecciones de estampas en museos y gabinetes, pueda admirar uno de los conjuntos de obras de arte más prodigiosos creados nunca por la mente y la mano del hombre.