Annika Larsson, poder y barbarie
Annika Larsson
22 noviembre, 2007 01:00Dos Stills del vídeo Fire, 2005
La tensión está garantizada. Una vez más, los últimos vídeos de Annika Larsson (Estocolmo, 1972) sujetan al espectador ante la pantalla, sometido al suspense y perturbado por la ambigöedad del sentido de estas narraciones. El espectador aguarda el final, es decir, la conclusión, pero los últimos frames son tan enigmáticos como todo el desarrollo anterior, por lo que quedará frustrado. Entonces es cuando comenzará a sopesar si los argumentos que había ido hilvanando dependían sólo de su propio sistema de creencias y si, por tanto, también él mismo está incluido en la paráfrasis que propone Larsson acerca de los estereotipos asumidos. De manera que el "liberal" espectador de la videoartista sueca ha de reconocer que no es tan diferente de los sujetos mostrados, coaccionados por los códigos de poder: ya que él mismo espera "la verdad" y "la orden". Y, finalmente, si el vídeo es una paráfrasis sobre el sujeto contemporáneo -"sujeto=sumisión", que diría Judith Butler-, entonces ni siquiera es una narración: el pseudo guión esconde una galería de retratos, de miradas, de gestos y hábitos corporales. Larsson es una embaucadora. Y más allá de la perfecta estructura audiovisual, la pregnancia de sus vídeos responde al hiriente reconocimiento del virtuosismo en el engaño.En los dieciocho vídeos llevados a cabo desde 1998, Larsson repite un mismo patrón. Muestra hombres inscritos en regímenes disciplinarios y en situaciones vinculadas a la violencia. Los códigos simbólicos son subrayados: trajes, uniformes, banderas, logos, y otros accesorios, pistolas, barras, etc. A veces presenta un grupo de las fuerzas del orden (Poliisi, 2001), en otras pueden ser equipos de deportistas (Hockey, 2003). Como se trata de tableaux vivants, los escenarios son lo bastante genéricos, vacíos y silenciosos como para dar sustento de credibilidad a la focalización en sus protagonistas y a la relevancia de las densas atmósferas sonoras. Siempre en colaboración con el compositor Tobias Bernstrup, Larsson cronometra el montaje: la tensión aumenta al ritmo repetitivo de congruencia y disonancia entre los cortes y la música electrónica. Es una experiencia hipnótica. La cámara lenta pero, sobre todo, los encuadres de detalles tomados con macro objetivo apuran el límite de la paciencia del espectador, cuya adrenalina va disparándose por empatía mientras contempla los poros sudorosos de los protagonistas. Se ha dicho, es una representación "hipersexualizada" de "metaclichés".
Todo superlativo. Los vídeos de Larsson tienen algo de monumental: esa magnificencia imperativa que asociamos a la fascinación por la estética fascista. Aunque muchos de los planos de sus vídeos están tomados del thriller cinematográfico, su obsesivo control de los detalles, impecable, es una apropiación del lenguaje publicitario. Y es otro mérito de la artista sueca enfatizar su carácter intrínsecamente autoritario. La mirada de la cámara cosifica a los sujetos presuntamente violentos, que se miran entre sí revelando su vulnerabilidad: ansiedad, duda, miedo… Mientras nosotros les miramos a ellos. Pero la circularidad no tiene fin.
En ésta su primera exposición en una galería española -tras la exhibición de su trabajo en diversas colectivas en salas institucionales desde 2002-, se muestran dos de sus últimas producciones (la más reciente, rodada en Shanghai, cuenta con actores chinos). Fire (2005, 18,30 min.) y Pirate (2006/2007, 8,25 min.) parecen compartir la desesperanza de la juventud y la necesidad que sienten algunos adolescentes de adherirse a movimientos radicales. Con una importante diferencia: Pirate es el primer vídeo "documental" de Larsson. Fue filmado el 1 de mayo de 2006 en una concentración en Estocolmo del movimiento anti-copyright.