Susan Philipsz, la política del sonido
Un visitante escucha Company, una de las piezas de Susan Philipsz
Años antes de la invención de la grabación del sonido, Théophile Gautier se preguntaba qué sucede con la voz cuando llega la muerte. Algo así podrían cuestionarse los visitantes del cementerio de Bonaval en Compostela, que acoge una de las propuestas sonoras de la escocesa Susan Philipsz (1962), enmarcada en la exposición que le dedica el CGAC. En esta obra, titulada Follow me, escuchar es sumergirse en el tiempo de la pérdida, en un pasado extraño y preso por su mismo vacío, a la vez que con forma de llamada íntima. Pero también es entrar en un juego de apropiaciones, de recuerdos y fisuras de la memoria, algo que se torna todavía más evidente en The Dead -ya en el blanco espacio del CGAC-, donde recoge la historia homónima escrita por Joyce y llevada al cine por John Huston. Esta historia, retomada por Philipsz, es una suerte de ceguera para el espectador. Las dos obras citadas anuncian la ausencia y la presencia de un cuerpo, su desvelamiento, su representación diferida o dislocada. Lo mismo sucede con la incertidumbre que produce el escondido piano de Company o el vacío de resonancias de The Glass Track, presentados también aquí.Aún en las piezas más obvias, en las más pretendidamente políticas, como es el caso de alguna no presente en esta muestra como The Internationale -donde interpreta con su voz el tema de ese mismo nombre-, la artista conseguirá llegar al espectador desde el lado poético y nostálgico antes que desde su explícito sentido político. Porque Philipsz no busca ese tipo de juegos y deja más abierta la interpretación. En su trabajo no vemos "nada". O, tal vez, veamos "todo". Como en su intervención en el Malmü Konsthall, en el CGAC la arquitectura se desnuda para que el espectador experimente el vacío y se relacione más íntimamente con el espacio.
La puesta en escena resulta un tanto fría, menos tensa y afortunada que en anteriores exposiciones de la obra de Philipsz, pero es cierto que el CGAC vuelve a parecer un centro de arte y gana, paradójicamente, con este nostálgico homenaje arquitectónico a las formas perdidas. Es así como cobra sentido esa melancolía anhelada por Philipsz. Una actitud que podríamos contextualizar a partir de artistas como Kristin Oppenheim: sin ir más lejos, en la paradigmática muestra Voices, celebrada en la Fundación Miró de Barcelona hace una década, Oppenheim recurría a su propia voz cantando sin acompañamiento una misma frase que se repite, en este caso a partir de la conocida canción que Jimi Hendrix popularizó durante la guerra de Vietnam, Hey Joe, donde susurra repetidamente el compás que dice "Hey Joe, where're you going with that gun in your hand" .
No es por tanto una actitud novedosa la de Philipsz, pero su discurso debe ser valorado al margen de esa virtual originalidad, centrándonos en su capacidad poética, en su manera de medir las pausas, las respiraciones -pienso en Vito Acconci-, en definitiva, en el modo de resolver lo íntimo, de tornarlo público sin desvirtuar su sentido privado. Todo eso lo consigue a partir de una voz discreta, sin acompañamiento, lo que torna las situaciones más humanas, cercanas a un espectador que se sitúa en medio de un secreto, generando cierta tensión nostálgica a partir de una pretendida naturalidad unida a una afortunada adaptación site-specific. Y siempre con un sonido envolvente capaz de rodear los espacios y penetrar de una manera imposible para la imagen.