Nacho Criado en la encrucijada
Destiempos
13 marzo, 2008 01:00Sin título, 2008
El proceso y la quietud. En el reduccionismo formal característico de Nacho Criado (Mengibar, Jaén, 1943) hay una extraordinaria capacidad de congelar espacialmente el devenir. Las figuras finalmente extraídas, ya sean elipses, vectores secuenciados o, aquí, cruces -con el tríptico mayor realizado en hierro y plomo- expresan en su depuración última, abstracta, un largo recorrido anterior, repleto de vericuetos, dudas, incertidumbres y experiencias. A través de las fotografías, pinturas, collages, dibujos y esculturas de esta exposición, Criado ha dejado suficientes hallazgos para que el espectador pueda rastrear algunas de las múltiples y variadas referencias que, a lo largo de su trayectoria, se han ido sumando hasta llegar a plasmar ahora la idea de la encrucijada. Es el magma de la vida cotidiana y, a la vez, la tenaz indagación hasta materializar en sus mínimos una idea.La pieza más antigua aquí se remonta a 1971: se trata de un collage de viejas fotografías en blanco y negro del propio artista en la hoz del Huécar en Cuenca, en donde se subraya el vértigo, a través de una anamorfosis, un procedimiento muy estimado por Criado durante aquella época. Y ¿no es acaso el vértigo la encrucijada última, la decisión que irrevocablemente, incluso en contra de nuestra voluntad -volere, desear-, hemos de afrontar? Después, el Gran paisaje convulso de 1996, un papel elegantísimo de intersecciones de líneas, en donde ya se insinúa la cruz, queda como un momento de atisbo de solución entre múltiples direcciones, en parte desbordado por el gran enjambre en hierro de diez años después, Mírame… senza occhi. Por el contrario, en sus obras recientes queda ya el estudio histórico de la estructura plástica y su posible puesta en marcha como trayecto a recorrer en el espacio público. Al final, por tanto, y como conclusión, la vuelta a la experiencia.
Criado que, casi desde el inicio de su ya dilatada trayectoria artística desde finales de los sesenta ha querido explicitar las influencias recibidas a través de homenajes: primero a Rothko (1970), después a Manzoni (1973), Beuys (1974), Duchamp y ZAJ (1977), hasta confluir en la pieza Ellos no pueden venir esta noche, presentada en el Palacio de Cristal de Madrid en 1991, en la que había referencias a Malevich, Mondrian, Klein, Durero, Leonardo, Fidias …, retoma ahora las crucifixiones de Grönewald en dos piezas excelentes, un cuadro y un cartón -de exquisito patetismo y tosca sencillez, respectivamente-, en las que el cuarto vector de la cruz queda anulado. Porque la decisión no está en el centro de los cuatro caminos, sino abocada a la dirección única, final. Y de ahí, el bloqueo (la perplejidad, el detenernos) que se nos impone. Como el abismo.
Las maquetas para obra pública -y esperemos que algún responsable de urbanismo apueste por llevarlas a cabo- invierten el tercer vector (en perpendicular en el plano) hacia su desarrollo en profundidad tridimensional: se trata de dos escaleras simétricas hacia el subsuelo del jardín: después de bajar y constatar el pasaje sin salida, y vernos allí, volvemos al subir al jovial paseo por la vida.