Image: Leiro reafirma su paradoja

Image: Leiro reafirma su paradoja

Exposiciones

Leiro reafirma su paradoja

Espejismos

20 marzo, 2008 01:00

Simeón sentado, 2007

Galería Marlborough. Orfila, 5. Madrid. Hasta el 12 de abril. De 9.900 a 232.000 E.

Desde sus comienzos, al principio de los ochenta, Francisco Leiro (Cambados, 1957) goza de la reputación de haber sido capaz de rejuvenecer para la posmodernidad un medio tradicional que parecía definitivamente agotado: la estatuaria figurativa. Lo logró partiendo de la producción imaginativa -casi "surrealista"- de los antiguos maestros canteros y tallistas de su tierra, a los que sumó el espíritu enérgico e innovador de los escultores alemanes de la escuela realista-expresionista del primer tercio del XX. Sobre esos apoyos Leiro impuso una concepción y un lenguaje propios, salvaguardando de una manera muy eficaz la consideración de la escultura como volumen en el espacio, e incorporando a sus obras las señas "procesuales" de las técnicas de su realización: las marcas de la talla directa, en las esculturas en madera; y los efectos y excrecencias del modelado, en las figuras de bronce.

Esa combinación paradójica de concepto clásico y lenguaje innovador se reafirma en el conjunto de la exposición que le dedica Marlborough-Madrid. El primer ámbito de la muestra lo preside una testa de gran formato, dispuesta directamente sobre el suelo, que recuerda las piezas colosales de la antigua escultura romana, y asimismo el gusto de Picasso por "erigir" cabezas de orden monumental. En esta testa extraña y ruda evidencia Leiro su capacidad radical para convertir en escultura propiamente dicha cualquier mamotreto o armatoste que se le ponga por delante. ¡Qué escultor! Todo, aunque fuera desmesurado, resulta ser escultórico si cruza por su mente, su mirada y sus manos. Pues bien, esa formidable cabeza de metal que recibe al visitante, y las dos composiciones grandiosas en aluminio que ocupan el espacio superior de la sala -el extraño Narciso, un cuadrúpedo de enorme masa que se mira en un espejo cenital, y la figura emblemática del esquiador que se precipita a saltar en Un de Xaneiro, desde una compleja estructura de elementos curvos, balanceantes- confirman la consideración acusadamente física que Leiro tiene de lo escultórico, su manera de pensar la figura y las composiciones como un todo indivisible, como volúmenes acusadamente curvos en el espacio que los circunda.

Sin embargo, otras muchas obras declaran aquí la condición de Leiro como maestro de la innovación "procesual", pues encontramos en esta exposición todo un catálogo de los resultados y efectos -accidentales o no- que se derivan del arte de la talla, del modelado y del vaciado, y que se incorporan al resultado final de estas piezas: grietas que se abren (en el pecho de madera policromada de Barbara’s Barbeque), anomalías que se aprovechan (las rebabas en el bronce Chupacabras), muescas que hacen vibrar el discurrir de la luz sobre la superficie (en el ropaje de Simeón El Estilita), valoración prioritaria de la materialidad y de la opacidad de los volúmenes densos (en la Dama de Navalcarnero), así como de la expresividad de los añadidos caprichosos (en la serie de las cuatro Cabezas doradas). A todo ello se suma un creciente sentido de representación, de teatralidad, que vivifica el proceso, pero que exige una instalación o puesta en escena que habrá que cuidar con esmero.