Image: Leblon,  equilibrio provisional

Image: Leblon, equilibrio provisional

Exposiciones

Leblon, equilibrio provisional

Parallel walk

1 mayo, 2008 02:00

La trappe, 2008

Comisarios: Eva González-Sancho y Manuel Olveira. cgac. Valle Inclán, s/n. santiago de compostela. Hasta el 29 de junio.

El trabajo de Guillaume Leblon (Lille, Francia, 1971) está siempre en el límite de las disciplinas. Sus piezas son rítmicas o, mejor, su conjunción o disposición es rítmica, avanzando a partir de contrapuntos que establecen quiebros y relaciones respecto al espacio expositivo. Si algo define su actitud es la tensión de cada una de sus elecciones, la intención de trazar una mirada tensa a lo que nos rodea para acabar configurando su propia narrativa, una atmósfera personal a partir de la imagen.

Aunque la primera cuestión sería reflexionar sobre cómo y dónde situar a Guillaume Leblon, un artista que, desde siempre, ha tratado de conformar su obra como una suerte de melancólico paseo por la historia del arte y la arquitectura moderna. Naturalmente, con la ventaja de la distancia crítica, de conocer el fracaso de las utopías de la modernidad y los pulsos que con esa tradición jugaron los artistas de una generación inmediatamente anterior a la suya.

Tal vez, para entenderlo todo tendríamos que remontarnos a cuándo surge la noción de instalación. Muchos son los que sugieren que fue Dan Flavin el primero en utilizar la palabra "instalación" para etiquetar sus trabajos con neones. No resulta difícil imaginarlo si pensamos en sus obras cercanas a una instalación eléctrica. Pero seguramente habría que quedarse con que el arte de la instalación es, en esencia, una idea o tipo de obra carente de una definición precisa o planteamiento estricto, y ahí encaja rotundamente con las abiertas propuestas del artista francés. Porque Leblon cultiva lo provisional. Por eso algunas de sus intervenciones espaciales gozan de ese aspecto inacabado. Hace unos años podíamos verlo en unas fotografías (Sans titres, 2005) que no eran más que vistas de obras, ambiguas e incompletas. La tarea de completar, de dar sentido al tiempo, correspondía al espectador. Como ahora, en esta exposición del CGAC, los objetos que desplaza y desperdiga Leblon sólo sirven de ayuda para conformar una idea de espacio, un sentido de lugar. Leblon trabaja el espacio como si fuera una única instalación, que, al fin y al cabo no es otra cosa que un arte de la metáfora, y es el despliegue de elementos en el espacio lo que construye una escena, un decorado, una escenografía que busca ser habitada.

En el CGAC se ve cómo Leblon trata de modificar el sentido del lugar pero su estrategia es precisamente la de que parezca que no ha hecho prácticamente nada. Su manera de cuestionar el espacio es por tanto el integrar su trabajo en éste, muchas veces de modo imperceptible para quien no lo conozca. Suponemos que de esa idea deriva el título (Parallel Walk) de una muestra que busca la concordancia a partir de un juego de memoria y asociaciones que destilan una intención emocional, de cercanía casi doméstica; al fin y al cabo, en muchos momentos consigue domesticar las aristas y fugas de la arquitectura de álvaro Siza a partir de puntualizaciones objetuales que desvelan el envés de la trama, la apariencia, a partir de referenciar lo más próximo; en otros, como en la sala conocida como Doble Espacio, esas intenciones superan en mucho la debilitada resolución formal.

En todo caso, esa convivencia simbiótica entre obra, espacio y memoria, se aprecia desde el vestíbulo de entrada a la exposición, donde se sitúa Punishment. Antes, durante los primeros días de la muestra, un bloque de hielo nos advertía de esa característica transitoriedad de sus trabajos. Para el comisario, Manuel Olveira, esta línea de investigación de Leblon dota de significado aquella premisa de Wittgenstein que señalaba que el arte comienza justo donde lo que no puede ser visto puede ser mostrado. "El objeto más contundente es aquél que puede no ser, que puede manifestar su propia impotencia", señala Olveira. Ese "hacer" con la potencia de "no hacer" actúa en esta ocasión como afortunada metáfora, pero también como oportuna paradoja de lo que se nos antoja provisional e incierto. Aunque, en ocasiones, no lo parezca.