Image: En la cocina de Murillo

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Exposiciones

En la cocina de Murillo

El joven Murillo

6 noviembre, 2009 01:00

Dos niños comiendo melón y uvas, H. 1645-1648

COMISARIOS: Alfonso Pérez Sánchez y Benito Navarrete. MUSEO DE BELLAS ARTES. Museo Plaza, 2. BILBAO. Hasta el 17 de enero.


Precedido por una intensa campaña de prensa que pretendía calentar el ambiente mediante llamadas como la del fallido cartel con un piercing en el autorretrato del artista, por fin ha llegado Murillo a Bilbao, en un ambicioso proyecto museográfico en el que se unen nombres tradicionales del estudio de la pintura española, como Alfonso Pérez Sánchez y Benito Navarrete, y piezas que no han sido vistas en España desde hace muchos años; o sea, desde que fueron expoliadas en las guerras napoleónicas o vendidas por la nobleza andaluza a algún coleccionista extranjero.

En total son 42 piezas de un período muy concreto de la obra de Murillo, los 15 primeros años de su carrera profesional, en la que, a juicio de su comisario, Benito Navarrete, domina un naturalismo de inspiración flamenca, muy alejado del misticismo barroco que caracterizaría sus pinturas posteriores, dominadas por la temática religiosa y el ensimismamiento de los rostros de sus purísimas.

Para reforzar esta idea de realismo avant la lettre, las guías que explican la exposición a los visitantes inciden en lo minucioso del detalle con que están representadas algunas figuras como las de la Vieja con gallo y cesta de huevos (ca. 1645) y El joven mendigo (1645-48), en el que se puede ver a éste tratando de quitarse una pulga de la ropa, y la información que ofrecen algunos detalles, como los alimentos que aparecen representados en los cuadros o la ropa que visten los personajes. Todo ello envuelto en referencias al declive económico de la Sevilla de mediados del XVII, cuando la llegada de mercancías procedentes de América comienza a disminuir, y la proliferación de personajes que encajarían en la novela picaresca de la época aumenta: gentes de pura apariencia y despensa vacía. Una sociedad que pasa hambre por contraposición a una minoría que mantiene sus privilegios.

Claro que una lectura así implica asumir unos puntos de partida sobre los que cabe plantear ciertas dudas. El primero sería, como señala Norman Bryson, la existencia de un concepto ahistórico de naturalismo, que nos lleve a admitir que hay "un modo" de representar la realidad, y por tanto una sola visión de ésta. Tras esta primera duda vendría la de la finalidad de ese naturalismo. Sabido es que Velázquez, referencia de esta tendencia en la pintura española de la época, pintó el retrato de su sirviente, Juan de Pareja, como modo de demostrar su pericia y captar clientes en Roma, pero aquí se dota a ese dominio del retrato de un cierto valor documental. Los cuadros de Murillo no serían tan sólo fieles copias de la realidad, sino, además, herramienta de denuncia de una situación social o denotantes de los usos culinarios de la época.

Todas estas interpretaciones parten de la intensa dedicación de Murillo al dibujo en sus años de formación y la influencia de sus maestros, Juan del Castillo y Alonso Cano, pero dejan de lado el peso del ideal académico en la pintura de la época, y olvidan que naturalismo es apariencia natural, y no fiel reflejo de una percepción visual objetivable.