Racional y barroco Jorge Barbi
41º 52' 59 latitud N/8º 51' 12 longitud O
11 diciembre, 2009 01:00Canelo, 1999
A finales de los años 70, escogió el entorno de A Guarda como espacio de trabajo (a él se refieren las coordenadas geográficas que dan título a la muestra), incorporando la idea del paseo como modo de relacionarse con un entorno del que obtiene un verdadero banco de imágenes, datos y registros, que está en el origen de sus obras más significativas. En este sentido, resulta instructiva la inclusión, a mitad de exposición, de su Archivo de imágenes (1976-2009), mostrado en una línea de horizonte -formada por nueve proyecciones unidas- a la que le sienta bien su disposición en arco leve, aprovechando la curvatura de la pared. Referentes, ideas, visiones, apuntes, fragmentos, azares, diálogos de doble sentido: la obra se convierte en un ejercicio de ver, en un mirar intenso, cotidiano, reiterado, exigente. Archivo visual, emocional, sentimental, estético, verdadero paisaje de la mirada, desvela muchas claves para quien quiera entrar en un universo cada vez más preciso y, pese a la aparente contradicción, natural y estético.
La exposición arranca con una nueva versión de una de sus piezas más célebres, Little Bang (1993-2009), una plancha de acero con impactos de perdigones, convertida en un objeto poético, en una referencia al cielo, al misterio, a la cosmología, a la posibilidad de ver y descubrir un nuevo sentido en los objetos. Como ocurre ante otras obras (muchas de las expuestas se han vuelto a producir, algunas revisadas), le sienta bien esa sensación de rescate.
El espectador accede entonces a la primera sala, dominada por una selección de dípticos (Antes / Después, 2002-9) en los que un espacio es fotografiado en años diferentes: es fácil suponer una evocación personal en cada uno, convirtiendo la serie en un ejercicio sobre la memoria privada. Referirse al mundo propio implica en muchas ocasiones caer en cierto oscurantismo, como si fuesen necesarias claves ocultas para desvelar el misterio. Con Barbi ocurre exactamente lo contrario: a su propuesta le funciona mucho mejor la memoria personal que la colectiva, y soy de los que opinan que los momentos bajos de una propuesta que roza la excelencia vienen por ese lado: cuando las obras nacen a partir de situaciones cotidianas, transmiten misterio, tensión, energía; cuando la reflexión es colectiva, el misterio se torna en evidencia y falta emoción.
Afortunadamente, la selección para esta muestra es excelente, y plantea de modo casi autónomo los distintos espacios de la planta baja del museo, difíciles por su sentido radial, sus diferentes dimensiones y su autonomía. Barbi ordena cada uno como una intervención. La muestra vuelve a ser reveladora con el artista: sus obras transmiten una reflexión, un pensamiento, pero se proponen como imágenes, y aquí el lado racional y preciso de Barbi se cruza con un sentido lúdico que se abre a la paradoja, al doble sentido. Dicho de otro modo: el artista es altivo y busca medirse siempre al reto último; en lo formal tiende a la concreción, al minimalismo y los resultados son, aunque no quisiera, de una limpieza y un carácter estético admirables; pero al final, lleva las imágenes hacia un punto (por lenguaje, escala o disposición) en el que asumen el juego barroco de incluir su contrario. En ese sentido, resulta ejemplar la última sala, con 3 piezas: Diana (1989), en la que vemos las flechas clavadas en un objeto sólo enunciado; Canelo (1999), en la que el perro es un esqueleto, y la cadena dibuja una silueta humana; y Aquí dentro tampoco se desvela ningún enigma (1995-2009), un pequeño objeto llevado a la gran escala, en las paredes blancas del museo, fragmentando la leyenda hasta hacerla ilegible. Entre la poética de la ausencia y el empeño por nombrar de nuevo las cosas. O la sala que acoge Esperanza de vida animal, un inventario gráfico imposible de abordar, que descubre el afán enciclopédico de Barbi, su idea del arte global, en diálogo constante con el entorno, con la naturaleza.