Philipp Fröhlich, la dramatización del ocaso
El pintor alemán muestra en Madrid sus escenas más oscuras
12 marzo, 2010 01:00Sin título, 2009
No vi la muestra madrileña y sí la del MUSAC, en la que sobresalía la artificiosidad de la escenografía de sus cuadros -no en vano se ha dedicado durante años al teatro-, compuestos mediante maquetas dramáticamente iluminadas, que el pintor destruía después de pintadas. También llamaba la atención la aspereza de las gamas cromáticas elegidas: tierras, verdes ácidos, amarillos hirientes o apagados, azules atmosféricos o nocturnos, incluso un negro casi opaco. Y, por último, destacaba la técnica, tempera sobre lienzo, que facilita la superposición de capas y les confiere una luminosidad más intensa.
Hacia la naturaleza
Al año siguiente, 2007, expuso en Soledad Lorenzo y, aunque técnica, tratamiento y factura eran similares, sus motivos habían experimentado un cambio. Al menos los paisajes. Si en León parecían mirar a los descampados, a las afueras de las ciudades o a desiertas carreteras comarcales, se asomaban ahora a grandes panorámicas naturales y salvajes, bosques, acantilados, ríos, etc. Eso sí, como entonces, sin presencia humana alguna que no fuesen las huellas y rastros dejados por nuestra acaparadora apropiación de sus recursos. Los colores, por su parte, habían estallado en una extraordinaria ampliación de sus fuentes y una mayor matización de sus gamas.
Escenas nocturnas
Regresa ahora, con tan sólo un lustro de actividad pública, y ofrece la misma continuidad de factura, registro y, por así decirlo, retorna a las dramatizaciones que le caracterizaron entonces. La decena de cuadros y los tres papeles que componen Scare the night away (Asustando a la noche) son, como indica el título, en su mayoría, escenas nocturnas, bien urbanas -generalmente nevadas, en las que comparece todo aquel mobiliario que proyecta o emite luz, semáforos, farolas, focos industriales, etc.-, bien rurales, pero que se distinguen porque algo insólito -una explosión que inflama el cielo en llamas, por ejemplo- acontece en el momento que recoge el cuadro.
Señalaría también la novedad de una serie de cuatro piezas que representan rincones domésticos: una desolada terraza con tres macetas estériles y despobladas, un fregadero sucio, un armario del que cuelga, roja, una solitaria cazadora y un trastero atestado de enchufes y cables. Kristian Leahy, en su texto para la exposición, las considera de algún modo vanitas, lo que no parece muy lejano de la realidad. Una realidad que puede extenderse al conjunto de las obras expuestas, todas en esa frontera entre el presente y la postrimería.