Zobernig, racionalidad inquieta
Heimo Zobernig 2006-2010
30 abril, 2010 02:00Vista de la galería
Se cumple este año el cuarenta aniversario de la apertura de la galería Juana de Aizpuru en Sevilla. Una cifra redonda e impensable de cumplir desde la perspectiva del desértico escenario del mercado artístico de la España de 1970. Desde entonces, y sobre todo desde su instalación en Madrid en 1983, directora y galería son parte imprescindible de nuestra actualidad y una puerta abierta al panorama internacional. Para conmemorar la efeméride, Aizpuru ha diseñado una programación que ocupará lo que resta de temporada y toda la siguiente con aquellos artistas, de procedencia tanto nacional como foránea, que ha dado aquí a conocer y con los que más ha trabajado o hacia los que más próxima se siente. El primero de ellos es el austriaco Heimo Zobernig (Mauthen, 1958), del que hizo su primera individual en nuestro país en noviembre de 1988, lo llevó a Sevilla al año siguiente, y repitió en Madrid en febrero de 2006.Zobernig es un artista multimedia, al que interesan tanto la pintura, como la escultura, el diseño gráfico, el vídeo, la performance, la arquitectura o el arte público. Un creador que ha explorado las posibles derivas -siempre bajo un deje irónico- del minimal, el pop y otras formulaciones lingüísticas, así como la interacción entre sus trabajos y el espectador.
La exposición recoge obras del último lustro y se ciñe exclusivamente a pinturas y esculturas. Las primeras, he de decir que mis predilectas, responden a un orden racional y sereno, aunque no diáfano. En ellas se sirve a la vez de la geometría y de la textura y respiración de la pincelada para configurar superficies de sólida presencia y, en ocasiones, una burbujeante animación, que nunca roza el caos. Predominan las variaciones de azules o de verdes y destaca la inclusión de una sola obra realizada con blancos manchados, tierras y negros desvaídos en los que la trama se interrumpe y alterna para componer una queda sinfonía que no me resulta del todo silenciosa. Comparten sala con varias esculturas posminimal hechas de madera prefabricada, acompañada, al menos una vez, de espejo, con las que forman una instalación.
Más sorprendentes, aunque habituales en su trabajo de estos últimos años, resultan las dos esculturas de la sala pequeña. Dos maniquíes masculinos enfrentados, el uno cubierto por una especie de lámpara cilíndrica y el otro cortado por baldas de madera. Inalterables en su fría impersonalidad, sólo asisten al acto de su artificiosa personificación antropomórfica.