Image: Patricia Gadea, la risa de la medusa

Image: Patricia Gadea, la risa de la medusa

Exposiciones

Patricia Gadea, la risa de la medusa

Dinamita perfumada

1 octubre, 2010 02:00

Violencia infantil, 1982

Comisario: José Mª Parreño. Galería ArteSonado. Calle del Rey, 9. La granja de san Ildefonso (Segovia). Hasta el 10 de noviembre. De 800 a 10.000 euros.

Explosiva, radiante y fresca: así se muestra la obra de Patricia Gadea (Madrid 1960-Palencia 2006), la pintora más destacada de su generación. Sólo once pinturas, cinco acuarelas y un dibujo le han bastado a José María Parreño para delinear, gracias a una selección reposada, un recorrido conciso pero completo por una trayectoria que, al quedar interrumpida y tras un extraño silencio, ahora se recobra con la conciencia redoblada de su valor. Valga este esfuerzo de preludio a la gran exposición que, sin duda, se ha de realizar. Porque sigue iluminando las trazas que hoy indagan los artistas más jóvenes, sin que su planteamiento ante el arte y el presente haya quedado ni un ápice rezagado. Ahora lo vemos, siempre genuina, la obra de Gadea permanecerá intacta, a salvo de la pátina del tiempo, como la de otros bellos de la cultura popular: el pintor Basquiat, o antes, los músicos Jim Morrison, Hendricks o Janis Joplin.

Desde el principio, Gadea utilizó materiales de la baja cultura: de revistas y cómics, recortables, tipografías, papeles pintados… con innumerables recursos siempre sorprendentes y con total desparpajo. En los ochenta, cuando vi por primera vez su obra, los críticos intentaban catalogarla de pop y/o surrealismo sucio. Inclasificable, ahora creo que impuso lo grunge, antes de que se inventara como moda cool. Gadea ya era nostálgica con la cultura visual de su infancia -un denominador común entre los jóvenes artistas durante la última década-, pero en lugar de usarla de manera melancólica o irónica, con brutal iconoclastia la convertía en arma para torpedear el presente, a modo de boomerang. Conseguía imágenes divertidas, ingenuas y poéticas, de colores estridentes y vitalistas, plenas de humor ácido y crítica desprejuiciada.

Durante la movida, Gadea se mofa de los rancios símbolos nacionales y de los rígidos estereotipos impuestos, como en la "menina" -que ya quisieran otros- y las poses de familia, cancelada con pintura arrojada. Ataca la razón tecnocrática mediante los "inventos del TBO". Y no pierde luminosidad, incluso cuando trata los asuntos más espinosos, como en Violencia infantil (1982) auténtico icono en esta exposición, con el vaso gigante de batido, la niña mala vestida con los conejitos seriados y el malévolo pene-regaliz rojo.

Luego, a partir de 1986, cuando vive en Nueva York como Estrujebank (junto a su pareja, el pintor Juan Ugalde y el poeta Dionisio González), se confronta con el movimiento artístico feminista. Siempre había pintado sobre anuncios de modelos y actrices, novias y amas de casa. Pero es allí cuando se posiciona consciente como artista mujer en el sistema del arte, marcando la diferencia. A su vuelta en 1990, aquí el tema de la subversión del criterio de calidad bajo una perspectiva de género estaba verde -baste recordar las declaraciones de artistas muy destacadas despegándose de la etiqueta "mujer" y la muy vilipendiada primera exposición española de arte feminista 100% (1993)- y no le favoreció, sin que se entendieran tampoco sus incursiones expresionistas y otros bandazos, fruto de su intenso proceso de revisión.

La estabilidad democrática española junto al neoliberalismo creciente en Occidente, fue amoldando una sociedad más acomodaticia. Gadea, en sintonía con el medio artístico vanguardista estadounidense, se radicalizó. Simplificó su lenguaje y, como Barbara Kruger, ridiculizó a los héroes y comenzó a tratarse y tratar a las mujeres con crítica ternura, como puede verse hasta en sus últimos dibujos. No era, sin embargo, ninguna importación. Retomaba la imaginería popular que antes había hecho suya. Como en I love Europa (1992), ese cartel de circo arrugado sobre el que rotula "sexo, racismo, capitalismo": una respuesta contundente al europeismo optimista de la España olímpica y ferial, light, superficial y yuppie. Pero ¿alguien podría sintetizarlo mejor hoy? Lo tenía claro: "Uno debe tener la sensación del momento, de la historia real, la verdad no viene escrita en las últimas noticias, encuentras el momento en forma de individualidades". Identidad nómada enraizada, lo suyo era y es de verdad.