Image: Giacometti & compañía

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Exposiciones

Giacometti & compañía

Alberto Giacometti. Una retrospectiva

22 diciembre, 2011 01:00

Vista de la exposición

Museo Picasso. Palacio de Buenavista. San Agustín, 8. Málaga. Hasta el 5 de febrero.

Aunque sus intereses estéticos y vitales discurren por caminos casi opuestos, Picasso y Giacometti tienen muchos más aspectos en común de lo que pudiera parecer a simple vista. Para empezar, y eso es indiscutible, son dos de las referencias del arte del siglo XX, un punto de partida que los convierte inmediatamente en foco de atención de cualquier subasta. De hecho, la escultura más cara jamás vendida es una figura del suizo adjudicada el año pasado en Londres por 74 millones de euros, titulada El hombre que camina I que condensa los rasgos más característicos de su reconocible estilo filiforme. En 1960 ensayó decenas de variantes de este andante del que finalmente sólo realizó dos versiones, una obra emblemática convertida en icono de la que hoy se conservan contadas copias.

Una de ellas se exhibe ahora en la completa retrospectiva que ha preparado el Museo Picasso de Málaga del propio Alberto Giacometti (Borgonovo, Suiza, 1901 - Coira, Suiza, 1966), sin duda una de las exposiciones del año en España tanto por la cantidad de trabajos incluidos, casi doscientos, como por su alto nivel y representatividad. Ésta primera antológica que se le organiza en nuestro país en más de veinte años, se plantea como una visión panorámica que hace especial hincapié en sus inicios, un recorrido establecido por orden cronológico que parte de un original arranque que recalca otra curiosa similitud, que los padres de los dos igualmente eran pintores. Además de algunos óleos de sus progenitores, también podemos ver un cuadro que hizo Picasso a los nueve años y otro de Giacometti preadolescente; asimismo, se incluyen de esta etapa varias cabezas inspiradas en su hermano Diego y diversos estudios de volúmenes, formas que progresivamente irán evolucionando durante su juventud y en las que podemos ir observando distintas influencias, desde las estructuras básicas de Cézanne hasta el cubismo tardío en el que se fija tras su llegada a París en los años 20. Aquí pronto entrará en contacto con Breton y los surrealistas, al mismo tiempo que en el museo del Trocadero descubre el arte primitivo africano, oceánico o de las islas Cícladas, visiones peculiares que darán pie a obras magníficas de este periodo como Cabeza que mira (1929), Bola en suspensión (1930), Objeto desagradable (1931) o El palacio a las cuatro de la mañana (1932).

Antes de la Segunda Guerra Mundial sus esculturas se preocupaban por cuestiones vinculadas con las tensiones del espacio, el movimiento o la relación del conjunto con el pedestal. Después, en un giro diametral, se centran en el ser humano. Obsesivamente. Sus nuevas figuras representaban personajes extremadamente delgados, frágiles, casi evanescentes. Siluetas apesadumbradas que presenta al público por primera vez en la Pierre Matisse Gallery de Nueva York en 1948, una muestra que además de resultar un éxito, se convierte en una vía expedita hacia la fama mundial. En el prólogo que le escribe su amigo Jean-Paul Sartre para el catálogo, disertaba sobre la desesperación, la futilidad y la soledad del hombre, una reflexión de carácter existencialista que vinculaba estos seres dolientes con la desesperanza que asolaba Europa entonces, un continente decaído y enajenado por la incertidumbre.

La serie de retratos con la que se cierra el conjunto, puede servir para relacionar, a modo de conclusión, la dispar manera de pintar de ambos artistas. Todo lo que en Picasso es disfrute y voluptuosidad, en Giacometti es tensión, dureza e insistencia. Mientras que el primero acaricia el lienzo, el segundo parece que se empeña en arañarlo.