Image: El Greco tras la pintura

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Exposiciones

El Greco tras la pintura

El Greco. Arte y oficio

17 octubre, 2014 02:00

Detalle de La cena en casa de Simón, 1608-1614

Es la última de las grandes exposiciones de este Año Greco. El Museo de Santa Cruz de Toledo acoge El Greco. Arte y oficio, una mirada al taller del pintor y a su método de trabajo que reúne hasta 75 obras. Se muestra, por primera vez, todas las telas del Apostolado de Almadrones, dispersas tras la Guerra Civil, junto a la serie completa del Apostolado del Marqués de San Feliz. También es una oportunidad única de ver en una misma ciudad cuatro de sus Apostolados más interesantes. Hasta el 9 de diciembre.

Es la tercera gran exposición sobre El Greco en el cuarto aniversario de su muerte y lo primero que han de saber sobre ella, si no la han visitado ya, es que no es redundante y que completa de manera muy conveniente lo aprendido en las anteriores. El enfoque, que podríamos considerar complementario, es sin embargo muy relevante para conocer mejor la producción del artista y su taller. Después de que Fernando Marías, en El griego de Toledo, revisara su evolución intelectual y artística desde Creta a los años finales toledanos basándose en sus grandes obras y de que Javier Barón, en El Greco y la pintura moderna, siguiera el hilo de la reivindicación vanguardista de un artista olvidado, ha llegado el turno de Leticia Ruiz, comisaria de El Greco. Arte y oficio, que explica cómo funcionaba el taller del gran empresario en el que se convirtió pronto este extranjero hosco que había fracasado como pintor cortesano pero que supo hacerse con una rentable clientela eclesiástica y particular.

Leticia Ruiz, jefa del Departamento de Pintura Española del Renacimiento del Museo del Prado, está muy bien capacitada para abordar esta faceta pues no es sólo historiadora del arte, experta en este periodo, sino también restauradora y no es el primer proyecto expositivo sobre El Greco que saca adelante. No se puede decir que esta sea una muestra dirigida a especialistas porque cualquier amante de la pintura de El Greco encontrará buenas obras que admirar. Para apreciarla en todo su valor hace falta sentir interés por cuestiones técnicas, iconográficas, sociológicas e incluso mercantiles. Es, por otra parte, muy conveniente para aquellos que realmente desean profundizar en las particularidades de la producción del artista y su taller leer el texto de la comisaria en el catálogo (también el resto de valiosas contribuciones) pues, aunque las cartelas dan información suficiente, esta se amplía lógicamente mucho en ese ensayo.

Se han traído numerosas pinturas de colecciones extranjeras pero buena parte de las más importantes, entre las expuestas, están en colecciones españolas e incluso algunas en el propio Museo de Santa Cruz, su sede principal. No es, por tanto, una exposición de descubrimiento y disfrute de grandes obras maestras sino de ahondamiento y de matices. En las dos sedes complementarias, la sacristía de la catedral y el Museo del Greco ni siquiera se ha añadido o modificado nada a lo habitualmente mostrado en ellas: se incorporan al itinerario sólo porque allí se conservan dos apostolados completos que, junto al conservado en el Museo de Bellas Artes de Asturias y el reconstruido de Almadrones constituyen uno de los capítulos de este análisis de las copias, ampliaciones, reducciones y variaciones producidas en el taller de El Greco. El discurso expositivo se basa en la comparación de las propias pinturas, pues escasean en él los dibujos, los grabados, los modelos escultóricos (ninguno) y los documentos y libros (estos últimos protagonizaron la pequeña muestra La biblioteca de El Greco, en el Museo del Prado) que conformaban las herramientas de ideación de las obras.

La repetición y la reelaboración fueron para El Greco el medio de alcanzar la maestría técnica y compositiva ya desde sus etapas cretense e italiana pero en Toledo se convirtieron en el fundamento de una economía de taller que no difería, en sustancia, de la práctica de otras "factorías" anteriores y contemporáneas. Parroquias, conventos y particulares mantenían una demanda de obras de devoción incrementada por la estrategia sobre las imágenes religiosas de la Contrarreforma, que exigía de ellas claridad en la representación e invitación a la oración y la penitencia. Se produce en ese momento una renovación de la iconografía piadosa en la que las fórmulas propuestas por El Greco tuvieron un considerable éxito. Su taller producía "en serie" esas composiciones, siempre bajo el control del maestro que, según la importancia del encargo, y su precio, intervenía más o menos en cada cuadro. Los especialistas reconocen su pincelada en el reparto de las áreas pictóricas, de las que se encargaban diversos miembros del taller: imprimación, fondos, mantos, carnaciones… Ese nivel de intervención se establecía incluso en los contratos firmados con los comitentes, que podían llegar a exigir, previo pago, que solo El Greco tocara la obra en cuestión.

Detalle de La Magdalena penitente, ca. 1580-1585

La contratación no era del todo libre pues, como advierte en el catálogo, el Arzobispado de Toledo, a través de su Consejo de Gobernación, regulaba esas transacciones con la concesión de licencias de obra cuya obtención pasaba por la presentación de un informe. Recordemos que El Greco actuó como "comercial" que no sólo contrataba pinturas sino que diseñaba retablos (su dorado era la más lucrativa en el conjunto de tareas de un gran taller) y que su hijo Jorge Manuel fue, además de pintor a su servicio, arquitecto; eso supondría la presencia en su taller, o la ocasional subcontratación, de ensambladores, escultores, doradores... En la exposición, esa faceta del artista se refleja someramente en una instalación fotográfica a cargo del historiador Joaquín Bérchez que, junto al vídeo en varias pantallas e idiomas que ocupa la crujía central del Museo de Santa Cruz, son las únicas concesiones a la moda audiovisual y virtual en el diseño expositivo para blockbusters artísticos.

El recorrido va presentando versiones de un mismo tema iconográfico de una manera muy ordenada pero con alguna incongruencia, como situar uno de los San Francisco al inicio, fuera de la excelente agrupación de obras protagonizadas por este santo, o incluir un retrato en miniatura de Francisco de Pisa, de una colección particular, cuando no hay en la exposición ningún otro retrato, ámbito en el que, como es sabido y demostró la primera exposición del centenario en Toledo, sobresalió también El Greco. Son, como decía, los temas devocionales los que se prestaron a la seriación. El Greco, según relató Francisco Pacheco, tenía en su taller reducciones de todas sus obras, que le servirían como catálogo para los clientes y guía para el trabajo propio y de sus asistentes. No es fácil identificarlas, pues hizo de algunas composiciones más de una versión en formato pequeño, como de la Anunciación del retablo de Doña María de Aragón. En otras ocasiones las variantes son del mismo tamaño y al parecer, al menos para los apostolados, se pudieron utilizar plantillas para marcar los contornos de las figuras. El cotejo, presencial, de las versiones permite estudiar la evolución de cada tema y las diferencias de calidad en materiales y ejecución, e incluso valorar cómo han envejecido y la propiedad o impropiedad de las restauraciones efectuadas.

En la sucesión de salas vamos conociendo las varias escenificaciones, algunas con influencia italiana (Tiziano, Miguel Ángel) o alemana (Durero) de temas como Cristo en la cruz, el Expolio (hay que completar la visita en la sacristía de la catedral, presidida por la mejor versión, que dialoga al más alto nivel con un Prendimiento de Goya), el Éxtasis de Cristo, el Pentecostés, la Verónica, la Despedida de Cristo y su madre, Cristo con la cruz a cuestas, y algunas de las mejores figuras de santos, como la doble pareja de San Pedro y San Ildefonso, tan iguales y tan diferentes, para la capilla de Doña Isabel de Oballe y el excepcional conjunto de representaciones de San Francisco y María Magdalena, con tres "modelos" distintos cada uno. Alguna obra, como el Santiago Mayor de Peregrino, se presenta como prototipo aislado, quizá sólo porque es una de las mejores entre las numerosas obras del Greco del propio Museo de Santa Cruz... no dejen, por cierto, de subir a la planta superior pues en las salas de la colección hay otras obras del artista.

Los Apostolados, repito, constituyen uno de los capítulos más destacados de la exposición, que reúne los cuatro más completos de los conservados, y en ellos practica El Greco su patrón de retrato "a lo divino". Hay, finalmente, una sección para los continuadores del artista que, evidentemente y a pesar de haber entre ellos artistas apreciables como Luis Tristán y Pedro Orrente, no están ni remotamente a su altura.