Image: Suburbios del más allá

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Exposiciones

Suburbios del más allá

Arstronomy

22 mayo, 2015 02:00

William Kentridge: A Journey to the Moon, 2003

La Casa Encendida. Ronda de Valencia, 2. Madrid. Hasta el 30 de agosto.

En una exposición titulada Arstronomy uno esperaría encontrar los firmamentos nocturnos de Vija Celmins o las estrellas de Joan Miró. O más cerca: las constelaciones de Jorge Barbi. Pero no, ni estas ni otras tantas obras previsibles comparecen aquí. Y es que esta exposición, que me atrevo a calificar de extraordinaria, no transita por un ámbito que en estos años ha ido adquiriendo una creciente pertinencia, el que reúne el arte con la ciencia. Este planteamiento habría tenido sin duda interés y de hecho, varias obras lo representan (pienso en el vídeo de Susan Hiller, que recoge el eco del Big Bang, por ejemplo).

Pero ha sido otra la elección de Danielle Tilkin, su comisaria. Por si fueran poco (misteriosos) los agujeros negros, por si fueran poco (literarias) las estrella llamadas enanas marrones, por si fuera poco abrumador un universo que no acabamos de conocer, en torno suyo circulan toda clase de fenómenos que ni siquiera sabemos si tomar por verdaderos. En vez de la astrofísica, Tilkin mira la ufología; frente a las tormentas solares, los seres venusianos. Ese es el territorio que cartografía esta exposición, que podría titularse con más propiedad Arstrology. Una zona de sombra, liminar, sospechosa, donde lo desconocido tuerce hacia el misterio, el misterio se embala hacia la mística y la mística derrapa en una curva de secretos oficiales.

Esto es lo que explica que en esta exposición encontremos reunidos los esbeltos bustos de extraterrestres que Robert Llimós al parecer copió del natural, junto con fotografías de la aparición ante una multitud de campesinos de la Virgen de Fátima (presentadas por el artista francés David Grasso, que documenta fenómenos estelares inexplicables del pasado).

A poco que se examine la cultura moderna, enseguida tropezamos con la profunda huella que los cuerpos celestes han dejado en las mentes terrestres. Cyrano de Bergerac y Julio Verne viajaron a la Luna. En las primeras películas también están presentes los viajes espaciales. Lo hace Méliès en Viaje a la luna (1902) y también el ruso Yákov Protazánov, en Aelita: reina de Marte (1924). Al poco de terminar la Segunda Guerra Mundial, los avistamientos de platillos volantes se convirtieron en un fenómeno frecuente. En la década de 1950 se producen los primeros contactos con seres procedentes de otros lugares del universo. En la de los 60 se recogieron los primeros testimonios de abducciones alienígenas. Pero de nada de todo ello parece haber pruebas concluyentes, y sin embargo está extendida la idea de que determinados gobiernos sí las tienen y las mantienen cuidadosamente fuera del alcance de la opinión pública. Para acabar de complicar las cosas, esas lejanías del espacio exterior parecen ser literalmente los suburbios del más allá. El místico "cosmista" Nikolái Fiódorov (1827-1903) propugnaba colonizar el universo para alcanzar la vida eterna. Pero no hay que ir tan lejos, la Iglesia Adventista del Séptimo Día tiene contacto con seres extraterrestres.

Danielle Tilkin ha llevado a cabo una soberbia investigación para construir las muchas facetas de esta fascinación humana por lo ultraterreno (o terráqueo, no sé). Pero un planteamiento de este tipo corre un riesgo: carecer de límites. Así, se empieza mostrando los cohetes neumáticos de Yves Klein, muy adecuados para la ocasión, y se acaba dando un papel protagonista a la foto del artista saltando al vacío, una imagen que hemos encontrado como pieza capital en una docena de exposiciones distintas en la última década.

Una de las obras de Evru

Arstronomy está integrada por treinta artistas y toda una panoplia de lenguajes. Como he dicho, en ella lo visionario se da la mano con lo fantástico y la utopía con el delirio. En ocasiones es difícil decidir. El robot de Panamarenko parece listo para funcionar. El hotel catedral (con forma de cohete) que Gaudí diseñó para Nueva York es propuesto ahora por Paul Laffoley para señalar la Zona Cero. Otra pieza histórica es la escultura creada por Noguchi para ser vista desde Marte (ya en 1947). Pero el primer artista que ha expuesto individualmente en la Luna es Paul von Hoeydonk, cuya pequeña escultura, El astronauta caído, depositaron en su superficie los miembros del Apolo XV (1971).

Encontraremos también imágenes de los habitantes de otros mundos: la figura congelada del colectivo Greatest Hits, los ectoplamas de Evru, El Nuevo Reino de Michael Zansky. También hay imágenes de avistamientos de ovnis, entre las que destacan las del archivo de Tony Oursler (quién lo iba a decir) y las de Peter Stichbury. No podían faltar homenajes a pioneros como Julio Verne, Joan Rabascall, o a George Méliès, en un vídeo maravilloso de William Kentridge. Las imágenes más científicas, o las más naturalistas, son Estrellas de Thomas Ruff y Agujero negro de Rotraut.

Una exposición que no tiene límites tampoco tendrá piezas imprescindibles, pero echo de menos la instalación de Kabakov El hombre que voló al espacio desde su apartamento (1984). Como compensación, encuentro la asombrosa Piedra de saliva, de Alfonso Borragán. En ella se ha solidificado dicho fluido de quienes anteriormente habían ingerido un meteorito pulverizado. Esa comunión con el infinito da idea de la permanencia del sueño de transcender nuestros límites que es propio de los artistas, los locos, los científicos, los santos y los terrícolas en general.