Hernández-Díez, líbranos de todo mal
No temeré mal alguno
1 abril, 2016 02:00Vista de una de las salas de No temeré mal alguno, en el MACBA
La exposición presentada en el Convent del Àngels, un anexo del MACBA, se inicia con dos proyecciones visibles desde el exterior. La primera, titulada Vas pa'l cielo y vas llorando (1992), evoca los espíritus de niños difuntos que, en posición yacente, se elevan directamente hacia el cielo. La otra proyección, La caja (1991), consiste literalmente en una caja de cartón que, colocada hacia abajo, parece arrojar cuerpos que descienden hacia el suelo. La imagen de ambas proyecciones resulta intencionadamente borrosa, evanescente. Se trata de espectros, seres fantasmáticos. Unos ascienden y otros bajan o caen a la tierra.Estas dos piezas se han exhibido en diferentes exposiciones y son susceptibles de diversas interpretaciones, pero en el actual contexto, confrontadas la una a la otra, expresan la dualidad vida/muerte. Este es el punto de partida de la exposición, que despliega el particular universo de José Antonio Hernández-Díez (Caracas, 1969) a través de una selección de obras -instalaciones y videoinstalaciones- de diferentes periodos de su trayectoria. Una muestra que gira en torno a los miedos -el misterio de la muerte y lo desconocido- y de determinados "objetos mágicos" capaces de enfrentarse a ellos. De ahí el título de la misma: No temeré mal alguno.
Un elemento fundamental en este universo es el relicario, el objeto protector, dotado de poderes milagrosos, y que el artista recupera con una sensibilidad contemporánea. Se ha dicho con razón que los relicarios de Hernández-Díez recrean una nueva iconografía cristiana utilizando unos símbolos, procedimientos y tecnología contemporáneos. Pero hay algo más. Los relicarios, como es sabido, conservan los restos del cuerpo u objetos que han estado en contacto con el santo y que, por ello, conservan una energía sanadora.
En la muestra se pone de manifiesto un regocijo fetichista por los restos corporales, la piel, los órganos, la materia incorrupta. Además, la reliquia se identifica con el prodigio, el hecho portentoso. De ahí que las de Hernández-Díez evoquen de algún modo el mundo de la atracción de feria y, en general, el universo de lo kitsch. En este sentido, la exposición incorpora un perro disecado dispuesto en una vitrina de metacrilato que alude a la fantástica historia de un can que la devoción popular consideraba un santo capaz de obrar milagros (San Guinefort, 1991). O bien un corazón humano de tamaño natural, pero de silicona, que, gracias a un mecanismo de aire comprimido, palpita en el interior de un crucifijo transparente lleno de líquido (Sagrado corazón activo, 1991).
Miquel Coll. Vistas de la sala No temeré mal alguno
La obra de Hernández-Díez en cuestión consiste en un vídeo, visto a través de una pantalla sumergida en agua, en que el mismo artista aparece ejecutando el número de la Cámara de tortura china en una suerte de autorretrato como un nuevo Houdini. La imagen posee la apariencia de las cosas mediatizadas u observadas a través del agua, lo que le da un aspecto fantasmático. Este desdoblamiento de Hernández-Díez como Houdini resulta interesante por varios motivos, pero hay un aspecto que nos parece especialmente relevante que surge de la asociación entre los dos: el ilusionista desarrolló una intensa actividad en desenmascarar espiritistas y médiums que se aprovechaban de la credulidad e ingenuidad de las gentes que buscaban el contacto con los difuntos. Él denunciaba sus artimañas y trucos, los ponía en evidencia y los criticaba en la prensa. A partir de aquí, ¿podemos interpretar los nuevos relicarios del artista como un posicionamiento crítico -o lúdico, aunque también irónico- frente a un pensamiento mágico que atribuye poderes sobrenaturales a determinadas personas y objetos? No sabría contestar.
En todo caso, para nosotros, la exposición del MACBA contiene la representación de un diablo contra el que nada se puede: una gran pantalla roja, metáfora del infinito cibernético y de la luz de la pantalla digital, que anega y contamina todo el espacio. Para esto no hay remedios, ni talismanes ni relicarios.