Image: Albert Renger-Patzsch, ojo de insecto

Image: Albert Renger-Patzsch, ojo de insecto

Exposiciones

Albert Renger-Patzsch, ojo de insecto

La perspectiva de las cosas

30 junio, 2017 02:00

Cristalería (detalle), 1926-1927.

Fundación Mapfre (Sala Recoletos). Paseo de Recoletos, 23. Madrid. Comisario: Sérgio Mah. Hasta el 10 de septiembre.

En 1934, en El autor como productor, Walter Benjamin acusaba a Albert Renger-Patzsch de ignorar el potencial socio-político de la fotografía, en un momento muy crítico de la historia alemana. Oponía su estilo "neo-objetivo" a la militancia de John Heartfield y le censuraba especialmente la posibilidad de ver belleza en la miseria. Hoy pensamos que Benjamin fue injusto con el fotógrafo, cuyas motivaciones no eran primordialmente estéticas, a pesar del título de su fotolibro/manifiesto El mundo es bello (1928), que no eligió él. Pero es cierto que su trabajo estuvo muy vinculado a un modelo económico importado de Estados Unidos en los años en que la República de Weimar pretendía dejar atrás el pasado y convertir a Alemania en un país moderno y competitivo. La máquina, la estandarización y la racionalización de los procesos de trabajo transformaron la industria y tuvieron un gran eco en la esfera visual y artística del momento -se ha llegado a hablar de un "romanticismo de la máquina"- y en este impacto tuvo mucho que ver Renger-Patzsch, que aceptó numerosos encargos de empresas para catálogos, reportajes gráficos y publicidad, mostrando con precisión acerada su arquitectura, su maquinaria, su perfecta producción en serie, sin preocuparse al parecer por condiciones laborales o consecuencias sociopolíticas.

Sus preocupaciones eran otras. Como señala Sérgio Mah, el comisario de esta imprescindible exposición, muy completa, bien montada y disfrutable a rabiar, Renger-Patzsch defendía, en un momento en que el espíritu vanguardista tendía a borrar fronteras entre los medios artísticos, la especificidad del medio fotográfico, y quería demostrar que con solo sus características técnicas y visuales intrínsecas era capaz de modificar e intensificar la percepción de las cosas. Él encarna en Alemania la ruptura definitiva con el pictorialismo y la traslación de los principios de la Nueva Objetividad en fotografía, que se encuentran también en August Sander, Hans Finsler, Werner Mantz o Hein Gorny. Pero sus innovaciones no surgen de la nada. Hay que tener en cuenta que cuando Renger-Patzsch realiza las hoy célebres fotografías de plantas para la editorial Auriga, su primer encargo profesional, la Straight Photography ya estaba asentada Estados Unidos, con Paul Strand marcando el rumbo y con Imogen Cunningham empezando a fotografiar flores y plantas "con ojo de insecto". En su país, Karl Blossfeldt había "maquinizado" la botánica décadas antes, a partir de 1890, aunque fue en el contexto de la Nueva Objetividad cuando le llegó el reconocimiento artístico, con una exposición en 1925 y la publicación del mítico libro Formas originales del arte en 1928, y la fotografía ya se utilizaba, con criterios de claridad y esencialidad, para ilustrar publicaciones científicas. Pero Renger-Patzsch supo definir desde sus inicios su personalidad fotográfica mediante un estilo visual, un catálogo de motivos variado pero coherente y un programa teórico -desarrollado en más de treinta ensayos a lo largo de su vida- que le convirtieron muy pronto en un referente. Al margen de la fotografía más experimental del momento, liderada en su país por Moholy-Nagy y la Bauhaus, destacó por las composiciones precisas, la nitidez, la monumentalización del detalle y la valoración de las texturas.

Essen-Stoppenberg (detalle), 1929.

Ése es el Renger-Patzsch que se describe en las historias de la fotografía. Pero esta exposición demuestra que hay un más allá en su obra. ¿Objetiva? ¿Impersonal? No todo en él es industria y positivismo. Prestemos atención, en su primera etapa, a la figura de Ernst Fuhrmann, el editor que le puso a trabajar en el archivo fotográfico de la Folkwang-Verlag y que le encargó las fotografías botánicas para la colección que él dirigía, El mundo de las plantas. Poeta y fotógrafo él mismo, era uno de los adalides de la Biosofía, defensora de la circulación de una misma sustancia vital en los animales y las plantas, un pensamiento más bien excéntrico que nos proporciona un filtro para espiar otro tono, no puramente descriptivo, en estas fotografías. Es ciertamente en las imágenes de la naturaleza donde la obra de Renger-Patzsch rompe los moldes en los que lo hemos encasillado. En el libro sobre las islas Halligen (1927) hay más tintes pictóricos -no hablo de pictorialismo sino de un parentesco con la pintura postimpresionista, simbolista de paisaje- de lo que a él le habría gustado reconocer, y sus fotografías de los años 30 sobre la industrialización del Valle del Ruhr muestran a menudo lugares intermedios, ni campo ni ciudad, que poseen cualidades paisajísticas poco convencionales, en ocasiones más fantasmales que neutrales o documentales. Pero su visión de lo natural se afina y se individualiza sobre todo al final de su carrera, cuando tras la II Guerra Mundial se retira a Wamel, un pueblo de Westfalia a orillas de un lago y muy próximo al bosque de Arnsberg.

Se puede caer en la tentación de ver en las fotografías paisajísticas de este momento un retroceso; efectivamente, se va alejando de la vanguardia fotográfica -toma el relevo como referente la "fotografía subjetiva", experimental, de Otto Steinert- pero cabría interpretar este largo período final a la luz de otras aproximaciones al paisaje más o menos coetáneas que sí consideramos innovadoras y de las que él probablemente estaba al tanto. Pienso en el paisaje interiorizado, de tintes psicológicos, emocionales, que encontramos en los Equivalentes de Alfred Stieglitz, en el Point Lobos de Minor White, o incluso en la nueva sublimidad de Ansel Adams, y hasta se pueden establecer conexiones con las composiciones naturales cuasi-abstractas de Aaron Siskind. Como siempre hizo, Renger-Patzsch recopiló estas obras en forma de libros, de los que Árboles (1962) y Rocas (1966) son los más importantes. Sus bosques cortan la respiración y sus canteras y roquedales cortan el párpado. En una carta a Ernst Jünger, que escribió textos para ambas publicaciones, afirmaba que constituían "la suma de su existencia", lo que nos da idea de lo relevantes que fueron para él esos años, los más felices.

@ElenaVozmediano