La universalidad de la obra de Pablo Ruiz Picasso hace imposible encuadrarlo en unos márgenes fijos: sus innumerables innovaciones pictóricas redefinieron una y otra vez el arte del siglo XX. Pero un campo en el que trascendió especialmente el artista malagueño fue en lo relativo al retrato, sobre todo el femenino, que transformó y con el que experimentó a su antojo, guiado simplemente por una creatividad indómita. Su inmensa producción de semblantes y apariencias —que abarcó ambos sexos y saltó desde los modelos clásicos hasta las formas cubistas— se aborda ahora en una exposición en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando.
La muestra Picasso. Rostros y figuras —que se podrá ver hasta el 15 de mayo— reúne un total de 58 obras del artista malagueño: siete pinturas y dos esculturas propiedad de la Fundación Beyeler —museo privado con una de las colecciones sobre Picasso más importantes del mundo— y 45 estampas, tres dibujos y una escultura de los fondos académicos. Constituye, en palabras de la comisaria Estrella de Diego, el regreso a casa del creador, a la institución donde "aprendió a ser artista". Además, el proyecto se enmarca en la estela de la exposición dedicada por la fundación a Goya en Basilea el año pasado y constituye el pistoletazo de salida del cincuenta aniversario del fallecimiento del pintor.
La historiadora del arte ha calificado la muestra de "exposición casi de gabinete" o "pequeña retrospectiva", pues reúne trabajos tempranos del autor del Guernica, de principios de siglo, hasta el grabado Cabeza con el brazo levantado sujetando una serpiente, de 1969. "Permite trazar un vínculo casi afectivo con las piezas y percibir la relación que existe entre ellas", ha destacado De Diego. En esa misma línea se ha manifestado Sam Keller, director de la Fundación Beyeler: "No será la exposición más grande de Picasso, pero sí es una de las más especiales", ha apuntado en relación con el diálogo de las obras reunidas y la especial mirada del protagonista sobre el cuerpo humano.
Las "obras maestras" de Picasso propiedad de la colección suiza permiten indagar en la metamorfosis del rostro femenino en su producción, tremendamente influido por sus compañeras sentimentales: primero Fernande Olivier; después, en las décadas de 1920-1930, la omnipresente Marie-Thérèse Walter; y por último Dora Maar, que actuó como una suerte de mater dolorosa en relación las atrocidades de la Guerra Civil y los estragos que estaba provocando el fascismo en Europa, como bien se aprecia con la estremecedora La mujer que llora. El propio artista confesó: "Durante años la pinté en formas torturadas, no mediante una influencia sádica ni tampoco con placer; simplemente obedecí a una visión que se impuso por sí sola. Era la profunda y no superficial realidad".
Estos retratos tienen "un lazo poderosísimo", según Estrella de Diego, con dos series de estampas conservadas en la Academia de San Fernando. Son La obra maestra conocida y la Suite Vollard, que tienen como tema central el taller del escultor y las relaciones que se organizan alrededor de la modelo, una de sus grandes obsesiones. Ambas se expusieron por última vez en 1981, antes incluso de la llegada del Guernica a España.
La Suite Vollard, además, evidencia la enorme influencia que el mundo clásico tuvo en la obra de Picasso, sobre todo a través de unas esculturas que llegan a eclipsar el papel y la interacción de la modelo y el artista. "Si el Prado le regaló la mirada de los grandes maestros [allí se escapaba para copiarlos], quizás la Academia le ofreció, en medio del tedio del cual se quejaría a menudo, el acceso temprano al ciclo espléndido de escultura clásica que llena sus lienzos y sus estampas, que refleja en sus esculturas", escribe Estrella de Diego en el catálogo.
Alumno ejemplar
La exposición también se articula en una suerte homenaje de la RABASF a Pablo Picasso, un "alumno ejemplar". Estudió allí, en la entonces Escuela Especial de Pintura, Escultura y Grabado, en el curso 1897-1898, empujado por su padre, quien le dijo que si esperaba ser artista debía pasar por la Academia. En la investigación para la muestra, de hecho, se encontró en el archivo de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Complutense de Madrid el expediente del malagueño, en donde se revela que pidió formalmente su ingreso el 14 de octubre de 1897. Y lo hizo a través de una instancia, pues había llegado tarde al plazo de matrícula por una enfermedad, según justificó.
"En la Academia se aprendía a ser pintor, escultor o grabador, según figura en los documentos conservados del año de matrícula de Picasso, a partir de las siguientes asignaturas: Paisaje, Grabado, Teoría e historia de las Bellas Artes, Perspectiva, Colorido y composición, Anatomía pictórica, Dibujo del antiguo y ropajes, Dibujo del natural, Dibujo y modelado del antiguo y Dibujo y modelado del natural", explica la comisaria.
En definitiva, la exposición es "como una vuelta a casa del pintor", resume De Diego. En la Academia vivió momentos excepcionales de su formación en todos los sentidos. Y sirve también para renovar sus vínculos con los grandes maestros y las esculturas clásicas, hacia los cuales volvería la mirada a lo largo de toda su carrera.