Carmen Balcells rodeada por Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay en 1974. Foto: Archivo Balcells

Carmen Balcells rodeada por Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa, José Donoso y Ricardo Muñoz Suay en 1974. Foto: Archivo Balcells

Se ha hablado mucho esta semana pasada, en círculos académicos, de la amistad que hubo entre Vargas Llosa y García Márquez. Desde mitad del 67 a principios del 76 del siglo pasado. Esa amistad terminó abruptamente en México y no se volvió nunca a recomponer. ¿Por qué fue el puñetazo? En aquel entonces, Vargas Llosa era un colérico contenido con imagen de educado londinense. Y un mosquetero cuyo principal sentido ético en la vida era la lealtad. Lo que sucedió en México sólo pudo ocurrir, en mi opinión, por una gran deslealtad.

Una vez, una importante periodista colombiana, Ana Cristina Navarro, le preguntó a García Márquez por el número de amigos que había perdido en su vida. "Uno", contestó García Márquez levantando el dedo índice de su mano derecha. Tengo para mí que le dolió más la pérdida de esa amistad que el mismo puñetazo que Vargas Llosa le propinó en público. También creo que ese episodio pudo haberse evitado por parte del escritor peruano, pero mucho tuvo que suceder en Barcelona para que su memoria se volviera incontenible.

Dije sobre García Márquez, en el curso de la Complutense en El Escorial y la Cátedra Vargas Llosa, dos o tres cosas que me gustaría repetir y que, en mi criterio, son capitales en la relación amistosa y luego distante de los dos grandes escritores. Dije que Vargas Llosa, y son palabras de Carlos Barral, trabajaba "como un obrero", todos los días su horario rutinario de trabajo, escribiendo, escribiendo, escribiendo. García Márquez no era un obrero, aunque para escribir en su casa de Barcelona se ponía un mono de mecánico azul. García Márquez era un escritor genial que pensaba sus novelas y libros durante veinte años, y los escribía primero en su cabeza, entre noches largas con los amigos, juergas tal vez hasta el amanecer entre los tragos, "mamando gallo" (haciendo bromas) sin cesar, contando cuentos que iba inventando mientras se trasegaba el aguardiente de la noche. Todo eso es innegable, como es innegable que, en cuanto la pieza ya estaba lista para ser escrita, García Márquez se escondía en un refugio de su casa, con una mesita muy pequeña y una máquina de escribir, y se volvía un maniático estajanovista: diez, doce, catorce horas picando todos los días en la mina de su fantasía y su imaginación, buscando la palabra exacta, huyendo de los incómodos adjetivos y de los altisonantes adverbios. También dije, y eso es indudable para cualquiera que conozca la historia, que García Márquez se dejó utilizar por Fidel Castro desde la mitad de los 70 hasta casi la hora de su muerte. Se dejó utilizar y Castro lo utilizó como emblema y símbolo. Dije también que, en mi opinión, algo había pasado casi al final de su vida: algo se quebró con la Cuba de Castro. Lo que pudo suceder es que, como para otros muchos devotos de Castro, el "ajusticiamiento" de Arnaldo Ochoa y Tony de la Guardia, además de la undécima caída en desgracia de Norberto Fuentes, para García Márquez, ya que involucraba a íntimos amigos y "dulces guerreros" cubanos, fue definitivo. Y comenzó a alejarse y a dejar de ir a Cuba. Discreta y hasta silenciosamente. Resulta muy sospechoso y sugerente que a la hora de la muerte de García Márquez el régimen de La Habana no pusiera en pie un homenaje internacional al escritor colombiano.

¿Pudieron arreglarse en algún momento las graves diferencias entre García Márquez y Vargas Llosa? Hubo varios intentos, que partieron siempre de amigos, pero que resultaron estériles. "Me voy a morir y quiero que esto se arregle antes de que yo me vaya", le dijo Carmen Balcells a Mario Vargas Llosa. Antes de ese intento hubo otros, de otros amigos, pero nada removió aquellas grandes distancias. A Vargas Llosa no le importó gran cosa encontrarse con García Márquez, una vez que se lo pidió Carmen Balcells tan seria y dramáticamente. Vargas Llosa puso sus condiciones: el encuentro sería en Madrid, a solas los dos, sin periodistas ni fotógrafos, en un lugar neutro y discreto (aunque no sé si la cúpula del Hotel Palace tiene algún tipo raro de discreción...). La cita -me consta- se planeó, pero, después de que García Márquez hubiera dado su beneplácito para encontrarse con Vargas Llosa, al final el encuentro no se produjo. Después de que Vargas Llosa aceptará con las condiciones que acabo de enumerar, hubo un profundo silencio por parte de García Márquez. Y así, hasta el final. ¿Intervino en ese silencio la decisión de otra persona muy cercana a García Márquez que desaconsejó ese encuentro?

Otra vez, anterior a la que acabo de contar, fui el encargado de decirle a Vargas Llosa que Gabriel García Márquez, ya enfermo, quería verlo. La petición se me había hecho por parte de un amigo común. "No te fíes de ese amigo... Si García Márquez quisiera verme, él mejor que nadie tiene personas apropiadas a través de las cuales puede hacerme llegar su recado. Yo no tengo inconveniente en verlo", me contestó Vargas Llosa.

Pero no fue posible. Y ya nunca lo será.