Gabriel García Márquez en 2005

Gabriel García Márquez en 2005

Lo mejor de las tertulias literarias, cuando en realidad son tertulias y literarias, es que se aprende mucho de la gente que sabe y habla. La otra tarde discutí con dos escritores, y no obstante amigos que saben mucha literatura, Francisco Javier Pérez y Juan Carlos Chirinos, de las influencias hipotéticas y reales de la Doña Bárbara de Rómulo Gallegos en Cien años de soledad de García Márquez. Mis amigos venezolanos me hicieron ver que la gran novela del gran escritor colombiano estaba muy influida por la novela del gran novelista venezolano, a quien le debía cierta reverencia intelectual. Es posible. El asunto es que me han obligado a volver durante un par de días a las páginas de Doña Bárbara, la gran epopeya venezolana, para buscar algunos de los parentescos que mis amigos venezolanos me hacían ver en la tertulia de las lentejas del Café Gijón.

Me empeñé en esa lectura y, desde luego, hay algunos rastros en la novela de García Márquez que pueden encontrarse, si uno quiere buscarlos y encontrarlos en la de Rómulo Gallegos. Claro que sí: ese ambiente que flota en Doña Bárbara aparece también en la novela de Aureliano Buendía. Las dos, digan lo que digan los lectores de ayer y hoy, son novelas impresionantes que no desaparecen con el tiempo, sino que se afianzan en él como si, desde su creación, pertenecieran a esa eternidad por la que los escritores decimos luchar con nuestras obras. Toda una pretensión, digo yo. Claro, García Márquez vivió mucho tiempo en Caracas, donde trabajó de periodista y conoció la vida caribeña y jaranera de una ciudad interior que, sin embargo, parece nacía al borde del mar. Tengo para mí, no obstante, que la gran influencia de García Márquez, además de Faulkner, Hemingway y la literatura periodística, es la literatura de Jorge Amado. O tengo razón o es una coincidencia, pero ese ambiente, el de Doña Bárbara, el de muchos episodios de Cien años de soledad, está en muchos de los relatos y novelas de Amado, a quien sí me consta que leyó con pasión el novelista colombiano. De todas maneras, ¿Qué más da? Tal vez importa a algunos profesores de literatura, y además a algunos contertulios de reuniones locas donde vamos a almorzar para luego discutir durante horas de lo que más nos gusta: la literatura. Recuerdo que en una de esas tertulias, un lunes cualquiera del calendario pasado, hablamos y discutimos durante más de cinco horas de un relato de Julio Cortázar, Continuidad de los parques. La pregunta que nos hacíamos era si el argentino había hecho en ese cuento un secreto homenaje a Agatha Christie o no. Todavía no está claro ese asunto, lo que sugiere que algún día de estos volveremos a la guerra de la literatura para descubrir las verdaderas y ocultas intenciones del escritor argentino.

Gallegos y García Márquez, pues. Y Faulkner al fondo del escenario. Cuando publicó uno de sus primeros libros, creo que La mala hora, un periodista le preguntó a García Márquez si había leído a Faulkner y si le había influido mucho en su escritura. "¿Quién es ese Faulkner?", preguntó contestando García Márquez. Muchos años después, y en la recepción del Nobel, García Márquez rindió homenaje a su maestro, aquel caballero del sur que escribía por las noches fumando y bebiendo malta sin parar hasta caer rendido sobre los papeles eternos que le darían también la eternidad del Nobel. En Caracas, cuando le dieron por Cien años de soledad el Premio Rómulo Gallegos, otro periodista le preguntó a García Márquez, tal vez no con muy buena intención, si había leído a Gallegos. El colombiano hizo un mutis de unos segundos, muy teatral, creando la expectación que buscaba para su respuesta. "En Canaima", contestó unos segundos después García Márquez, "hay la descripción de un gallo que está muy bien". Se sabe que García Márquez era lo que en aquellas tierras tan queridas por mí se llama "un jodedor", un tipo que se pasa la vida "mamando gallo" (haciendo bromas ingeniosas) como síntoma fundamental de entender la vida y en el mundo sobre el que se está parado. No creo, como ahora está de moda decir, que García Márquez ha sido muy sobrevalorado (sobrevalorado está Bolaño, con perdón), pero sí tengo para mí que Doña Bárbara y muchos de los relatos y novelas de Rómulo Gallegos están infravalorados fuera de Venezuela. Deberíamos preguntarles a los venezolanos las razones de esta infravaloración de Gallegos, a quien sólo leemos y releemos hoy los lectores que vivimos pensando en leer desde que nos levantamos hasta que, en la noche, volvemos a acostarnos para dormir. Todavía tengo tiempo, en una próxima tertulia del Gijón, de preguntarle a mis amigos venezolanos por qué Gallegos, tan importante objetivamente, está poco valorado entre los que leemos.

Quizá sea el momento de una buena discusión que, de repente, nos saca de dudas después de más de cinco horas de tenida.