Camilo José Cela

Camilo José Cela

En los años 80 del siglo pasado, a Camilo José Cela se le metió en la cabeza que Carmen Romero, la entonces esposa de Felipe González, en ese momento presidente del Gobierno del Reino de España, patrocinaba de manera cicatera, y contra él, a 150 novelistas de las nuevas generaciones a los que él llamaba repetidamente "los 150 novelistas de Carmen Romero". De tanto repetirlo, sin ningún sentido real ni lógico, hubo un momento en que la gente, y parte del público lector, llegó a creer que aquella cara vaina imaginaria de Cela era verdad: que la catedrática Carmen Romero "patrocinaba" una tribu de novelistas (del todo inexistentes) que, como los bárbaros del norte, venían a quitarle la gloria a los novelistas clásicos.

Con frecuencia le repetí a Cela que esa historieta no tenía sentido, pero él no hacía caso, le hacía gracia su propia broma, que le perjudicó mucho entre los novelistas más jóvenes, muchos de los cuales no podían ver al viejo escritor. Mientras tanto, Cela los detestaba, naturalmente sin haber leído a ninguno. A su edad, como casi todos los novelistas que he conocido, no leen sino que releen lo que en su momento de primera lectura les gustó mucho o no leyeron bien. De modo que hablaba por hablar, y detestaba por detestar. Cierto que les debía a algunos de ellos determinadas jugadas y citas que el viejo novelista no olvidó nunca, pero a otros, ni había conocido a sus padres, ni los conocía a ellos ni había leído ninguna obra en la que poder argumentar su desdoro por esos novelistas jóvenes.

Un día, un poco para molestarlo, un poco para divertirme, le dije que había allí un escritor, entre esos 150 novelistas supuestos, que valía la pena. Me preguntó su nombre. Se lo di: Antonio Muñoz Molina. Muy bueno, le dije, y mejor como novelista, e inmejorable como amigo, le añadí. "Hazme una síntesis escrita", me contestó sin más. Entonces le dije que no, que no iba a hacerle ninguna síntesis ni ningún comentario escrito, que lo leyera y que luego discutiéramos si había valido la pena o no. Cela era, en esa época, así y según cuentan los que lo conocieron de más joven fue así siempre: altivo en las formas, sin tener mucho en cuenta a los demás escritores que no fueran sus amigos y muy sarcástico con todo lo que detestaba.

Otro día creció entre los escritores una leyenda urbana que no he olvidado, pero tampoco he constatado. El periódico de Antonio Muñoz Molina, y esto es un supuesto (que quede claro), contactó con el novelista para que escribiera un artículo "contra Cela" en una suerte de monográfico que iban a publicar contra el Premio Nobel. Antonio Muñoz Molina, un hombre que tiene la dignidad y la ética personales por encima de cualquier otro valor, un hombre y un ciudadano integral en lo que yo sé (o sepa), contestó como yo esperaba de él: que si tenía que escribir contra Cela algún artículo no sería por mandato de nadie sino por sí mismo. Sea dicho de paso, no recuerdo que nunca se publicara ningún monográfico contra Cela en ningún periódico, pero el Nobel se enteró del episodio y, según mis noticias, al jueves siguiente en la sesión académica se acercó a Antonio Muñoz Molina, del que hasta ese momento estaba muy distanciado, y le dio la mano con estas palabras: "Antonio, un amigo", le dijo.

No sé si la mitad de esta historia es verdad o, como los 150 novelistas de Carmen Romero, fue un invento de Cela o de cualquiera otro de sus amigos periodistas que le acariciaban siempre los oídos con maledicencias de los demás, siempre inventadas. La otra mitad es verdadera porque la viví yo mismo, pero la historia final de ese encuentro no me la contó Cela sino una, dos y hasta tres personas que estaban presentes ese día en la Real Academia y que lo vieron con sus propios ojos.

Sea verdad o no, lo que aquí me cumple es que aquel invento de Cela, "los 150 novelistas de Carmen Romero", hizo mucha fortuna entre un corrillo de escritores fracasados, o no tanto, que acompañaban a Cela en sus reuniones en su casa de Guadalajara. Para ellos, Cela era un hombre generoso y cercano que nada tenía que ver con la imagen pública que, por gusto o disgusto, se había hecho el Nobel a lo largo de toda su vida y, sobre todo, en los últimos años. Hay muchas anécdotas y episodios de Cela, pero este del que escribo hoy con la memoria abierta en cuatro, y a plena luz del sol tras la gran nevada de hace unos días, es un "hecho" que nunca me gustó: que Cela creara aquella leyenda tan tonta, que hiciera fortunas entre la mediocridad intelectual y que se pusiera en solfa la imagen y el nombre de una mujer, Carmen Romero, que estaba muy lejos de ser la persona que Cela creía que era.