Los ecos del Mayo francés de 1968 llegaron a la universidad española un año antes. La revuelta caía en terreno mojado para que los jóvenes universitarios se sublevaran en los campus universitarios a lo largo y ancho de ese mismo año, pero Franco cerró las universidades y sólo las abrió en junio de ese mismo año para que nos examináramos. Algunos acabábamos ese año la carrera, y algunos de los que íbamos un poco atrasados en algunas disciplinas nos dedicamos a estudiar el tiempo que habíamos perdido en la tirijala de las revueltas, poema de Vallejo va, canciones de Léo Ferré vienen. Claro que hubo héroes, sin comillas, pero una de las cosas que más me llama la atención de aquella revuelta estudiantil es la cantidad de "héroes" que comenzaron, en estas lides y fechas, a fabricar su biografía de gloriosos "héroes" del 68. Es igual: acabaron, los mejores, de eurodiputados, entrando en el sistema por la puerta de la izquierda acomodada y quejándose de las cosas lo menos posible.

Siempre que voy a París me siento en una silla del Départ Saint Michel, me pido un whisky y observo desde cerca el territorio de la batalla que tuvo lugar durante días en el Mayo francés al lado de la escultura del Ángel. Lo paso bien con esa remembranza, con los recuerdos del lugar donde no estuve en el momento de la guerra. Y me pregunto, al segundo whisky, si valió la pena. Valió, sin duda, pero la condición humana es igual en todos lados y en algunos lugares todavía es peor y casi todo quedó en buenos recuerdos de una guerra que pudo ser algo mayor, pero que se quedó en mitología de "héroes" mentirosos o acomodaticios. Digamos, coyunturales. Sí: escuchábamos con devoción solemne las canciones en vinilo de los Cantos revolucionarios del mundo, desde "La varsoviana" hasta el "Partisans" de Yves Montand. Recitábamos poemas de nuestro poeta principal en aquella época, César Vallejo ("me moriré en París un mes de mayo...", cantábamos) y nos lucíamos con brillantez ante las muchachas en flor, mucho más sueltas que aquellos jóvenes que hasta entonces habían llevado la iniciativa en el amor y la seducción.

Pasados los años, alguien me preguntó en el Oliver, un lugar de encuentro de escritores, periodistas y otras gentes de mal vivir en el centro de Madrid, en la conjunción de las calles Almirante y Conde de Xiquena si yo me acordaba del Mayo del 68. Para entonces el trotsko primario y anarcoide que había en mí en los años universitarios se había moderado y caminaba lentamente hacia el escepticismo relativo de las cosas, la vida y el mundo. "¿Te acuerdas de cómo nos jugábamos la vida en el 68?", me preguntó el tipo, aquel escritor en el Oliver. Le contesté que yo no me había jugado gran cosa y que, cuando estuve en algunas puntas revoltosas, nunca en toda mi existencia lo había visto a él. Ni en las reuniones de la ASU, ni en las cercanías de la FUDE, ni en los barrios del PCE, ni siquiera en el FELIPE. El hombre, que es uno de los "héroes" del 68 (o por lo menos se lo cree) se ha fabricado una buena geografía biográfica, siempre junto al poder mediático y al poder político del felipismo, pero nunca pudo convencer de verdad a nadie de que era un buen escritor que escribía buenas novelas. Y eso que Rafael Conte, su amigo, le echó una mano durante muchos años...

Un escritor muy famoso (hispanoamericano) llamaba todos los días de Londres a París a otro escritor (también hispanoamericano) y le pedía información de lo que en realidad había ocurrido durante el día anterior. El "parisino" hacía de agencia de información todo ese tiempo, y el "londinense" acabó por escribir y publicar un libro sobre el París del 68 como si él hubiera estado desde el principio en el campus de Nanterre y en las calles adoquinadas de aquel París tan poético como salvaje. Así se escribe la historia y, a veces, demasiadas veces, la literatura. ¡Ah, claro, la condición humana!, dicen para quitarle hierro y añadir fanfarria algunos liberales. Bueno, Camus también era humano y no le he visto yo esa condición de fragilidad que sirve siempre para tapar miserias y corrupciones, la condición humana. "Los grises que manda Franco/ dicen que son liberales,/ pero pegan unas hostias/ que parecen catedrales". Eso cantábamos, resguardados en las aulas o en los corredores de la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, en pleno mes de junio, con la universidad tomada por la policía y aquel territorio de Marte que llamábamos Paraninfo lleno de coches de la policía del uniforme gris. O las avenidas de la Universitaria, con tipos recios con mirada que retenía odio montados en caballos que parecían de bronce. Ah, el Mayo del 68: mucho dio que hablar, muchos son los recuerdos enaltecidos por el tiempo, muchas las biografías inventadas de "héroes" que nunca fueron más que barro gritón y ceniza quemada.