Manifestantes en la Diada de 2017

Manifestantes en la Diada de 2017

La mitad de los catalanes vive la angustia de una tragedia que se viene anunciando desde hace tiempo: el suicidio colectivo de un país capitaneado por una banda de locos. La mitad de los catalanes, si no más, vive recordando otros tiempos no tan lejanos en los que Cataluña era la locomotora de España. No hablo de los tiempos de la revolución industrial, sino de los 70 del siglo pasado: ahí, en Barcelona, fluía la imaginación como parte de la libertad y de la inteligencia. El mundo editorial era rango y, al mismo tiempo, jerarquía. Por Cataluña el español medio sentía un respeto imponente que casi llegaba a envidia sana: aquello era Europa, un mundo distinto al resto de la España franquista que, poco a poco, se venía abajo. Todo acabó en cincuenta años: los restos del pasado, los locos a los que Javier Cercas se refiere en sus artículos, tomaron la escuela y se pusieron a la tarea: adoctrinar a las nuevas generaciones en la utopía de una patria sojuzgada que ellos tenían que convertir en "libre".

Ahora hemos llegado a un instante estelar: un "intelectual" de quinta categoría, crecido en el batiburrillo ideológico de la "cultureta" nacionalista está al mando de la Generalitat. Un personaje cuyo lenguaje escrito lo delata como un racista que no acaba de entender que su país es mestizo; un tipo cuya táctica escrita es el odio como bandera contra todo aquel que no piense y no quiera hacer lo quien él quiere: volver a aquella locura del Estat Català como si se le pudiera dar al calendario un siglo para atrás. Bien, pues aunque no acabemos de creerlo, se le puede dar a la agenda de un país un siglo para atrás en cuanto los dirigentes, dementes del tiempo y del espacio, se convenzan y adoctrinen a la población de que aquel tiempo fue mejor y marcará el futuro de la gloria y de la felicidad. Patriotas de pacotilla, no hacen otra cosa que llenar de basura, dizque democráticamente, la historia de un país que fue grande y hoy se ha convertido en un episodio dramático para millones de personas.

Me he preguntado estos días, viendo por la televisión la toma de posesión del Honorable de la Generalitat, qué pensarían hoy los poetas del 50 catalanes; qué pensarían, por ejemplo, Carlos Barral, o Jaime Gil de Biedma. Con Gil de Biedma hablé poco de política, casi no lo conocí en estado sobrio, siempre lo vi y hablé con él en momentos de euforia alcohólica o en situaciones comprometidas, conversaciones en las que, por el mismo don de su ebriedad, no hablaba con mucha sensatez ni sosiego. Con Carlos Barral fue otra cosa: muchas conversaciones en Cataluña, sobre Cataluña, sobre el futuro en democracia, sobre lo que llamamos encaje de Cataluña en España. Decía siempre irónicamente que el castellano ya no se hablaba ni siquiera en Valladolid a las cinco de la tarde los martes. Nombraba al castellano como lo que es, el español, esa lengua que los imbéciles de entonces y de ahora llamaban la "lengua del Imperio", la misma que el Honorable recién llegado trata por escrito de sucia, fea, vulgar e impropia y anormal para hablarse en Cataluña. De José Agustín Goytisolo no hablo mucho: sólo recuerdo que era un frívolo incluso en su ideología, un hombre contento con su mediocridad poética y vital, que no le interesaba mucho sino su política aparentemente de izquierdas. Y no digo más, porque no quiero ladridos ni pedradas en los comentarios a esta reflexión de ayer mismo.

Tenía idea de quién era el actual Honorable precisamente porque todo el mundo catalán, incluso los independentistas amigos, me explicaban que era alguien sin importancia en la política catalana, una suerte de arribista que hacía masa hacia al poder como un ser más o menos anónimo, diluido en el griterío de la "cultureta" ya metido en un despacho editorial pagado por las subvenciones de la Generalitat con dinero del Estado. Tenía idea de su estereotipo: el mediocre que con una incipiente sonrisa en sus labios se muestra sometido a la visión de sus superiores, los mismos que ahora lo han elevado a la máxima categoría gubernativa nada más y nada menos que en Cataluña. ¿A esta locura querían llegar los catalanes, a este disparate, a este dramático desasosiego? ¿Era esto el fragor de la masa a la que con tanta pompa algunos y muchos llamaban el pueblo catalán? Sigo manteniendo que más de la mitad de los catalanes con ya mestizos, como el resto del país. Sigo manteniendo que un racista mediocre y loco, al mismo en sus escritos lo parece y lo es, puede dirigir, incluso como marioneta, los destinos inmediatos de Cataluña. Me asombra tal disparate. Y quedo a la espera, como millones de catalanes españoles y de españoles no catalanes, de la puesta en marcha de esta locura colectiva que amenaza con arruinar a un pueblo entero. Recuerden a su poeta: "A veces es necesario que un hombre por un pueblo, pero nunca que un pueblo entero muera por un solo hombre".