Sylvester Stallone ejerciendo de guardameta en <em>Evasión o victoria</em>

Sylvester Stallone ejerciendo de guardameta en Evasión o victoria

Escribo estas reflexiones desde mi habitación en el Casa Andina de la capital del Perú, ante un ventanal inmenso que me muestra la niebla enorme que sepulta en esta época a la ciudad de Lima. Mi estancia aquí está motivada esta vez por conferencias y charlas en las universidades que participan de la Cátedra Vargas Llosa para hablar de fútbol, libros y literatura. Ya sé que hay muchos "intelectuales" que detestan el fútbol, empezando por Jorge Luis Borges, pero ustedes también saben que ese "veto" que los escritores teníamos de ser peloteros ya se ha levantado hace tiempo y hay todo un género literario, la poética del fútbol, que trata de la exégesis y la forma y el contenido de este deporte devenido con el tiempo y el mercantilismo en otras muchas cosas: desde negocio de gánsteres a poética de escritores.

Anoche leí bastantes páginas de La fórmula del gol, un ensayo sobre el fútbol escrito por Hugo Ñopo y Jaime Cordero, con quien en la tarde de ayer tuve un coloquio sobre el mismo asunto en la Universidad Peruana de las Ciencias, en su sección de periodismo deportivo. Está editado por Aguilar en Lima y me parece un asombroso esfuerzo por aclarar la niebla espesa que cayó sobre el fútbol como tabú para escritores e intelectuales. Para preparar estas charlas me sumergí yo también en una amplia bibliografía de fútbol, producida por escritores de rigor académico, y me he encontrado con En qué pensamos cuando pensamos en fútbol, un magnífico ensayo, muy bien documentado, escrito por Simon Critchley, un pensador singularísimo y digno de ser leído y aprendido.

Ya empecé el gran periplo, que es también un gran reto, de dar siete conferencias en cuatro días sobre los mismos temas y sin repetirme mucho. Un reto y una maravilla, hasta el momento presente, en el que puedo celebrar la memoria de haber sido, en mi lejanísima juventud de hace miles de años y treinta quilos menos, futbolista "amateur" en el equipo profesional del Real Madrid, de cuya experiencia saqué fuerzas literarias para escribir, también hace años, un relato autobiográfico y novelesco titulado Cuando éramos los mejores, y que se debió titular como la traducción al italiano: El sueño del futbolista adolescente".

No voy ni mucho menos a olvidarme de El miedo del delantero al penalti, de Peter Handke, como saben, publicado en español en Alfaguara. La novela de Handke, que no es precisamente un escritor fácil, es la memoria biográfica de un portero de fútbol, un guardameta o un arquero, Joseph Brotch, escrita con un brío, una sangre y una brillantez digna de la excelencia literaria. Sobre este libro de Handke reflexiono en un capítulo de El sueño del futbolista adolescente, o Cuando éramos los mejores, que trata precisamente no del miedo del portero a la falta máxima del fútbol, sino del miedo del delantero al ejecutar esa misma falta. ¿Qué pensará, que cosa pasará por su cerebro, por su cabeza y su cuerpo, unos segundos antes de ejecutar el penal, en quién soñará, a quién se encomendará, cómo mirará sartreanamente al portero para someterlo a su engaño? Toda una poética a seguir desarrollando, ese momento exacto que tanto tiene que ver con la literatura, el instante supremo de la vida o la muerte, del bien o el mal, del gol o el fracaso, del triunfo o la derrota. Para un guardameta, el miedo es otra cosa: si lo detiene es un héroe por unos instantes, pero si le marcan el gol no tiene nunca la culpa. ¿Y el delantero ante el penalti? ¿Han visto ustedes la inmensa decepción con la que el público y los compañeros de delantero sufren el fallo garrafal del penalti? O, por el contrario, ¿han visto lo que sucede cuando el delantero cumple con su destino ganador y mete la falta máxima en la portería contraria?

Dicen que Albert Camus, que fue portero en un equipo francés, ocupaba ese papel fundamental en su equipo porque no tenía dinero para comprarse las botas profesionales de un futbolista, los llamados borceguíes. Camus aprendió mucho del fútbol, según sus propios testimonios escritos: la solidaridad, la comunicación, la empatía, la organización en equipo, la cercanía con los demás, el compañerismo, la complicidad y tantas otras cosas. Claro que es difícil hablar de fútbol y literatura. Pero un escritor exquisito y grande como Nabokov, que fue tenista y cazamariposas, llegó a afirmar que el fútbol le había enseñado a saber que no siempre la pelota viene por donde se la espera. Son, por eso mismo, muchos escritores los que ya miramos el fútbol como una melodía de lamentos físicos y técnicos que, en su actual excelencia, asombra a públicos y gana pasiones adictivas en todo el mundo.

Yo, sin embargo, al equipo que mejor he visto jugar en toda mi vida fue la selección brasileña campeona del mundo en Estocolmo, en 1958. Era un niño de 12 años, un adolescente que soñaba con ser futbolista profesional, y que hoy escribe esos recuerdos como parte de la memoria de una de las más fuertes pasiones de mi vida: el fútbol.